Tardes de marzo cuando ya se empieza a entrever la primavera, pero la humedad sigue latente y el viento, que declina al ocaso, impone carácter a esta parte del mediterráneo. En este atardecer de un marzo que mayea, el mar es de panza tensa como gasa gris convirtiendo en lago el paisaje marino, a veces con pincelada naif, otras acuarela impresionista. De repente el pasado viene al recuerdo y la panorámica tiene algo de exótico encanto y vuelve el ambiente silvestre sin la rigidez ni decoro de la obra del hombre empeñado en hacer caribeña las playas: los barcos desde la orilla parten a la pesca y las gaviotas chillan en el aire salivado de salitre y untado con gasolina de los motores de sonidos en sordina. Luego vuelve la realidad, pero ya es ocaso. (Anterior entrada)