En el verano, cuando más chirría el fragor humano en tardes de fanfarria veraniega, callejear por los vericuetos del barrio sexitano de San Miguel. No podría aseverar que al lugar no llegue el tumulto acústico que acontece a Este y Oeste a Norte y Sur de la planicie que rodea el roquedal donde se ubica el bastión defensivo de la antigua fortaleza que da nombre al barrio, pero sí se atempera en murmullo lejano la batahola canicular que impera en la ciudad desde hace décadas.
