Dos Episodios (Nacionales) / José María Sánchez Romera

En los últimos días dos episodios de distinto significado político y con particulares perfiles, han conseguido soliviantar de manera muy notable al centro-derecha en España, tanto en su vertiente mediática como en la partidaria. La visita de Yolanda Díaz al Papa Bergoglio ha hecho sonar los arcabuces del periodismo conservador y los partidos de la oposición al Gobierno se han hecho oír a causa de esa especie de tenida que todo el arco parlamentario a la izquierda del PSOE organizó en la sala Clara Campoamor del Congreso de los Diputados con permiso de la Presidenta de la Cámara. Sin negar que haya razones para la crítica, la misma se ha hecho de una forma desenfocada, en el primer caso de forma deliberada y en el otro por perder de vista lo que quizás era más obvio.

Los medios de centro-derecha por evidentes motivos relacionados con la profesión de fe católica que de forma más o menos explícita inspiran sus trayectorias, han puesto en el centro de sus ataques a la Vicepresidenta Díaz por pedir, y obtener, una audiencia con el Santo Padre, lo que resulta una completa sinrazón. Primero porque el Papa como ser humano no es propiamente un objeto de fe, porque ésta consiste en creer en lo que no se puede percibir sensorialmente, y segundo porque fue el Papa quien aceptó recibirla. Puede que en su decisión haya pesado la esperanza de que la Sra. Díaz inicie su propio camino de Damasco o que se tratara de un gesto de cortesía hacia una líder que parece estar en proceso de construcción. Criticar a la política española como si se hubiera colado en el Vaticano para hacerse una fotografía con la que darse fuste de cara a sus ambiciones, aunque pudiera haber algo de eso, es desviarse de la cuestión fundamental: estuvo allí y charló con el Vicario de Cristo en la Tierra porque éste dio su plácet al encuentro. No solo eso, los gestos fueron de completa cordialidad por ambas partes, muy lejos del anticlericalismo que exhibe la izquierda en cuanto le conviene y del gesto adusto de Bergoglio cuando el visitante no es de su agrado, digamos que “espiritual”. Por lo demás que la Sra. Díaz esté a favor del aborto y la eutanasia, motivo que se ha esgrimido como demostración de la incoherencia de visitar al representante máximo del Estado Vaticano, vuelve a situar la cuestión en el punto equivocado. Eso lo sabía el Papa que tiene el servicio de información más antiguo y experimentado del mundo y es evidente que tienen que existir otros muchos aspectos que hayan abierto espacios para esa interlocución, determinantes en el ánimo de recibir a la Vicepresidenta del Gobierno de España. Por lo demás debe respetarse el derecho de cualquier persona a reunirse públicamente con quien quiera porque así además todos quedamos en la mejor situación posible para sacar sus propias conclusiones.

También el acto de los socios parlamentarios del Gobierno llevado a cabo en el Congreso de los Diputados para cuestionar las actuaciones policiales y judiciales que han llevado a la detención y condena de políticos y gente que se declara próxima a esos partidos, ha provocado agrias críticas de la oposición. Seguramente casi todas ellas muy justificadas, pero llevadas al lugar del conflicto donde no existe ganador. Lo que para unos es el eje vertebrador de un proyecto político de estado-nación basado en el texto constitucional, para los otros es su némesis y esa contradicción insoluble conduce a un paraje políticamente desolado. Por otra parte, no es ya ningún problema, por sabido y por tanto descontado, que los partidos antisistema, incluso alguno que está dentro y fuera a la vez, lancen graves críticas a instituciones básicas del Estado, porque nunca han dejado de hacerlo y en ello van a seguir en la medida que abominan las leyes que hoy nos rigen y el “agit-prop” es su táctica preferida de desestabilización para tratar de abolirlas. Son biológicamente “deconstructores” de lo que España significa como proceso histórico y realidad política. Por todo ello habría sido una forma más eficaz y comprensible de contrarrestar esos dicterios proyectar las imágenes y reproducir las palabras pronunciadas en las comisiones de investigación por los portavoces de los partidos convocantes del acto utilizando como dogmas arrojadizos los informes policiales y las resoluciones de la justicia cuando quieren acorralar a sus adversarios políticos. Todos han sido vistos haciendo flamear los informes de la UDEF, de la UCO y sentencias de distintos tribunales, como pruebas para sostener sus graves acusaciones. Son documentos confeccionados por los mismos cuerpos profesionales que según dicen conspiran contra ellos, lo que nos hace concluir que al final jueces y policías conspiran contra todos, incluso contra los que conspiran con tales organismos del estado para perseguir y condenar a los que se reunieron en la sala del Congreso. Y por supuesto que la próxima vez se paguen ellos el albergue, tales desahogos carecen de toda relación con la actividad parlamentaria. Pero en definitiva, lo mismo que el derecho de reunirse libremente es innegociable, debe declararse inconcuso también el derecho de todo ser humano a seguir proclamando que no es culpable, aun después de condenado sin recurso posible. Un trasunto de lo que decimos nos lo proporciona la excelente película “Cadena perpetua”: en el penal de Shawshank todos los convictos se declaraban inocentes. Eso sí, entre carcajadas.

José María Sánchez Romera

 

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