Somos como balcones temerosos de arrojarse al abismo que los circunda, pero en el que terminan por perecer retroalimentándose de terror y fascinación . También podíamos ser un bosque africano con su eterno misterio, pero somo fugaces y olvidables y en el fondo es lo que nos aterra de la muerte. Cuando te dan un diagnóstico médico, para entendernos, cuando el especialista te mete las cabras en el corral es el momento en el que realmente nuestra física, química y ese ultrasentido que parece habitarnos se conjugan en uno y trino ante la amenaza de las palabras navajeras que como cataratas empiezan a retumbar por tu mente convertida en una gran sala vacía presidida por el ángel de la muerte adelantándose a «vastos jardines sin aurora». Frente a nosotros, el médico se ha transformado en un oscuro heraldo de catástrofes venideras deslizándote al oído el catálogo de suplicios que te espera y del que en parte, de seguir sus instrucciones a pie de letra, de retirarte del desorden inductor que te ha llevado a la enfermedad, él puede aliviarte aunque los pecados hayan sido tantos que cualquier salvación de todos ellos sea improbable. La expiación de la carne requiere disciplina para amaestrar la disolución hacedora de la locura y el caos que nos ha llevado al presente de nuestra existencia, al pudrimento de nuestras células. El especialista parece no dar una oportunidad a cualquier descargo de culpa, a decirle que la devastación no es toda mía y sí de ese tigre que acecha en la jungla física que compone nuestra naturaleza y que desde el principio espera actuar destrozando todos los ordenes conocidos de nuestra biología. Es sabido que el gatito salvaje, consigue derrotar hasta la química más certera. Luego, al salir de la consulta mi natural hipocondriaco con algo de humor negro reflexiona sobre la industria de la muerte y sus especializaciones; la misma profesión de médico sería innecesaria si no existiese la muerte ¡Tampoco las funerarias! Y creo que mucho menos la Iglesia y su vida eterna. Y ya puestos, hasta me acuerdo de aquellos fotógrafos que se dedicaban a ir por las casas a fin de retratar a los difuntos. ¿Y dónde los jardineros de cementerio, los crisantemos, las plañideras de las alabanzas? Propongo el juego de ir pensando en aquellas profesiones, oficios, negocios de la necrofilia de seguro inexistentes si la figura del muerto desapareciera. Abundoso tema para todo un verano. Me paso la tarde viendo El séptimo sello y, para aligerar, Amanece que no es poco.