No sé si será precisamente afortunada la definición de Luis Rubiales como alguien básicamente básico, redundancia necesaria en función de lo que transmiten sus palabras, comportamientos y actitudes. Una persona primaria en la que no anidan cuestiones complejas como las que se representan a algunas personas y que a veces las paralizan, aunque a la larga puedan sus acciones sus acciones pueden ser más eficaces una vez depuradas por la reflexión. En todo caso, esta descripción apresurada, probablemente superficial, del Presidente de la RFEF, a falta de un conocimiento más profundo sólo posible como consecuencia del trato directo, dista mucho de considerarlo estúpido en su acepción original, todo lo contrario, un individuo primario puede estar dotado de una gran inteligencia, de entendimiento o psicológica, que le permita ser exitoso en la vida. Suele ser habitual que los intelectuales no entiendan el éxito social o económico de gente con escaso bagaje académico, pero es que en esos campos la simplificación de los procedimientos en las relaciones suele ser más eficaz que las complejas elaboraciones teóricas asequibles únicamente para ciertas minorías.
De lo anterior se deduce que el Sr. Rubiales dados sus progresos en la pirámide del poder deportivo dispone de resortes personales que le facilitan y le han permitido un progreso exitoso en el mundo futbolístico en el que siempre se ha movido. Sus habilidades no se han limitado a la práctica deportiva, sino que después han tenido una continuidad en el apartado dirigente del fútbol, hasta conseguir llegar a la cúspide del mismo. Cierto es también que se trata de un mundo desde luego poco exigente en cuestiones de orden superior, pero es forzoso reconocer que ya quedan escasos ámbitos en que los requerimientos de formación alcancen niveles donde los requisitos de excelencia delimiten amplias esferas de exclusión para aspirar a formar parte de núcleos de poder. Por tanto, es evidente que Luis Rubiales está dotado de habilidades suficientes para haber accedido y llegado a dominar un sector tan socialmente relevante en España como el fútbol.
Podríamos decir que a la vista de los acontecimientos que han ennegrecido el gran éxito deportivo del fútbol femenino, es posible que el Presidente de la RFEF haya sido víctima fatal del “Principio de Peter” y que la gestión inmediata del éxito deportivo en el que tanta influencia sin duda ha tenido, le haya superado. Es forzoso recordar el motín de quince jugadoras de la Selección Española queriendo forzar la destitución del entrenador, Vilda, y el apoyo cerrado que Luis Rubiales le otorgó, sin ceder a la presión a la que fue sometido por dichas jugadoras. El que su apuesta por mantener al entrenador quedara avalada nada menos que por el Campeonato Mundial no puede por menos que, en tales circunstancias, provocar un pico de euforia cuya intensidad puede alcanzar, como ha sido el caso, una gradación elevada. Y ha sido ahí, en ese carácter primario, primitivo si se quiere, donde lo que antes fue la herramienta del éxito se ha vuelto en contra de su dueño. El contexto de la victoria superó al personaje y desató sus pasiones con un fondo de reivindicación de las decisiones que había tomado, que sin duda le crearían fuertes tensiones y dudas. Su comportamiento en el palco con un gesto absolutamente inapropiado, no solamente en esa, sino en cualquier otra situación y la sucesiva liberación de su euforia en el curso de las celebraciones inmediatamente posteriores al partido, le han puesto en el disparadero. Pero aquí, huyendo de las simplificaciones y de las ya clásicas campañas de linchamiento político y mediático, se deben hacer algunas consideraciones, pese a que, en alguna medida, lo sean a contracorriente.
Quizás sea lo más importante señalar que el Sr. Rubiales ya acumulaba episodios lo suficientemente vidriosos como para que se hubiera promovido, especialmente por los mismos que lo nombraron, la gente del fútbol, su remoción del cargo. El que hasta ahora no hubiera ocurrido no tiene otra explicación que la existencia de intereses y complicidades de todo tipo. Lo cierto es que, salvo algún escándalo, rápidamente zanjado por los mismos medios que ahora lo lapidan, el Presidente del fútbol ha ido esquivando las sucesivas polémicas que le han afectado sin que hayan tenido mayores consecuencias. Sin embargo, el beso a una de las futbolistas de la selección cuando recibían las medallas, ha desatado un ciclón político-mediático del que ya parece difícil que pueda escapar. La cuestión presenta dos vertientes principales: la que tiene que ver con el acto en sí y la posibilidad de la atribución de un delito de agresión sexual. El acto en sí es un exceso, una licencia que Rubiales supuso que la euforia del momento toleraba. No puede ser así porque su cargo y la ética le obligaban a ser respetuoso y contenido en sus gestos (ya demostró en el palco que eso no lo tiene claro). Respecto del delito, se ha oído a un rábula con balcones a los telediarios tomar al pie de la letra el artículo 178 del Código Penal para concluir que la mera falta de consentimiento de la jugadora determina la comisión del delito. Interpretado así puede entenderse como agresión sexual un beso espontáneo a una amiga en un ambiente de emotividad e incluso a la propia pareja, cualquiera que sea el contexto o la intencionalidad del que lo hace, ya que en estos dos últimos casos tampoco existiría consentimiento.
No obstante, como decía Nietzsche, dado que no hay hechos sino interpretaciones, todo apunta que a Luis Rubiales lo van a “interpretar”. A conciencia.
José María Sánchez Romera