Crónicas de San Telmo / Una Tarde con Sara / Javier Celorrio

Me quiero olvidar de amnistía. Desisto de contar los manifestantes. Huyo de la repetición de las razones de unos y el argumentos de los otros. Sé que estamos en un momento crítico, pero reconozco las hipérboles de algunos y la certeza de aquella frase de Lincoln donde aseveraba que «puede engañarse a una parte del pueblo todo el tiempo, y a todo el pueblo un poco de tiempo; pero no puede engañarse a todo el pueblo todo el tiempo». En definitiva, juegan con el miedo, herramienta que más resultados da a la hora de buscar adhesiones que esconden el verdadero propósito pretendido: la sumisión. En esta estamos y prefiero en la tarde del domingo, ahuyentar la mediocre realidad y navegar por youtube como lenitivo antes que tomar lexatines como pastas para acompañar el té o el whisky.

La ansiedad es un estado, en que hagas lo que hagas, no permite la concentración y por el contrario dispersa y niega cualquier atención hacia una actividad o tema en concreto. Así que mi búsqueda por ese canal viene aquejada de la dispersión y voy recalando en distintos contenidos, siempre huyendo de lo político, y que va desde los grandes conciertos hasta las extravagancias de un zumbado poseído por el más allá desde el más acá. Y de improviso, en esa estupenda hemeroteca y archivo que son las redes, surge en la pantalla la imagen de Sara Montiel cantando el bolero «Aquel Amor» en un videoclip de la película Varietes (creo no equivocarme de película). Y la tarde, que presagiaba desconcierto, se convierte en un festival de la Montiel; ella en instrumento de salvar los muebles de mi momentánea (acaso constante) neurosis y el prodigioso invento de youtube en botica de milagrosos brebajes digno de aquel que fuera famoso en toda caballería andante como lo fue el de Fierabrás. Así, que convierta el desasosiego en regocijo y, video tras video, despierte la memoria por los caminos del tiempo perdido haciendo coctelería con el kitsch más excesivo, una pizca de la mordacidad del camp y el toque final, bullicioso y procaz, del pop que como resultado da a probar una combinación de espléndido sentimentalismo.

Que duda cabe que para mi generación, cuando la mocedad era nuestro estado, la Montiel venía con la fecha caducada y muda para nuestra esfervecencia cultural del momento, más atenta a propuestas estéticas que imponían el cambio globalizado de protestas juveniles varias y un espíritu innovador en todos los campos artísticos. Por tanto, ver a una señora de formas curvas, marabús decimonónicos, joyeríos en exceso, cardados imposibles y contando e interpretando dramones de destinos fatales, era algo muy improbable que pudiera condimentar a nuestra rebeldía varias y que resultaron, estas últimas  a la postre, lo supimos luego, mera mercaderías de fanfarrias pseudo intelectuales mitad marxista de guardarropía en lo ideológico, mitad progresismo de boutique diseñado con la etiqueta de midcult o baratillo a secas con pretensiones de haute couture en lo cultural. No obstante, y en aquel ultramarinos, algunos artículos en Triunfo sobre la copla; ún libro de Vázquez Montalbán, «Crónica sentimental de España; las reverencias de Terenci Moix al folclórismo de los años cuarenta y cincuenta; las novelas de Manuel Puig o incluso diversos estudios sobre la cultura de masas, donde en alguno de ellos se estudiaba los mensajes icónicos en la película «El último cuple», fueron faros que cambiaron nuestra actitud hacia lo que habíamos repudiado, sin siquiera conocer, y abriendo nuevas perspectivas estéticas a nuestra formación de autodidactas.

Pero aparte sumarios sobre el regreso del cuplé, la copla o el cine del ¡Ozu! como plataformas de reivindicación de la historia sentimental de un país o la apropiación de buena parte de aquellas sensibilidades por el mundo gay, la tarde, en cada fragmento de esas películas de la Montiel, me reservaba la singularidad de volver a paladear momentos montados sobre un carrusel convertido en desfile similar a la apoteosis final del «Ocho y medio» de Federico Fellini, película que plasma a la perfección ese momento particular en los que nuestra memoria mezcla realidad, sueños o si se quiere revoltillo de subconsciente freudiano. En definitiva, una suerte de barroquismo, una explosión de imágenes que en ocasiones despeñaban los desengaños, de parte de mi biografía, por acantilados que, más que abruptos, se deslizaban en caída libre por un tobogán de paredes acolchadas.

Y en esta suerte, cualquier tragedia doméstica, concretamente esas que convirtieron amores imposibles en chillidos de Medea, fue convertida en un amable entremés sin cualquier consecuencia para la crónica negra de mis particulares lutos y aquel bolero que anegó en alcohol mis noches por mol de conjurar el recuerdo de amores en el monte del olvido, una elocuente banda sonora para aquellos días que coqueteamos con el infierno y sus habitantes.

Así, que ya digo, aquel domingo que se prometía digno de frenopático, la Montiel lo convirtió en techo de la Capilla Sixtina, que también tiene lo suyo, pero al menos con el restaurado colorín impone menos. Y una vez harto de tanto trasiego por los pliegues de la memoria, y los brillis varios de la diva, di por casualidad en Netflix con la película «Nuovo Olimpo» de Ferzan Ozpetek, la cual recomiendo. Y sirva como punto final a esa tarde noche la obviedad de que ciertas cosas, unos títulos y los seres que lo acompañaron ocuparon un lugar en mi vida con passione all´infinit0:

«Yo te tenía y no sabía
que eras todo lo que quería,
que eras toda mi vida,
la ilusión indefinida,
una salida de lo banal,
una estrella en un patio,
mis alas para volar».
«Povero amore» de Mina

Epílogo

Mi padre con Sara en una entrega de premios en Mallorca

A la propia Sara la conocí en un vuelo Madrid-Mallorca en el que viaje con su famoso cuadro del desnudo apoyado en mi asiento y por cuyas molestias tuvo la amabilidad de invitarme a su espectáculo Saritísima en el Gran Teatro de Mallorca, creo recordar se llamaba propiedad de Pepe Tous. Luego, con el tiempo, me convertí en entrevistador de la inefable Sandra, alter ego de Sarita en los mundos del transformismo, y que Almodovar utilizó para su peli de «La mala educación». Y es que uno ha tenido pa to.

 

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