Desde que se formularon las dos grandes teorías económicas en los siglos XIX y XX, por Marx y Keynes, el mito de la planificación económica por parte del Estado ha sido uno de los mayores embelecos con los que los políticos han ido engañando a la gente para obtener votos o apoyo popular y han convertido la economía en la materia donde más abundan los falsos profetas. Los únicos que han dotado de sentido real a la ciencia económica, por más que los amigos economistas de Ovejero “se partan la caja” de risa, han sido los economistas de la Escuela Austríaca: es el individuo el que actúa y confiere un valor fiable a los bienes, la planificación central anulando la libre formación de precios conduce, como está demostrado reiteradamente, al fracaso. De ahí que Marx y Keynes como actores económicos se guiaran por criterios propios y no siguiendo sus propias teorizaciones. El gran mecenas y colaborador de Marx, con el que redactó entre otras obras el Manifiesto Comunista, Friedrich Engels, era un acomodado burgués enriquecido, según su visión del capitalismo, por la explotación de los obreros en la fábrica textil de la que era socio en Manchester. Esa doble vida no consta le causara ningún brote esquizofrénico ni nada parecido, es más, cabría decir que sus cogitaciones en favor de la liberación del proletariado debieron actuar como elemento de estabilización a su materialismo burgués. Marx vivió en gran medida de la generosidad de Engels cuya considerable fortuna heredarían a su muerte las hijas del autor de “El Capital”.
No han sido desde luego los únicos que profesando tales teorías vivieron o viven una existencia acomodada e incluso, como se suele decir, vida de millonarios como lógico correlato de sus elevadísimas ganancias que por supuesto administran celosamente conforme a la más estricta ortodoxia de las reglas del mercado. En verdad, es que cuesta muy poco manifestar una exaltada condena de las penurias de los más desfavorecidos y el deseo de que tales cosas dejen de ocurrir, para luego seguir el curso normal de la vida si se disfruta de una buena posición económica. Sabemos que, por ejemplo, en el mundo del cine esto es bastante habitual, en Hollywood, por ejemplo. Algunos de estos millonarios de tendencias comunistas fue origen de la llamada “caza de brujas” impulsada por el llamado Comité de Actividades Antinorteamericanas al que por cierto no pertenecía el famoso senador McCarthy que fue quien se llevó toda la (mala) fama por los excesos de la fiebre anticomunista de la época en USA. Ni Stalin salió tan malparado por las purgas de las hizo víctimas a sus secuaces en el Partido a los que ordenaba eliminar físicamente, a veces con retorcida crueldad al hacerles firmar falsas confesiones de traición al Estado Soviético a cambio de su vida para ejecutarlos después. Y es que la propaganda, como en todo, se requiere de buenos profesionales que hagan creer al público que lo que promueven es sólo cultura.
Por todo lo anterior ha resultado de lo más absurdo que se haya organizado tanto revuelo con la frustrada incorporación de Alberto Garzón a un grupo lobista formado por ex políticos de todas las tendencias llamado ACENTO. Acusar, especialmente desde la izquierda, al Sr. Garzón de incoherente es la mayor de las incoherencias. Hay mucha gente como él que vive muy bien, hace negocios, cumple con rigor religioso las reglas del capitalismo y nadie los señala. Por conveniencias pasajeras (unas elecciones cercanas) se hace pagar a uno por los pecados perdonados a otros, privando al ex ministro de la libertad para decidir su futuro profesional fuera de la política, eligiendo lo que crea ser mejor para él y su familia. El hecho de que Alberto Garzón durante años haya criticado a las clases privilegiadas o el elitismo económico deja por supuesto en evidencia unas convicciones que aplicadas a uno mismo conllevan renuncias que muchos de los que piensan como él no hacen. Tratar de mejorar individualmente, el mal llamado egoísmo, es lo conforme con la naturaleza humana y el socialismo, como antítesis, al imponer una uniformidad artificial, fracasa una y otra vez, al tratar de condicionar los comportamientos personales mediante un dirigismo social que llega al punto de hacer de lo privado un asunto político y convertirlo en ley.
En este caso particular se trata de una cínica paradoja en tiempos donde la incoherencia se considera un mérito, ser flexible, sin que importe decir una cosa y la contraria según conviene, proyectando todas las exigencias morales sobre el Sr. Garzón. A diario vemos y oímos en los medios de comunicación a consumados “tragasables” que orientan sus opiniones conforme les requieren los que mandan y va a resultar que el único que tiene que acomodar esencia y existencia va a ser precisamente un político que si ha provocado algún ruido ha sido el de la discreción de su marcha. El problema de la decisión de Garzón es que deja en evidencia cuánto de impostura tienen los mensajes políticos que él mismo defendió. Eso representa un problema para los que se quedan al comprometer sus discursos y no han dudado en hacerlo desistir, ya veremos si a cambio de algo.
No nos olvidamos de Keynes, otro gran animador del circo intervencionista y del endeudamiento público casi ilimitado, cosa que él naturalmente no aplicaba a sus finanzas personales, muy saneadas por la perspicacia que mostraba invirtiendo en bolsa para rentabilizar su capital. Por supuesto nunca acudió a los prestamistas para prosperar, eso lo dejaba para el Estado, proporcionando a los políticos teorías con las que justificar la expansión del gasto público y distribuir generosamente lo que no es suyo como si lo fuera. Parece que a Alberto Garzón le ha tocado expiar todas las inconsecuencias de los últimos doscientos años. ¿Por qué yo?, dirá Garzón, o todos o ninguno, por contraste con otros que hicieron los mismo que él, lo que una injusticia (grosera). Porque en orden a las conveniencias económicas todos conocen, incluida la izquierda por supuesto, las decisiones que son sensatas.
José maría Sánchez Romera