El nuevo paradigma económico / José María Sánchez Romera

 

De las cosas buenas se sacan beneficios, de las malas, experiencia. Nada es intrascendente. La moción de censura que se vota estos días en el Congreso de los Diputados ha suscitado tantas opiniones encontradas como intereses hay de cada partido en liza. No obstante, ha tenido una externalidad de carácter clarificador salida del discurso de réplica del Presidente del Gobierno al candidato Sr. Tamames. En el plano económico el Sr. Sánchez ha sido contundente en sus afirmaciones:

1.- «La ortodoxia económica ha cambiado, lo dice la UE lo proclaman incluso gobiernos conservadores en Europa»

2.- «Estamos demostrando con hechos que ha habido un cambio de paradigma desde la crisis financiera. Es justo reconocer los avances y las fortalezas de la economía española, y algo ha tenido que ver el Gobierno con sus políticas».

3.- «Nuestra receta económica es una receta similar a las de los países nórdicos, alineada con los organismos más reputados como el FMI o la Comisión Europea. No puede haber crecimiento sin el reparto de ese crecimiento».

El pretendido cambio de la ortodoxia económica no es ninguna novedad, eso ya lo proclamó John M. Keynes en 1.936 (“Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero”) llamando precisamente ortodoxos a quienes se oponían, someramente expuesto, a la conveniencia de la actuación estatal para mantener la actividad económica en equilibrio de tal manera que cuando la demanda cae (la gente no compra) el estado tiene que intervenir en la economía, sea por vía de la política monetaria (imprimiendo billetes y bajando los tipo de interés por debajo de los de mercado) o bien por medio de la política fiscal, incluso bajando los impuestos y como contrapartida aumentando el gasto público (como se ve esto no lo inventó la conservadora Liz Truss, a la que por cierto esta idea no le fue demasiado bien). Eso en realidad ya estaba inventado y refutado en la literatura económica del siglo XIX. Más recientemente, a lo que se refiere el Presidente del Gobierno, es a las políticas monetarias y fiscales adoptadas a partir de 2.012, bajo una serie de teorizaciones (Bernanke y otros) de diversos autores en la misma línea ya marcada por Keynes, solo que agravada en sus heterodoxias. La excusa: que estábamos a una sola crisis de una revolución (¿) y que había que actuar para evitarlo. Algo parecido a lo que se dijo de Keynes, que sus teorías salvaron el capitalismo, lo cual solo podría ser cierto si por capitalismo se entiende la dirección de la economía por parte del estado, lo que no parece estar muy en consonancia con el concepto comúnmente aceptado, ya que entonces el socialismo se definiría como capitalista. A estos nuevos salvadores del capitalismo, los principales bancos centrales del mundo (Bernanke lo fue de la FED y premio Nobel de Economía en 2.022) siguieron la tesis de intereses cero o casi cero, liquidez ilimitada para los bancos a los que se pagaba por custodiar el dinero que los propios reguladores les prestaban y compras ilimitadas de deuda pública para impulsar el gasto de los gobiernos con dinero fiduciario, bajo la premisa de haber superado los procesos inflacionarios como si fuera una antigua plaga. En el plano político una continua presencia de los gobernadores de los bancos centrales en los medios debía inspirar confianza en todos los agentes económicos, algo innecesario si no es porque eran conscientes de que esas decisiones creaban inseguridad.

Ese cambio de paradigma antidemocráticamente impuesto por organismos de origen no democrático en colusión con gobiernos democráticamente elegidos, pero respecto de lo cual nada dijeron a los votantes, es a lo que se ha referido el Presidente del Gobierno. Pero no es, como ha sostenido, que ese cambio lo han demostrado los hechos, correctamente expresado, lo que significan sus palabras es que con sus actos de Gobierno asume llevar a cabo una gestión económica muy al margen de lo racional cuyo carácter supuestamente novedoso no implica que sea la adecuada. Y pese a que, como dice el Sr. Sánchez, esa política económica es la que hacen todos, lo que está mal está mal, aunque lo haga todo el mundo, y lo que está bien está bien, aunque no lo haga nadie. En este sentido los principios que regulan el funcionamiento de la economía no cambian de la noche a la mañana porque sí o porque lo decida alguien, de donde no hay riqueza no se puede sacar imprimiendo papeles de colores (prosperarán en todo caso las imprentas), si con los mismos no se puede adquirir algún bien que solvente alguna necesidad o cree valor añadido. Como la ciencia es un continuo descubrimiento de la verdad, aunque sea de forma provisional, hasta ese momento más verdad que las precedentes, a la misma no se llega por mayoría ni por consenso, sino mediante evidencias. Este asunto del cambio de paradigma, como algo positivo per se, es como si una serie de médicos determinaran que a partir de ahora la fiebre se combate sometiendo al paciente a un foco de calor intenso y una mayoría de profesionales decidiera seguir esa pauta terapéutica por su novedad. Desde Marx la obsesión por superar los resultados del respeto a la libertad económica ha llevado a la adopción de modelos que inevitablemente fracasan a medio lo largo plazo porque no basta con el mero seguidismo de la última moda académica concebida por aprendices de brujo, por más acreditadas que sean sus trayectorias, que mezclando a partes iguales estupidez y arrogancia consiguen convencer a políticos deseosos de encandilar a la sociedad anunciando que caerá el maná sobre el desierto de la crisis. ¿Es factible pensar que han caído dos bancos casi a la vez por casualidad o por más bien por los errores implícitos en el cambio de paradigma sostenido durante una década? Esos bancos habían consolidado en sus balances de activos como garantía de solvencia bonos de deuda pública que cuando quisieron vender no obtenían por ellos ni el valor nominal. La razón no es otra que esos tahúres llamados estados pagan ahora más intereses por la nueva deuda que emiten, destruyendo el valor de la anterior que tiene que venderse con descuentos ruinosos. Ese es el nuevo paradigma que hace crecer la economía repartiendo…pérdidas entre el sector privado.

La realidad es muy otra de la que oficialmente se nos ofrece donde deuda pública, gasto y presión fiscal se han combinado como un cóctel nocivo para el crecimiento y la prosperidad. Sería fácil citar ejemplos del fracaso de ese mix económico en otros lugares, pero basta ver en España las empresas y autónomos que echan el cierre, las dificultades de las familias ante el repunte del precio de las hipotecas mantenidas artificialmente bajas por la manipulación del precio del dinero y las privaciones asociadas a la cesta de la compra. No digamos ya la electricidad (¿qué fue de la tan denunciada pobreza energética?) y los carburantes. Todo ello como efectos condensados en una inflación desbocada de devora salarios y ganancias hasta llegar al empobrecimiento real de buena parte de la sociedad. Esa es la situación que ocultan esas grandiosas cifras macro a las que se recurre para dar una visión distorsionada de lo que cada vez es más cotidiano.

José María Sánchez Romera

 

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