18 agosto/24 Texto: Javier Celorrio Foto: archivo costadigital.es En estos días, cuando la marabunta de agosto ruge con calor, ruido y atiborramiento, buceo dentro de la hemeroteca de El Defensor de Granada. El periódico fue fundado en 1880 por Luis Seco de Lucena, siempre tuvo una marcada tendencia progresista y pro-republicana. Por sus páginas pasaron autores de primera línea de la cultura granadina (Ángel Ganivet, Francisco Seco de Lucena, Antonio Afán de Rivera, Nicolás María López entre otros). El destino de El Defensor fue parejo al del régimen republicano. Tras el triunfo del golpe de Estado en Granada en julio de 1936 el periódico fue clausurado.
Encuentro noticias de Almuñécar, aunque abundan más los sueltos, estos breves reseñas de sucesos o noticias sociales o administrativas. Entre las noticias, encontré la crónica sobre la inauguración de la fuente del Altillo y que ya fue publicada en costadigital.es. También, José Ángel Ruiz Morales hizo un excelente artículo sobre la apertura del complejo de la Resina allá por principio del siglo XX, y en otra de esas páginas encuentro el inicio de la carretera que comunicaría la costa con Otívar.
En los sueltos se cuentan sucesos que merecerían un tratamiento novelístico en clave de lirismo lorquiano o drama de Benavente. Me llama la atención el de dos mujeres que se medio matan, en la Almuñécar de finales del XIX, a consecuencia de una pelea previa entre las hijas respectivas que a poco termina en tragedia por la gresca entre las progenitoras. También el crimen, acaecido en un cortijo, posterior a la fiesta de una boda, con el alcohol correspondiente, y que resultó mortal para dos de los intervinientes por tiros de escopeta. Obvio que no se andaban con chiquitas y muestra que eran belicosos y poco atemperados los sexitanos de entonces, que no dudaban a la menor de sacar la navaja en reyerta de tabernas. Al parecer estos últimos eran comunes, pues se informa de varios sucesos de similar jaez.
Pero hay una crónica en especial, fechada el 15 de enero de 1881, que llama la atención por los hechos narrados, y que guarda similitudes con circunstancias actuales como es la dejadez de infraestructuras por parte de los distintos gobiernos estatales. El relato, enviado por un periodista del diario en Almuñécar y cuya firma es Juan de D de la Peña Escolar, expone al director de la publicación las quejas provocadas por «el pésimo estado de los caminos de este pueblo si tal nombre merece las veredas y despeñaperros. Hay épocas del año en que solo las aves se atreven cruzar estos caminos, cuya exacta descripción horrorizaría».
A continuación, el cronista enumera los distintos caminos de salida como el que se dirige a Nerja, del que señala que no es mas que una serie de precipicios «existiendo para su transito una pendiente vereda de poco mas de media vara de anchura e intransitable durante las lluvias… que muchas veces ha arrastrado entre sus aguas turbias al infeliz viajero». O el de Granada que toma por rio Verde arriba (llamado el camino de la Cabra) y que si «al peligroso torrente le da la gana de hinchar la nariz , ya tiene usted el camino cortado y sin pan multitud de arrieros y tratantes» que hacían su camino por dicha ruta hasta Granada.
En cuanto al camino de Motril, de la Peña recuerda, sin aligerar el sarcasmo, que en 1876 se anuncio el inicio de una carretera que iba a conducir a dicha localidad y que para celebrarlo «hubo cohetes, repique de campanas, música… por fin íbamos a salir de aquel aislamiento completo». Esas obras se inician en octubre de ese mismo año con un plazo de ejecución de seis años, pero cuando ya corre el 81 del siglo nos dice el periodista sigue siendo » una locura transitar por el camino, puesto que la mayor parte de él se encuentra movido y en muchos puntos desaparecieron las veredas y sólo hay concluido un trozo de 2 km y otro de 1,2 km y otro de algunos 2 junto a la Torre de Cambrón, cuyas alcantarillas y murallas de sostenimiento se han hundido por muchos puntos a causa del abandono en que se encuentran». Obvio que los dichos caminos se acabarían en el siguiente siglo y que probablemente el Sr De la Peña no viera concluido los trabajos.
La queja del periodista, de finales del diecinueve, finaliza como pudiera acabar cualquier otra actualísima de este nuestro siglo cibernético que se ocupara de la carencia secular de infraestructuras: «Voy a concluir mi querido Director porque sufro verdaderamente al hablar de asuntos como este; cuando tiendo la vista sobre la riquísima vega de mi querida ciudad, sembrada toda ella de caña de azúcar, siendo estas las de mas buena calidad que en Europa se conocen; cuando contemplo sus extensas huertas y pintorescas laderas cubiertas de naranjos y limoneros; cuando miro sus innumerables colinas plantadas de vides, olivos y almendros, que producen una inmensa riqueza, y cuando considero que por su posición topográfica, por su gran fondeadero para buques mayores, está llamada a ser una de las mayores poblaciones de la península, y se la relega al olvido, aislándola enteramente del resto de España matando por completo su comercio siento el llanto acudir a mis pupilas… y mis labios estas palabras pronuncian: ¿Se acordarán algún día de ti? ¿Contemplaran mis ojos la rugiente locomotora recorriendo tus anchurosas playas… ¡Creo que no!…» Se asombraría este buen señor de cuánto tardó todo y de lo que se quedó en el camino: por el momento la vega se conserva y sigue siendo seña de identidad. Eso sí, seguimos luchando por el agua de esa presa que cuando se inauguró «hubo cohetes, repique de campanas, música…» se ponía fin a los efectos de una pertinaz sequía. Treinta años han pasado y el agua, como otras tantas cosas, no llega. Y no obstante, la elocuencia del paisaje al menos persiste pese a tantos intentos de comerciar urbanísticamente con ello.