Sin duda los tiempos convulsos son los más interesantes, pero no por ello el ser humano renuncia a la plácida monotonía de lo previsible. España bulle en contradicciones y sin embargo la gente cuando se le pregunta dice querer estabilidad, aunque no sea exactamente lo que vota. La posibilidad de cambiar de Gobierno estuvo en la papeleta de millones de electores que conocían sin duda cómo concibe Pedro Sánchez la política. No le hicieron ganar las elecciones, pero lo dejaron en situación potencial de seguir gobernando. Ahora las encuestas nos dan cuenta, aunque ya no sea fácil creerlas, del deseo socialmente mayoritario de que los grandes partidos se entiendan (a buenas horas). Por ello es muy difícil penetrar en el mensaje de los votantes dando lugar a reproducir de forma casi idéntica el esquema político previo a los comicios.
Porque para comprender algo de lo que vivimos tenemos que hacer como con esas grabaciones defectuosas en las que hay que eliminar el ruido para oír de forma nítida lo que se dice. De forma semejante en la política española debemos suprimir las palabras que se dicen para conocer la realidad. Nuestra conversación política se ha llevado a tal grado de abstracción que es imposible identificar lo que pasa a través de lo que se expresa y desde luego no es fácil sostener un nivel aceptable de organización política y social sobre la base de una semántica desconectada de las acciones materiales. La gente de la calle no ha perdido el vínculo entre la realidad y las palabras, de hecho, alguien que procede así en sus relaciones habituales termina socialmente repudiado. El mundo de la política por contra, parece haber creado una especie de cámara oscura que quiere impedir que veamos ver la realidad y donde sólo sea posible escuchar palabras. La que parece ya antigua convención según la cual se espera una mínima coherencia entre discurso y conducta no constituye hoy día una exigencia ética entre el gobernante y la comunidad política en España. La verdad, emulando al arte, es ya una cuestión de gustos, mera estética donde cada cual elige en función de sus preferencias subjetivas y por ello al servicio de la mejor de la conveniencia personal o de un grupo determinado.
Si hacemos un esfuerzo por ignorar todo el ruido que provocan tantas palabras, mera pólvora sin munición, aunque no exenta de peligros alguien las termina cargando, podemos llegar a contemplar la realidad o, al menos, una parte esencial de ella. La posibilidad de Gobierno que se aparece como más plausible, la llamada “mayoría de progreso” presenta en su estrategia más coherencia que en su ideología, precisamente por eso resulta factible. El famoso “procés” y sus llamadas leyes de desconexión se basaron en la interpretación arbitraria de las reglas de procedimiento y con ello la aprobación de leyes sustitutorias de las vigentes en función de lo que decidió una mayoría parlamentaria. La actual mayoría parlamentaria del Congreso de los Diputados está en camino y algo más que tentada de hacer uso de los mismos métodos para aprobar una norma, amnistía o como quiera llamarse, que la Constitución no permite sencillamente porque no la contempla. Las instituciones no son como los ciudadanos, éstos pueden hacer lo que no está prohibido, aquéllas sólo lo que les está permitido por sus normas reguladoras, porque de otra forma el poder sería arbitrario. El Estado de Derecho precisamente se sitúa por encima de las mayorías parlamentarias para evitar que las decisiones se atengan a los consensos previamente alcanzados sobre el modo en que se regula la convivencia a través de leyes y decretos. La tiranía no queda purificada por sumar más votos. Y es aquí donde se encuentra la realidad del estado actual de la Nación, la conformidad de diversos grupos en usar los mismos medios para alcanzar los fines políticos proyectados es lo que, al margen de otras cuestiones de fondo, compacta hoy esa mayoría y por eso se percibe tan viable el entendimiento que con otros grupos se sabe imposible. Los acuerdos futuros no están desde luego garantizados, pero los objetivos a corto plazo sí. Aquel procés es ahora el proceso. Lo demás: golpistas, rebeldes, expulsiones y toda la logorrea al uso en estos días son los decorados que van cambiando en cada acto como en el teatro.
Completamente al margen: El éxito alcanzado por el fútbol femenino español, superado por las polémicas, ha terminado por convertir a la selección en un soviet. La mariposa ha elegido volver a ser oruga.
José María Sánchez Romera