Calendario/ De comidas de empresa

21 /11/24 Javier Celorrio Empiezan las comidas de empresa: una oportunidad de camaradería entre compañeros de trabajo. Algunas resultan bien y otras tarifando; sobre todo cuando la sobremesa cunde, las copas se multiplican dando paso a las rencillas entrambos que se odian a muerte durante cada jornada laboral del año y la ocasión con público las desata. Hay gente que lo que no se atreven a decirte en privado te lo sueltan en una reunión con el único fin de dar espectáculo a propios, ajenos y jodiendo el buen ambiente.

También, es estos días navideños y en esas celebraciones se hace eso del amigo invisible donde cada compañero compra un regalo y de forma anónima se va entregando en el grupo. Cuánta desazón cuando descubres que tú obsequio va a parar a manos del más odiado u odiada de todos ellos, qué mal cuerpo se queda cuando tanta energía en elegirlo se desperdicia en quien no se lo merece en vuestro trato diario. La Navidad, aparte lo comercial, es muchas veces bomba de relojería, dron asesino, faca de Albacete para la convivencia en tiempos tan turbulentos.

Luego viene lo de los selfies que incomoda, y mucho, a quien no quiere que su imagen se propague por las redes mientras el grupo que te rodea pone morritos, gestos de mano como emperador romano gilipollas y sonrisa de felicidad extrema ante un objetivo que directamente va al vacío de las redes sociales.

Obvio que estas celebraciones la libido se desata. A la guapeza se le hacen cola y bailando el baile el cuerpo va de la rumba a la bachata intentando un derecho al roce. Ellas algo desmadejadas en el maquillaje, ellos algo de corbata desatada, elles cada uno a su punto y manera se dan al ritmo con un frenesí como si no hubiese mañana. En estos brincos y cimbreos se advierte que la fiestuqui está en su punto álgido, aunque ya sabemos que el ocaso empieza en el mediodía y que está pronta la hora de eso que podíamos llamar el síndrome de la carroza convertida en calabaza o que vamos bajando la cuesta de aquella fiesta que cantaba Serrat. Es cuando hay síntomas de punto etílico llevado a la llantina o de euforia más allá de la misma que precisamente serán los temas más cotilleados en la vuelta al trabajo.

– Qué pasón se dio la Charo
– Pues anda que el Juan Miguel que acabo bañándose en la fuente de la plaza.
– Ay, pero es que la Charo todos los años le da la llantina por el novio aquel que era militar.
– ¿Sí? Pues me pareció que fue por Pedro el de contabilidad que no dejo de bailar con el otro contable. Y no lo digo por malmeter.
– ¿No me digas?
– De Pedro se ha dicho siempre y del otro no hay mas que verlo.

Este año me han convidado a una comida de empresa. Y no es que servidor sea de esa empresa, sino que los organizadores han querido ser originales (lo de la originalidad es algo que se lleva mucho para estos saraos) y cada trabajador puede llevar a un invitado siempre que no pertenezca al núcleo familiar. El trabajo es el trabajo y la familia es familia y hay ocasiones en que la mezcla no procede. Obvio que he declinado el convite. Desde hace tiempo rehuyo comidas o eventos multitudinarios a no ser que me den el Planeta y tenga que ir recoger o finalista o ganador. Pero eso creo que no va a ocurrir. En cualquier caso, no me imagino dentro de una camaradería de empresa que ni me va ni me viene; mucho menos haciéndome selfies con extraños, ni cantando A ciegas de la Piquer con dosis de llantina o bañándome en una fuente como Anitona Ekberg y perseguido por un sujeto jovenzuelo con nudo de corbata a media asta que beodo sale del armario en oficio de arqueólogo. Y mucho menos que mi cuerpo sea poseído por el ritmo de regetón y motivo de estudio para Carmen Porter e Iker Jiménez en Cuarto Milenio o a lo peor en Horizonte.

 

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