En Banco Central Europeo (BCE) ha llamado esta semana la atención el gobierno de España por su proyecto de impuesto a la banca. El gobierno ha respondido al regulador europeo como desde luego merece: con absoluto desprecio. El organismo que ha creado la monstruosa inflación que padecemos consistente en tipos de interés negativos, compra de deuda pública y privada, suplantando a la vez la tradicional misión de la banca comercial de captar ahorro remunerándolo para prestarlo a su vez a mayor interés a los demandantes de financiación. El gran mago Draghi, despedido como Merkel (y su fantástica política energética) casi en olor de santidad, decidió alterar bruscamente los objetivos iniciales que inspiraron la creación del BCE para la creación de una zona económica estable y con la excusa de salvar el euro inició la etapa intervencionista que nos ha traído aquí. El balance del BCE ha pasado del 5,8% de la eurozona a un increíble 59% del P.I.B. Pese al sentimiento publicado por los medios los números de Italia después de su ejecutoria como Presidente del Consejo no son mejores que su herencia en el BCE continuada por la Sra. Lagarde. Ahora bien, que la política, nunca mejor empleada la palabra, llevada a cabo por el BCE sea acreedora de un justificado desprecio no significa que no tenga razón en el impuesto a la banca en España, que por supuesto la tiene. Dice el Gobierno que el informe del Banco Central solo es una recomendación, también los médicos recomiendan a los pacientes los tratamientos, seguirlos o no son cosa del enfermo, al igual que sus consecuencias.
Las nefastas consecuencias de las decisiones del BCE están a la vista, el dinero ha perdido gran parte de su valor a causa de la emisión masiva, los bancos han sido suplantados en sus funciones comerciales al ser meros canalizadores de los flujos de liquidez del propio BCE y el famoso coste cero de la financiación ha devorado el valor de los ahorros de la gente y su capacidad adquisitiva. Ahora la preocupación se proyecta sobre la subida del precio de las hipotecas que se ha visto beneficiado por la manipulación de los tipos de interés causada también por el BCE. Nada es gratis, lo que no pagan unos cae sobre otros, lo que nos hemos ahorrado en hipotecas y la financiación gratuita de los gobiernos europeos lo han pagado los ahorradores con el nulo rendimiento de sus depósitos y viéndose obligados a acudir a la renta variable, otorgándole un valor de mercado que no tiene, obligados los inversores por la deriva de coste cero de los préstamos. Pasado el tiempo cabe preguntarse dónde está representada, en el caso de España por ejemplo, la inmensa deuda pública que arrastramos. Antes del actual estado de cosas se pagaban pensiones, sanidad, educación, policía y demás gastos necesarios. Ahora es cuando surgen las dudas sobre la solvencia pública y la capacidad de sostenimiento del gasto contraído, sobre los que gravita el pago de una deuda monstruosa cercana a los 1,5 billones de euros. La dirección vertical (sucedáneo de la planificación central) de la economía por el BCE se ha convertido en un completo desastre para los europeos y a no tardar mucho pondrá en cuestión la propia Unión Europea.
Por alguna razón que indudablemente tiene que ver con nuestra propia naturaleza, los humanos tendemos a creer en un momento dado que los paradigmas asumidos hasta un cierto momento deben subvertirse. Hay quien de pronto reinventa el mundo o un aspecto del funcionamiento social y concluye que lo que hasta la fecha constituían unas razonables certezas sobre ciertos asuntos eran en realidad errores de perspectiva, análisis desenfocados del conjunto de circunstancias de la existencia. Debe ser por eso que pese a las negativas experiencias históricas que nos recuerdan las calamidades que han causados los excesos en la creación de dinero, los dirigentes del BCE pensaron que esta vez sería distinto, aunque es difícil imaginar por qué. En Alemania la inflación desatada en los años 20 hizo que un par de zapatos que en 1.913 costaban doce marcos en noviembre de 1.923 tuvieran un precio de treinta y dos mil millones de marcos (la cifra no es una errata). La hiperinflación provocada por los bolcheviques en Rusia para imponer el comunismo devastó la economía a tal punto que el P.I.B. se desplomó en el primer año casi el cien por cien. Sus efectos fueron tan demoledores que el Gobierno de Lenin tuvo que implementar la NEP (Nueva Política Económica en su acrónimo inglés), consistente en volver a permitir cierta economía de mercado y la propiedad de pequeñas fábricas y negocios. Más cercano en el tiempo tenemos el caso de Venezuela con millones de desplazados a causa de la pobreza provocada por la inflación.
Los causantes del mal tratan de paliarlo ahora con ciertas contramedidas como son limitadas subidas de tipos de interés, que siguen siendo irreales, causando nuevas distorsiones en las economías domésticas atenidas en sus cálculos a costes de financiación de deuda, especialmente las hipotecas, muy bajos. A la vista de ello, el Gobierno de España para contraprogramar al BCE se prepara para intervenir el mercado hipotecario, como si no lo estuviera ya bastante, y obligar a la banca a limitar el incremento que las subidas del BCE tienen sobre esos créditos. El argumento es que con las subidas de tipos la banca va a ganar más y que eso tiene que ser, por decirlo así, compensado (impuesto específico aparte). Esto no es cierto porque la banca ya no se va a financiar gratis del BCE y tendrá que captar ahorro remunerado, cosa que hasta ahora no hacía. Otra vuelta de tuerca intervencionista que si se lleva a cabo encarecerá los nuevos créditos y los servicios bancarios (es decir que, como hemos dicho, lo pagarán otros) y que no servirá de nada, mucho menos si el origen del mal, el gasto público detraído de la economía real, no se controla de forma drástica.
Pero un hecho que no se puede pasar por alto en un análisis ecuánime de todo esto es que la banca privada se ha dejado envolver en un juego cuya nefasta deriva tenía que conocer. Lo justo es que comparta con el BCE una parte del desprecio que éste merece.
José María Sánchez Romera