Crónicas de agosto 02 / El campeón

 

El campeón

Al nuestro ciclista, por sexitano, Carlos Rodríguez Almuñécar le ha reconocido su gran triunfo en el Tour de Francia. Alguien en el homenaje ha hablado de timidez, algo que desmiente su seguridad y temple en la exposición pública. Lo que al joven Carlos le pasa es que debe asentarse en eso que se llama éxito y que esa naturalidad que lo acompaña, y que suele confundirse con la timidez, todavía no ha necesitado refugiarse de los cantos de sirena, de las alabanzas de la conveniencia, del halago de la espuma y que terminará por necesitar la coraza con la que defender esa sencillez que desprende. Seguirá siendo natural porque se le advierte que lleva el talante de quienes no necesitan fanfarrias; pero su mirada inteligente, punzante, ya anuncia que sabrá administrar ese capital humano. Pero personalmente, lo que más me ha sorprendido en el campeón, de presente y de futuros, han sido esas costras secas en rodilla y mano por las heridas sufridas en su esfuerzo de lograr la victoria: humanidad desnuda de oropeles, medallas que coronan el triunfo, el laurel que marcaban la carne de los héroes antiguos; señales de sangre seca que son la intimidad del verdadero Carlos en el esfuerzo de conseguir su propósito con músculos, cerebro, nervios.

Quisicosas de la edad

La edad nos va desecando y antes que cualquier crema con antioxidantes, beta caroteno, caviar y esa batería de alta tecnología que nos anuncia el envoltorio del emulsionante que nos procura ilusiones milagreras que devuelve a la piel la juventud, lo que no debemos es exponernos a parecer lo que ya no somos. «Desde la frente a las manos, desde el occipital a las caderas, desde la mejilla a los labios, todo tiende a secarse como si se hubiese iniciado -que sí, que se ha iniciado- una carrera voraz empeñada en dejarnos sarmentosos y, finalmente, en los huesos». Esto lo decía Vicente Verdú en su libro Señoras y Señores donde analizaba los efectos de la edad cuando entramos en la década de los cincuenta y se pierde de manera inexorable los signos de juventud. El verano es propicio a querer emular otros veranos y en ello nos invade cierta euforia de maquillar la realidad fabricando un híbrido que responda a lo que se supone es ser joven. En esto el verano es la pócima de Fierabrás, la maquina del tiempo de Wells, el Dorian Gray de Wilde, la patraña del bisturí. Siéntate en la terraza de un bar y veredes cosas que Goya ya captó en su tiempo de la vanidad de querer ser joven cuando no hay de qué. Y a la vista de los jóvenes no engañan nuestros trabajos de amor perdido.

Atrapados

Patricia, la borrasca polar, no se la ha visto que digamos por estos andurriales. Sigue el calor pregonado por redes donde siempre parece que hay más de todo incluyendo aburrimiento, ansiedad y exceso de opiniones y mucho ofendido y humillado que a su vez utilizan su queja para hacer lo mismo con el contrario. Tanta información y todo tan desinformado. Leo que cada nueve segundos se publican unos 76.680 tuits, se suben 8.271 fotografías a Instagram y 41.666 stories. Nunca tanta información nos ha tenido tan desinformados, tan erráticos, tan confundidos, tan despolitizados y a la vez polarizados.

Javier Celorrio

 

También podría gustarte