Cada vez que me encuentro en un jardín o en un parque viene a mi memoria una frase del libro de Arundhati Roy, «El dios de las pequeñas cosas», que me impactó como lo hacen esas frases que te hacen entrar en conversación con ellas y que las incorporas a tu particular manera de mirar la vida. A partir de ese momento la percepción se abre a posibilidades hasta entonces ocultas y te abre perspectivas de mirar la vida hasta ese instante desconocidas. Pasa igual que con el horror al vacío que siente el escritor ante la página en blanco que es similar al que siente el actor a ese pánico escénico que les provoca el momento de salir al escenario cuando la sensación de olvidar el texto de la obra se convierte en vértigo inefable, similar a cualquiera ante la responsabilidad de enfrentarse a un público. Los hay que no pasan ese trance y en ese caso la intrascendencia es efecto dominante y la ausencia de ese horror al vacío, engreídos de seguridad e inconsciencia ante el posible ridículo, impide la apertura a otras posibilidades que sin duda son principio a muevas funciones creativas que encarnaran en nuevas experiencias adaptables o desechables según la sensibilidad.
Hay frases que valen un libro y si el autor es sagaz sabe que una frase es poderosa y puede enganchar a la lectura. Lo siento, pero empíricamente es una constatación la fuerza que una reflexión, una descripción pueden obrar milagros en obra sin mucha garantía. Los hay que del epigrama hacen obra y carrera, aunque aquel lleve costuras de chascarrillo y no necesariamente sea de carácter humorístico y sí de manida sentimentalidad e incluso con ribetes de sesudo cientificismo convertido en galimatías. A este tenor oigo una frase de Fernando Savater en una radio en la que dice sobre la carga que todo nuevo pensamiento conlleva: «No se sabe nunca si vas a encontrar una fiera o una flor».
El fraseo o latiguillo es muy propio a la política. Recordemos aquel «puedo prometer y prometo o el más prosaico de «en unos años a Andalucía no la va a conocer ni la madre que la parió». Este último tendrá su respuesta en lo que Tancredi Salinas dice en El gatopardo: «Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie», principio que el siglo demostraría en su certeza. Y aquí tenemos el ejemplo de lo que una frase puede hacer por un libro, aunque en este caso haya perjudicado a uno de los textos más importantes del siglo XX: en ocasiones la parte por el todo es citada más que la propia obra como le pasa al Manifiesto Comunista y su «Un fantasma recorre Europa». Al caso, muchos de los que citan El Quijote no han pasado del manido por repetido «En un lugar de la Mancha», perdiéndose toda la batería de dimes y diretes que contiene la obra y que como la frase en cuestión, a la que aludía al principio, son matriuscas rusas desenvolviendo distintas capas cebolleras. Las grandes obras tienen eso, que nos iluminan siempre.
También digo que hubo un tiempo donde me fascinaba los conversadores que con memorión envidiable y facilidad asombrosa entreveraban en su monólogo citas de autores que apoyaban el sentido de su alocución. Muchos de éstos se demostraron más tarde farsantes con el discurso aprendido en un curso de retórica y por tanto pastiche de un academicismo huero, como suele ser todo loreto que se precie, pues no es igual el aprender que el comprender, sentir e investigar todos los vericuetos de un tema.
Y como esto no es un thriller, es llegado el momento de desvelar la frase de Arundhati a la que al principio me refería y que dice:» El jardín, abandonado y cubierto de maleza, estaba plagado de correteos y susurros diminutos». Entre muchas ideas que la frase me provoca, aparte iluminar esas vidas ocultas en nuestro entorno, hay una que destaca porque me intriga: ¿Cómo llegará el ruido del mundo a ese espacio donde transitan los satélites cuando nos convertimos en microscópicas criaturas?
Antes citaba a Savater y termino con una frase que suelta en la misma entrevista al ser preguntado por la IA: «No me preocupa tanto la inteligencia artificial como la estupidez natural». Ahí lo dejo hoy.
PS
No puedo entender que el tema del canario st. Pedro «Dos extraños» no consiguiera ganar el Benidorm Fest. Un bolero perfecto y una voz hecha para cantarlo. Del resultado es mejor decir aquello de sin comentarios, pero está claro que el dinero público se destina a experimentos con gaseosa.