Día D: Los soldados de la libertad / José María Sánchez Romera

Los mejores días del año son los del día de reflexión previo al ejercicio del derecho al voto, es el día en que la tranquilidad viene impuesta por decreto. El resto del año ya se vive como período preelectoral o propiamente electoral como consecuencia de la incesante convocatoria de comicios de todo tipo. Como todo exceso tiende a la degradación y en consecuencia la calidad de los mensajes que se transmiten, caracterizados por su tendencia mostrenca. De esa forma en la evolución del mensaje político ha empezado el tránsito de la posverdad a los silogismos sin premisas. Por ejemplo: un político dice que una moción de censura es una posibilidad “en el contexto adecuado” y la conclusión sin premisas es que quiere pactar con Junts esa moción. Es como comentarle a un amigo la posibilidad de ir fin de semana a París y se ponga a contar por ahí que te propones robar la Gioconda.

Por eso, no causa ninguna sorpresa leer a un inquieto activista de X escribir en estos días que “quien liberó a Europa de los nazis fue el Ejército Rojo, no los soldados norteamericanos que desembarcaron en Normandía cuando los nazis ya habían huido”. El disparate, en el ochenta aniversario de la Operación Overlord, algo más que una opinión individual, por la ignorancia que demuestra, el sectarismo que refleja y el desprecio a un sacrificio que es muy dudoso que hiciera el autor del comentario, no merece mayor esfuerzo que el de recordar los miles de muertos enterrados en Francia caídos en el curso del asalto a la llamada “muralla del Atlántico”, principio del fin de la ocupación nazi de Europa. Aquellos jóvenes, casi adolescentes, entregaron su vida por la libertad de todos y muchos murieron nada más desembarcar acribillados por las balas de los alemanes e incluso dramáticamente ahogados por el peso del equipo militar que llevaban cuando no conseguían hacer pie en la orilla. El comentario en X permite además aclarar algunos malos entendidos y también deliberadas tergiversaciones de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Lo merecen esos muchachos que iban en las lanchas de desembarco con los rostros demudados perfectamente conscientes de que podían morir en pocos minutos pero que no dieron un paso atrás frente a la lluvia de fuego que les esperaba.

El Ejército Rojo tuvo sin duda un papel trascendental en la derrota de la Wermacht a la que desde noviembre de 1.942 fue haciendo retroceder por el frente Este de Europa hasta la toma de Berlín en mayo de 1.945. Pero esa es una parte de la historia que no hace justicia a la verdad de los hechos que, quizás ingenuamente, todavía algunos creen que se puede defender. Porque el Ejército Rojo que con mano de acero, haciendo honor a su apodo, dirigía Stalin lo que hizo fue ejercer la legítima defensa frente al agresor alemán que lo había invadido en 1.941 (Operación Barbarroja). Para eso Hitler tuvo que romper el pacto germano-soviético (Ribbentrop-Molotov) de 1.939, en virtud del cual nazis y bolcheviques acordaban no atacarse, comerciar y repartirse Polonia, como así hicieron en el mes de septiembre. Los soviéticos no fueron inocentes y estuvieron muy cómodos mientras Hitler ocupaba el Oeste de Europa con la novedosa táctica de la llamada “guerra relámpago”. Cuando avisaron a Stalin que la URSS había sido invadida no quiso creerlo, después tuvo un colapso psíquico del que tras diez días pudieron sacarlo sus colaboradores para que tomara las riendas de la defensa del país. El definitivo fracaso del frente en Stalingrado, la vigorosa contraofensiva soviética y el “general invierno”, junto con la ingente ayuda material de los occidentales reconvertidos en aliados, hicieron el resto. Como antes Carlos XII de Suecia y Napoleón, Hitler sufrió una derrota catastrófica que a la postre sería el final de su régimen.

La verdadera némesis del dictador alemán estaba y estuvo desde el principio en el otro lado de Europa. Un conservador, imperialista y nacionalista inglés, con merecida fama de borracho y formado políticamente en el “rule of law”, sólo concebía que a las cinco de la madrugada a la puerta quien tocaba era el lechero y que nadie podía ser coaccionado arbitrariamente por el Estado. Fue el único que tuvo claro desde el primer instante que la rendición o el pacto no eran una opción. Mientras unos se entendían con el dictador alemán y otros consideraban que su amenaza nos les afectaba, Winston Churchill, en solitario tras la caída de Francia y con escasa ayuda americana al principio, resistió el poderío alemán hasta provocarle su primera grieta derrotando a su fuerza aérea y contraatacando con bombardeos en suelo alemán, algunos desde luego muy que discutibles en sus objetivos como represalia de los que recibía su país. Luego, el ataque a Pearl Harbor lo cambió todo, los americanos liberaron su inmensa capacidad industrial en apoyo de la coalición formada contra el Eje de Acero (Berlín-Roma-Tokio). Partiendo desde Inglaterra empezaron a partir de mitad de la guerra las decisivas incursiones aéreas de la RAF y la USAF que debilitaron la industria alemana y desmoralizaron a la población. Los Avro Lancaster británicos y las fortalezas volantes B-17 americanas causaron estragos en el corazón de Alemania arrasando ciudades enteras para minar su resistencia. El golpe definitivo se produjo cuando se consiguió dotar a cazas P-51 Mustang de suficiente autonomía de vuelo para defender de la Luftwaffe a los bombarderos aliados completando el trayecto de ida y vuelta. A la vez los alemanes fueron sacados por los aliados occidentales del Norte de África, luego de Sicilia y también de Italia tras el desembarco de Anzio. Sin todo ello el Ejército Rojo habría tenido muchas más dificultades o no habría conseguido derrotar a los alemanes.

Esa tarea que implicó el sacrificio de miles de seres humanos permitió abordar el proyecto de iniciar la invasión del continente europeo con tras muchas dudas y vacilaciones sobre su viabilidad y el lugar más adecuado en el que llevarlo a cabo. Churchill, muy dado a la euforia y la depresión (su “perro negro”), vivió aquellas fechas atormentado por el recuerdo de su fracaso en los Dardanelos durante la Primera Guerra Mundial donde murieron 35.000 hombres. Su preocupación, al margen de su amarga experiencia, estaba justificada porque los alemanes habían fortificado toda la costa atlántica y la sorpresa del desembarco fue más bien relativa como demuestran los miles de soldados aliados muertos el primer día de la operación. La apertura de ese frente facilitó las cosas a los soviéticos al tener los alemanes que dividir sus fuerzas hasta causar su derrumbe completo.

El fin de aquella historia dejó en todo caso consecuencias muy diferentes: los ejércitos aliados de Occidente entraron como fuerzas armadas de liberación y el Ejército Rojo lo fue de ocupación por décadas de la Europa del Este (nacía el Telón de Cero). Los soldados que murieron por restaurar la democracia en los países que reconquistaron para sus ciudadanos merecen como homenaje mínimo el de la verdad.

 

También podría gustarte