Escribir desde el lado madridista sobre el F.C. Barcelona sin duda estará lastrado por algún sesgo cognitivo que puede llevar al error en las hipótesis y a que las aserciones negativas en relación con el equipo catalán puedan ser erróneas por motivo de esa rivalidad. Pese a todo, y tratando de aplicar cierto grado de racionalidad a algo tan desprovisto de ella como son las filias y fobias deportivas, se puede alcanzar a ver que lo más escandaloso de este asunto es que lo sea más que otras muchas cosas que han pasado y están pasando en España mucho más graves, aunque no es muy relevante como reflejo de una época en la que sostener determinados posicionamientos han servido como coartada para justificar conductas tan poco ejemplares como antidemocráticas.
Los hechos que hemos conocido estos días pese a circunscribirse, de momento, al ámbito deportivo, no se han podido librar de esa especie de maldición que se cumple en todo proceso histórico y por la cual la historia se repite primero como una gran tragedia y después como farsa, en este caso sin solución de continuidad. Porque, cumpliendo ese principio, la directiva del equipo barcelonista no ha tenido otra idea mejor que, una vez ocurrida la tragedia, anunciar una investigación interna que en sí misma solo puede significar que el Sr. Laporta averigüe que él mismo Laporta y otros dirigentes del club ordenaron los pagos poco justificables en su cuantía al Sr. Enríquez Negreira. Una bomba de humo sin humo que terminará ridiculizada con el paso del tiempo por absurda y que se une al gag, digno de Benny Hill, del bien pagado Sr. Enríquez cuando amenazó al club con revelar las irregularidades cometidas ¡mediante burofax! Una farsa en doble acto con la que los autores de la ilegalidad quedan en evidencia y con pocas opciones para su defensa. Así las cosas, el anuncio de transparencia por parte de la directiva del club, después de lo que se está sabiendo sobre los pagos y sus responsables, no certifica otra cosa que el colapso que las revelaciones publicadas ha causado en la institución. El pobre Xavi, primer entrenador del equipo de fútbol, también ha querido ayudar a desviar en lo posible el foco de la atención mediático quejándose de la labor arbitral durante el partido del jueves. Entre lo cínico y lo cómico, tan propio de la picaresca, señalar al árbitro por un lance de juego en un partido de una eliminatoria menor cuando te acusan de algo que se parece mucho a comprar trencillas durante veinte años demuestra hasta qué punto la noticia ha desquiciado, y por ello con todos los visos de ser cierta, a todos los estamentos del club.
Seguramente lo mejor del Barcelona son sus aficionados de fuera de Cataluña, carentes de conexiones afectivas con la cultura y tradición catalanas, su identificación con el equipo es puramente deportiva y carente de toda contaminación, sobre todo de la política, que en el caso del independentismo ha utilizado el club y sus triunfos para la construcción de un metarrelato que debía guiar al “pueblo catalán” hacia su destino independiente de eso que llama el secesionismo “Estado Español” para señalar una identidad artificial. Pero ahora sí, con esto el “procés” ha muerto, el mismo equipo de fútbol, representación de una excelencia nacional que merecía un estado, que lo llevó al éxtasis en octubre de 2.017 lo va a devolver a la postración por otros ¿cincuenta años? Un interregno en el que, como se quejaba Negrín (“Y mientras, venga a pedir dinero, y más dinero», se quejaba el último Presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República), lo previsible es que se vuelva a esa especie de colaboracionismo con un invasor retribuido mediante dádivas con las que sobrellevar la ocupación.
La reacción compungida y apesadumbrada de los líderes independentistas no puede ocultar la práctica de una ética consecuencialista para la que casi todo está justificado si sirve para alcanzar la independencia. No sería justo destacar en ellos de manera especial sus reiteradas tergiversaciones y mentiras de todo orden cuando eso se ha convertido en operativa de curso común en toda la política nacional. Mucho peores han sido sus comportamientos totalitarios y el desdén por millones de catalanes disconformes que con el proyecto separatista, de hacerse realidad, los convertiría en parias, personas alienadas de ese mundo de Jauja prometido cuando Cataluña dejara de formar parte de España. Es difícil no pensar en que si todo este engrudo hubiera sido cosa del Real Madrid, los próceres independentistas desgarrarían sus ropas en las escalinatas del Congreso, la alargada sombra de Franco (dos veces la insignia de oro y brillantes le fue concedida por el club catalán) se vería en una conspiración que naturalmente alcanzaría a la odiada Monarquía del discurso del 3 de octubre y a todo el régimen opresor del ´78, que dio a Cataluña estatus de nacionalidad y que no obstante habría demostrado su necesidad de ser abolido. Por supuesto Florentino Pérez habría sido inmediatamente conducido a la prisión de Soto del Real, en el mismo furgón policial que llevó a Junqueras y el resto de (ex)sediciosos catalanes, a imitación del vagón de Compiègne, para la historia la simbología tiene gran importancia. Además, Pedro Sánchez tomaría el puente aéreo a Barcelona tras obtener una audiencia que, con ofendida renuencia, le habría concedido Pere Aragonés. ¿Delirios de la imaginación? No del todo, basta repasar la relación de “agravis” y de las exigencias consiguientes del secesionismo en todos los años que han pasado desde que Tarradellas, uno de los últimos vestigios de sensatez salido del mundo nacionalista catalán, dejó de ser Presidente de la Generalidad.
Si añadimos el Gobierno central convertido en una inacabable riña tumultuaria que solo cesa para convenir en algún despropósito, es cada día más fácil entender el discurso de abdicación de Amadeo de Saboya antes de abandonar definitivamente España. No sería extraño que acabemos envidiándolo.
José María Sánchez Romera