Es San Telmo, llamado en su siglo San Erasmo de Formio, patrón de la marinería. Es por esto último que haya querido como frontispicio de estas cosas, que ya advierto va de dietario, crónicas, cosicosas e invenciones, el milagro de la luz del santo que se presenta a los marineros como protección cuando el tiempo se presenta en temporal. Sea pues luz marenga que me proteja de lamias, chamanes y hechiceros y me acoja a ese prodigio ancestral como protección a época de tanta mudanza donde al mentir con descaro se le llama cambio de opinión cuando en realidad es antigua máxima de Maquiavelo en aquello del fin justifica los medios, y en coloquial la jodienda no tiene remedio y si el poder dice “no es no” en realidad es “sí es sí” o a la inversa, podría ser.
Pero aparte milagrerías, la dicha luz del santo tiene su explicación física y es que el fuego de San Telmo es una forma de plasma que el campo eléctrico alrededor del objeto afectado provoca la ionización de las moléculas de aire, produciendo un débil resplandor fácilmente visible en condiciones de poca luz. Eso es lo que dice la experiencia constatable del fenómeno.
Así, que mi fuego protector, la particular llama votiva de este columnario, por un lado tiene explicación científica y por otro esa potencia del prodigio que mueve al mundo desde las cuevas paleolíticas, a poco de que un ancestro nuestro descubriera que una tibia era herramienta de ataque y defensa y que Hobbes, cienes y cienes de milenios después, sintetizara en tres causas principales de la naturaleza del hombre: “Primero, competición; segundo, inseguridad; tercero, gloria”. Ahí lo dejo, por el momento. Luego vino Freud llevando los sueños a la mesa de autopsia y descubrimos que de todo ello el irascible Kubrick (qué genio no lo es), hiciera obra maestra en su última peli de título tan enigmático como “Eyes Wide Shut”. Y hasta aquí lo del santo lar de estos escritos.
Leía hace poco en un artículo de Elvira Lindo, donde se refería al trato a la ancianidad en esta sociedad tan de cristal que “en este mundo en el que tan atentos estamos a que a nadie se le falta el respeto, tratamos a los viejos como a los niños, como si sus palabras valiera menos”. Al caso, Felipe González, en sus prédicas contra la amnistía, ha recibido por parte de sus propias filas un deleznable desprecio a sus opiniones. Hasta la saciedad se ha recordado su edad, e incluso, en sordina, hasta puesta en entredicho la lucidez mental del expresidente.
No obstante, queda claro que la crítica deviene de la inseguridad en la que vivimos, la inestabilidad que bebemos, la juvenil estupidez que cada día nos comemos de aquellos que siendo ágrafos en el progreso así mismos se llaman progresistas que es la manera más rancia de titularse y la más antigua de cualquier advenedizo por darse pisto. Lo de darse pisto se me ha quedado de unas tías mías, primas de mi abuela, que lo decían mucho, refiriéndose a cualquier engreído o engreída que se daba excesivo pábulo, Estas tías, propias de un relato de García Márquez, a la decimonónica emperatriz Eugenia de Montijo, que por los Ariza y Palafox decían era del árbol genealógico de nuestra familia, cuando se referían a ella, y se referían mucho, la nombraban como tía Eugenia y a la Alba, hermana de la anterior, como tía Paca.
– Recuerdas Teresa cuando estuvimos en Liria?
– He de olvidarlo Lucila. No se me olvidará nunca el retrato de tía Eugenia, con aquellos ojos tan parecido a los de la prima Mariquilla. Y que amable estuvo con nosotras la nena Cayetana, aunque nada de Ariza ni Palafox en el físico y sí Alba en ese tono de inglesa de tan rubicunda y emblanquecida.
Ahora leo o releo mucho a Azorín. Viejo Azorín, lucido maestro de asombroso manejo del lenguaje. Novísimo Azorín, un eterno trabajo en progreso.
Pero la vejez, advierto a la juvenalia otoñal que nos gobierna, donde se nota es en la coyunda, en la cúspide del deseo, porque en su derrame ya no sale un ángel, ni bendito ni maldito. Y es que allá en los tiempos de la jodienda, que no tenían mañana, con la expulsión del fluido sobrevolaba una esplendida criatura que pregonaba el sexo de los ángeles. Ahora, somos lo que recordamos o nos recuerda y el serafín tiene alas algo desplumadas como un disfraz de guardarropía del armario de «La Mesías» de Ambrossi y Calvo, serie que recomiendo que vean.