Desayuno de tristeza / Tomás Hernández

De pronto el día se te rompe en las manos y la mañana se llena de tristeza. Bajé a desayunar, como hago con frecuencia, al restaurante de Luís y Alicia en la playa de Los Berengueles. No es sólo el privilegio del rincón, un bosquecillo de mimosas en flor y el mar. Es, sobre todo, el cariño y el afecto de Coco y José, el rato de charla y las bromas. Hoy todo se quebró. “Luís Felipe Olmedo ha muerto”. Y donde antes había una persona querida, el color de los ojos, el tono de una voz apresurada y cordial, un abrazo, sólo hay un vacío. Un vacío repentino.

La pérdida es dolor y nos duele cada amigo perdido a su manera, porque “el amor es único”, decía Juan Ramón. Me une a Luis Felipe una amistad que empezó en la terraza de un bar -¿dónde si no?- y una larga charla. Fue hace más de treinta años. Hablamos de Almuñécar, de las piedras con historia y de la vida apacible. Mucho tiempo después seguíamos recordando aquel encuentro.

Disfrutamos luego la amistad cotidiana, un café mañanero, el vino blanco del mediodía en La Caleta, Pepe detrás de la barra, alguna noche de excesos. Últimamente pintaba mucho, acuarelas, sobre esta bahía o los campos. En todas ellas estará su mirada.

Decir tu nombre, Luís Felipe Olmedo, no será un vacío, sino una celebración de la amistad.

Tomás Hernández

 

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