Culturas / Almudena Rubio

 

Definir lo que es y lo que no es cultura supone embarcarse en una de esas empresas imposibles de las que se suelen ocupar los intelectuales y, en general, los cultivadores de las humanidades. Claro que también habría que definir lo que es un intelectual y, ya puestos, lo que son las humanidades. Qué difícil llegar a buen puerto y entenderse con semejante cadena de indeterminaciones.

Bajo la etiqueta de «cultura» se acogen conceptos muy distintos. Por ejemplo, cuando decimos que alguien tiene poca o mucha cultura, nos referimos a un conjunto de saberes que normalmente se aprenden en la escuela, el instituto o la universidad; y excluimos otro conjunto de saberes igual de útiles e importantes, que se aprenden en casa o en la calle, en el taller o en la cocina, en la televisión o en Internet.

Los periódicos siempre incluyen una sección denominada «Cultura». Hay también ministros, consejeros y concejales de cultura, que muchas veces reúnen en el mismo negociado varias áreas aparentemente relacionadas, como «Cultura y Educación», «Cultura y Deportes» o incluso «Cultura y Espectáculos». En esos casos, «cultura» parece significar un combinado de literatura, historia, teatro, cine, música y una pizca de ciencia, este último ingrediente tomado con moderación por indigesto.

Otras veces se usa la cultura como forma de eludir la responsabilidad individual: «es su cultura» sirve para justificar casi cualquier cosa. Y desde la otra cara de la moneda, «es su cultura» se convierte también en coartada universal para la discriminación o la exclusión.

Hoy me gustaría reivindicar una acepción concreta de la palabra cultura, la que tiene en expresiones como «cultura argárica», «cultura romana» o «cultura fenicia». Cultura, como dijo el viejo Tylor, entendida como un todo «que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres, y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el ser humano en tanto que miembro de la sociedad».

De ese concepto de cultura tratan las Jornadas de Arqueología e Historia de la Costa Tropical, que se iniciaron en 2011 con el propósito de acercar a los ciudadanos la riqueza patrimonial de Almuñécar y La Herradura y que han seguido convocándose gracias al apoyo decidido de los sucesivos equipos municipales. El concejal Alberto García Gilabert y el arqueólogo Iván Sánchez Marcos presentaron hace unas semanas la séptima edición, que se celebrará los días 26, 27 y 28 de noviembre. Quienes no puedan desplazarse por las restricciones, los que estén lejos por distintas circunstancias o los que nos quedamos en casa por seguridad y responsabilidad, tendremos la opción de asistir de manera telemática y apoyarlos así con nuestra presencia virtual.

En este campo y en casi todos, circunstancias tan difíciles como las que estamos viviendo exigen un esfuerzo extraordinario de organización y de imaginación. La continuidad es ya un triunfo en sí misma. La cultura, en cualquiera de sus acepciones, corre el riesgo de ser relegada precisamente cuando es más necesaria, cuando debe seguir aquí para ayudarnos a superar la inmediatez y para que no olvidemos en ningún momento lo que nos hizo y nos hace humanos.

Difundir nuestro patrimonio arqueológico es primordial para recuperarlo, estudiarlo, apreciarlo y protegerlo, antes de que la urbanización termine de superponerse a los restos y haga prácticamente imposible conocer esas otras culturas, las de quienes habitaron estas costas mucho antes que nosotros. Su rentabilidad no radica solamente en sumar atractivos para un turismo diverso y exigente; constituye además un capital que tiene valor por sí mismo y una herencia que no podemos hurtar a las generaciones que van llegando a este mundo saqueado y cada vez más inhóspito.

 

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