A mi admirado y querido profesor de Historia en la Universidad de Granada, don Juan Sánchez Montes, le bastaba una tiza y una pizarra para representar las batallas de Napoleón o el devenir del mundo. Un día nos habló de Splenger, mientras dibujaba una espiral en el centro de la pizarra. Sobre aquella espiral trazó una línea recta de arriba a abajo, terminada en punta de flecha. “Y esto”, dijo señalando la línea recta, “”es un eje de diacronías.
No creo que ninguno de los asistentes a clase aquel día hubiera oído hablar de Spengler ni supiera mucho de diacronías. Vino a decir el profesor Sánchez Montes que los hechos no se repiten dos veces en la historia. Pero sí ocurría que determinadas circunstancias, hechos concretos incluso, parecían ser semejantes a sucesos ya vividos. Recordé la espiral de la pizarra, cuando leía estos días la perturbadora idea del gobierno británico de desterrar a los inmigrantes a la isla de Madagascar, creo. La primera noticia que tuve de esta disparatada, y cruel, ocurrencia fue leyendo un librito que escribió una sobrina nieta de Himmler. Allí hablaba, de cómo su tío abuelo propuso un plan de destierro para los judíos a una isla lejana que habría evitado la solución final. El holocausto. La propuesta fracasó, supimos después, por problemas de logística. Imposibilidad de medios de transporte.
Que se repita esa truculenta proposición, el alejamiento inhumano, como bestias, en un jerarca nazi y en un gobierno democrático un siglo después debería preocuparnos un poco. Pero coinciden más circunstancias y más inquietantes. El próximo domingo iremos a votar en unas elecciones al Parlamento europeo en un ambiente de auge y expansión de la extrema derecha.
Lleva razón Feijóo, pero no será sobre él. Será un plebiscito sobre si abrimos con nuestras propias manos la puerta a la barbarie.
Hace un siglo, hacia mil novecientos veintitantos, se empezaba a inocular en los más pobres, los más desfavorecidos, que había otros más pobres que ellos, unos miserables que les robaban los puestos de trabajo y eran una lacra social y económica para la comunidad. Y volvieron sus ojos despiadados a los judíos. Ahora, a los judíos los llamamos inmigrantes, pero la perversión ideológica se sostiene sobre los mismos criterios, el mismo engaño. El mismo trampantojo del más rancio fascismo.
El próximo domingo iremos a votar un plebiscito. Lleva razón Feijóo, pero no será sobre él. Será un plebiscito sobre si abrimos con nuestras propias manos la puerta a la barbarie. Si así lo hiciéramos, convendría recordar las advertencias del profeta Jeremias: “Acostémonos en nuestra vergüenza y que nos cubra nuestra humillación”.
Tomás Hernández