Cataluña, destino manifiesto / José María Sánchez Romera

Para quien todavía tenga paciencia suficiente para seguir los movimientos posteriores a nuestros procesos electorales, dos recomendaciones: nada de lo que se dice tiene valor hasta que se convierta en un hecho y no desdeñar la importancia que la política ha adquirido como nicho de empleos que tantos necesitan renovar cada cuatro años. Por tanto, quien pretenda anticipar lo que pueda ocurrir en Cataluña una vez celebradas las elecciones está abocado de forma casi inevitable al vaticinio inútil. Es verdad que en teoría las combinaciones parlamentarias son limitadas, pero en ausencia casi absoluta de una ética pública que circunscriba hipótesis razonables, tenemos más apariencias que certezas de un futuro posible. Quede bien entendido que al hablar de principios no nos referimos a la ideología como impostura, que no tiene otro objetivo que estabular el voto para garantizar unos mínimos de representación y las sinecuras adscritas, hablamos de voluntad para confeccionar programas coherentes para ser útiles.

El voto en Cataluña es disfuncional porque está contaminado por el nacionalismo, tanto que incluso la izquierda ha abandonado su tradicional concepto de ciudadanía y se ha decantado por las teorías asociadas a la llamada corrección política. Desde esa perspectiva, ha asumido el universo simbólico del nacionalismo en tanto que colectivo agraviado al que se debe una restitución como víctima de injusticias históricas frente a las que toda oposición se interpreta como la prolongación de los abusos padecidos. De forma singular la lengua se ha levantado como principal elemento identitario y raíz de la supervivencia de lo catalán. Por eso no puede afirmarse el fin del “procés”, como mucho habrá una ralentización de sus objetivos últimos que tratarán de alcanzar por métodos totalitarios porque con más de media población en contra es la única opción de perpetuarse. Algo que apunta Ignatieff, “lo que está mal en el mundo no es el nacionalismo, sino el tipo de nación que los nacionalistas quieren crear y los medios que utilizan para lograrlo”, aunque olvida que el nacionalismo por su esencia es escasamente compatible con la idea liberal de democracia. Quizá también por eso los nacionalistas encuentran en su camino aliados para alcanzar sus fines.

Por ello, las razones para descartar cambios sustanciales, sean cuales sean los pactos que se alcancen para formar Gobierno en Cataluña, son evidentes:

  1. El nacionalismo impregna toda la vida oficial, y lo que puede de la no oficial, de la Comunidad Autónoma, el PSC no ha dicho que vaya a revertir ninguna de las políticas ya consolidadas por los ejecutivos separatistas. En España las jerarquías políticas están perfectamente delimitadas: la derecha se acompleja ante la izquierda y ésta ante el nacionalismo que zarandea a las dos sin complejos.

  2. La alternativa de gobierno más plausible pasa por pactar la investidura con ERC que no va a dar su apoyo a otra cosa que no sea seguir avanzando en sus objetivos. Si su colaboración con el Gobierno Central le ha acarreado un fuerte castigo electoral, su alianza con el PSC no pasa por admitir la moderación en las políticas nacionalistas. La caída ayer de su cúpula sólo cabe anticipar una mayor radicalización de sus posiciones.

  3. Cualquier alternativa, pasa por el apoyo de ERC a un ejecutivo del PSC o por dejar gobernar a Puigdemont a cambio del respaldo de JUNTS en el Congreso de los Diputados, no derrota al nacionalismo, sino que lo consolida como fuerza determinante de Cataluña. Su menor fuerza parlamentaria no significa que su influencia deje de ser decisiva.

  4. Para el nacionalismo no ser mayoritario nunca ha sido un problema si conserva suficiente fuerza de movilización y presencia institucional. En consecuencia, el “procés” lo que modifica es su fase de efervescencia por agotamiento de la estrategia iniciada en 2.012, pero sus avances quedan consolidados para el esfuerzo definitivo sea cual sea la el gobierno que se forme.

  5. El “voto patriótico” del PP y VOX a un gobierno constitucionalista encabezado por el PSC mediante un apoyo parlamentario a la investidura y una tarea legislativa posterior de “desnacionalización” es un imposible. Ni lo aceptaría el PSC, que está en lo contrario, ni puede hacerlo porque haría caer al Gobierno en Madrid.

  6. Y puesto que por necesidad y convicción todo pasa por el entendimiento con los partidos separatistas y en la medida en que la izquierda asume gran parte del ideario nacionalista, sostener que estas elecciones cambian algo discurre entre lo ilusorio y lo fingido cara al resto de España por la inminencia de las elecciones europeas.

  7. Cataluña en todo caso sigue teniendo una mayoría de izquierdas, lo que aporta un elemento más de distorsión a la hora de formar mayorías porque el nacionalismo al ser interseccional convierte en irrelevante la cuestión económica. En razón a ello no se habla de un modelo, liberal o intervencionista, sino cómo se financia la comunidad cada vez más autónoma para el proyecto de construcción nacional. Por ello los resultados en términos de prosperidad económica ahora no cuentan y el intervencionismo se impone por la necesidad para financiar estructuras políticas preparatorias de la futura secesión. De ahí que el nacionalismo separatista reclame el cobro de todos los impuestos, la condonación de la deuda y siga hablando de un déficit por “balanza fiscal” (una falsedad en todos sus términos) con el fin de justificar interminables demandas, agitando el victimismo (nada tan entrañable como el dinero) y eludir de paso no los resultados de la pésima gestión hecha con los recursos públicos en una región que sufre por añadidura una implacable presión fiscal.

Como se dijo al principio, todo está abierto, aunque menos desde ayer, y no hay que dejarse impresionar por las “diferencias irreconciliables” que se irán escenificando. Llegado el momento los motivos más esotéricos justificarán un ayer imposible (como esa amnistía constitucionalmente biunívoca) y alguna explicación funambulista (el derecho gobernar tanto perdiendo como ganando), justificarán lo que sea necesario. La rueda de la historia va a seguir girando en el mismo sentido.

 

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