De apaciguadores, colaboracionistas y cómplices / José María Sánchez Romera

Es ya un tópico de los paradigmas históricos el llamado “apaciguamiento” que las democracias occidentales europeas (básicamente Gran Bretaña y Francia como grandes potencias de la época) emplearon con la Alemania de Hitler a finales de los años treinta que culminaron en el vergonzoso Pacto de Múnich. No obstante, a despecho de las lecturas fáciles del pasado una vez conocidas las consecuencias, debe señalarse que nadie en Europa quería una nueva guerra, la Primera estaba muy reciente. Producto de esa experiencia pareció quedar grabado a fuego para el futuro que las concesiones no sirven de nada frente a una dictadura que ignora principios morales básicos. Idéntico error al que se cometió con el tirano Stalin, cómplice de Hitler antes de que éste atacara la URSS, al que también se trató de complacer con diversas concesiones en la última conferencia de los aliados, celebrada en la ciudad alemana de Postdam, que el caudillo bolchevique despreció para consolidar su proyecto de un bloque comunista en el que la URSS convertía el Este de Europa en un macroprotectorado. De esa forma, quedó en evidencia que su contraofensiva contra las tropas alemanas no tuvo como objetivo liberar esos territorios del nazismo, sino para ser anexionadas, bajo una independencia estrictamente nominal, al naciente imperio soviético. Churchill, a su tiempo, denunció ambos peligros, el nazi y el bolchevique, pero nadie le hizo caso y su advertencia sobre los efectos geopolíticos del mundo cayeron en saco roto (“Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”; “Desde Stettin en el Báltico, hasta Trieste en el Adriático, una cortina de hierro ha descendido por todo el continente…”).

Hay una cierta lógica en la tendencia apaciguadora de las democracias liberales porque como sistemas políticos de opinión pública la unanimidad, o algo similar, puede obtenerse en caso de una agresión exterior. Sin embargo, intervenir en conflictos lejanos en apariencia ajenos a los intereses nacionales, provoca fuertes disensiones e incomprensión. La participación norteamericana en la Guerra de Vietnam marcó una época y encendió fortísimos conflictos sociales en los que las imágenes de los ataúdes de los soldados americanos eran la gasolina. La ventaja de los regímenes autoritarios o directamente dictatoriales es que tienen la información controlada y no permiten las disensiones públicas, así que pueden ocultar los hechos o mentir sobre los mismos para limitar el coste político que tiene el promover o entrar en una contienda.

Pero conocer las causas y los efectos que provocan algunas decisiones por el conocimiento que nos da la historia no significa que no se vuelvan a recorrer parecidos vericuetos. Quizás pensando en que no siempre tienen que salir mal las cosas y que con ciertos sátrapas sus intereses personales pueden jugar un papel importante, se busca convencerlos a base de concesiones en la esperanza de que se avengan a conformarse con menos o faciliten salidas no traumáticas a la dictadura vigente. Tales hayan sido probablemente las esperanzas de los USA y la Unión Europea en sus tratos con Maduro, sin perder de vista intereses estratégicos, económicos y también políticos derivados de la cercanía ideológica con el dictador venezolano, oscilando entre el colaboracionismo y la complicidad. En el caso, las antecedentes para confiar en la buena fe del autócrata venezolano no podían ser peores puesto que su brutalidad y represión no hizo más que incrementarse desde que sucedió a Chaves (incluyendo un trágico éxodo masivo de venezolanos huyendo de la miseria y la falta de libertad). Los comicios de su reelección, no sólo los actuales, siempre fueron de más que dudosa limpieza y la única vez que el Régimen no controló el resultado electoral perdió claramente las elecciones legislativas de 2.015. Esto último no fue óbice para acosar a la Asamblea Nacional, a sus miembros y crear un órgano de representación paralelo para suplantar las funciones de la Cámara de representación del país. A partir de ahí confiar en que Maduro aceptara sin más lo que saliera de las urnas en las elecciones presidenciales era jugar a la ruleta rusa con el tambor lleno de balas. No se le pidieron garantías ni condiciones, Maduro por tanto no las dio y lo que ha venido después es el desenlace que cabía esperar.

La situación del país caribeño garantizaba la derrota de Maduro, una situación de la que nada bueno se podía decir y que difícilmente los venezolanos votando libremente querrían prolongar. Esto ya tuvo su primer síntoma en la aplastante victoria de María Corina Machado en las primarias para elegir el candidato de la Oposición. Viendo venir el desastre, anticipo a la vez de las convicciones democráticas de Maduro, el régimen bolivariano inhabilitó a la Sra. Machado para que no pudiera ser elegida, tratando de descabezar y dividir a la alternativa. Ese hecho debió motivar la repulsa internacional al proceso electoral sin esperar al amaño electoral que ya se anunciaba. Pese a todo, eludiendo la trampa y el fraude del Gobierno chavista, se eligió un nuevo candidato de unidad, Edmundo González, que según los datos avalados por todos los organismos independientes ganó las elecciones con amplitud. A partir de ahí lo que ha venido después no ha sido más que la secuela de quien lleva años sometiendo a su pueblo a una tiranía cruel: cierres de medios, detenciones, desapariciones y una ruina económica sin precedentes. Fiel a esa ejecutoria, Maduro se proclamó ganador de los comicios sin acabar el escrutinio, ha iniciado una represión implacable contra todo el que no admita el resultado y cada día reproduce sus públicas amenazas contra todo el que discuta su triunfo. Para reforzarse interiormente el Tribunal Supremo presidido por una magistrada que había pedido el voto para Maduro ha validado la victoria del oficialismo y la Fiscalía ha abierto un proceso contra el candidato opositor con la intención de detenerlo. La realidad es que todo cuanto ha venido tras el 28 de julio estaba anunciado en los precedentes e, incluso, pese a las abrumadoras evidencias, las habituales complicidades con la dictadura continúan intactas con sonrojantes apoyos explícitos, silencios culpables y cínicas peticiones de diálogo entre el régimen y una oposición que está siendo perseguida y reprimida con saña por las fuerzas policiales y militares bajo el control del Gobierno de Maduro. Es la conocida técnica epistemológica progrewoke: un correcto análisis de las cosas es el que prescinde de los hechos que no confirman la teoría.

José María Sánchez Romera

 

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