El título no contiene una errata, no ha desaparecido la preposición “de” por un error de edición, Trump es ya el relato de un personaje que en su día fue real y disruptivo y que hoy es pura ficción, un holograma. De los hechos alternativos de Trump a Trump como hecho alternativo de lo que sea. El prototipo de villano perfecto para alinear (¿alienar?) a una sociedad convencida de la necesidad de ser amparada por algunos hombres buenos parecidos a los virtuosos caballeros de la tabla redonda. Después de todo aquello de un nuevo Camelot fue una idea salida del equipo de campaña de John F. Kennedy en 1.960.
Trump es sin duda un fanfarrón, histriónico y populista, que no duda ni un segundo en ponerse a la bajísima altura de sus más zafios detractores, olvidando demasiado a menudo la dignidad que la magistratura ostentada le impone. Como no se puede decir que sea un estúpido, debe pensarse que su comportamiento está perfectamente estudiado en términos de rentabilidad electoral y que muchos de sus ridículos gestos y actitudes no son fruto de la improvisación. Pero, perdónese el tópico, los árboles que tanto la prensa como el propio Trump nos ponen delante, puede que nos impidan ver el bosque. Y ese bosque es el de una gestión de cuatro años marcada por un indudable éxito económico y una escasa conflictividad internacional que, junto a otras decisiones seguramente opinables, son normales en toda gestión de gobierno. Si preguntáramos a un grupo heterogéneo de personas, con buen nivel de información, qué políticas de Trump ha cambiado Biden, pasarían verdaderos apuros para contestar.
En realidad, el único cambio sustancial en torno a la figura del Presidente de USA pasado y presente es el nivel de decibelios que el ruido de la prensa creó en torno a Trump. No deja de sorprender que alguien democráticamente elegido tenga peor prensa que el dictador chino, Xi Jinping, o el nicaragüense, Daniel Ortega. Trump no encarceló a ningún periodista ni a ningún adversario político. Su histrionismo o sus supercherías no fueron la esencia de sus decisiones de gobierno. Puede recordarse, por analogía, al líder soviético Kruschev, famoso, entre otros excesos, por sus zapatazos en la O.N.U. o por servir de bufón a Stalin que lo hacía beber para divertirse a su costa. Por contra, muy poco se ha valorado el papel del líder soviético en un episodio tan grave como la crisis de los misiles en octubre de 1.962 que pusieron al mundo al borde del holocausto nuclear. Todos los méritos se atribuyeron a Kennedy, que tensó la cuerda al máximo pese a lo que cuentan las narrativas hagiográficas sobre aquellos días, y, sin embargo, Kruschev fue inteligente y pragmático, encontrando la forma de superar una situación tan delicada. Se retiraron los misiles de Cuba a cambio de lo mismo en Turquía, aunque estos últimos fueron eliminados unos meses después para que no pareciera un “do ut des” que cuestionara la imagen de firmeza de Kennedy.
Todo esto viene a cuento de la imputación de Trump por un juez de Nueva York a instancias de un fiscal, ambos parece que bastante comprometidos con el Partido Demócrata. Esto no es de extrañar en el peculiar sistema judicial americano y denunciar su parcialidad no es ninguna rebelión frente a la ley. El fiscal Kenneth Starr, que llevó la acusación contra Bill Clinton por el asunto Lewinsky, fue acusado de parcialidad, pese a haber sido nombrado por el propio Clinton, por los mismos que ahora se escandalizan por las críticas procedentes del bando contrario. El hecho es que, si eliminamos el factor Trump y lo sustituimos por un tal John Doe, se podrían restablecer algunos elementos lógicos que el fragor de las noticias provoca. Cuando alguien tiene que pagar a otro para que no hable sobre un asunto privado ha sido extorsionado, no es un soborno. Si no hay amenaza de revelación no hay necesidad de pagar y por tanto la Sra. Daniels lo que consiguió fue un beneficio económico por medios moralmente cuestionables. Pero ese no fue el motivo de imputar a Trump, se trata de un pacto entre particulares que no afecta a terceros, judicialmente para el Fiscal el tema cobra relevancia por la forma en que ese pago se asentó en las cuentas de la campaña de Trump al reflejarse de forma supuestamente falsa. La mayoría de la prensa norteamericana, incluida la más enfrentada al ex Presidente, duda mucho de la prosperabilidad de la acusación, aunque eso es lo menos destacable, ya se verá. Lo realmente inaudito es que de un solo hecho, el falseamiento de un dato en las cuentas, el fiscal Bragg haya formulado una acusación por treinta y cuatro delitos, una auténtica bomba de racimo penal, lo que parece, sin necesidad de saber derecho y contando sólo con algo de sentido común, un ejercicio de ingeniería jurídica extremadamente audaz. Hasta el senador Mitt Romney, encarnizado enemigo de Trump dentro del Partido Republicano, ha criticado la escasa solvencia de la imputación.
Un segundo elemento lógico, recurro aquí a la ucronía, es que si un fiscal de la órbita republicana hubiera forzado la detención, técnicamente es lo ocurrido con Trump, del candidato Biden a base de razones tan especiosas, el escándalo habría sido mayúsculo en sentido contrario. Volviendo a la realidad, la endeblez de este asunto se percibe en la inmediata necesidad de los adversarios de Trump por recordar los procesos que tiene pendientes, de los cuales se dice que la investigación progresa, llevan años en ello, si bien llama la atención que, habiendo conseguido llevar por un tema menor a Trump ante un Juez, no se hayan atrevido a hacerlo con ninguno de los otros, alguno tan grave como el asalto al Capitolio, lo que da que pensar sobre el peso real de las pruebas de que disponen los acusadores.
En última instancia la pregunta es: ¿qui prodest?, ¿a quién beneficia toda esta tormenta (homenaje a la buena de “Storming” Daniels) político-mediática-judicial? En primer término a Trump, sin duda, que ha visto relanzada su popularidad y las contribuciones a su campaña, un efecto que los dirigentes demócratas difícilmente podían ignorar. Entonces, parafraseando a Vito Corleone en su diálogo con Virgil Sollozzo: ¿a qué debe Trump tanta generosidad?, ¿por qué potencian de ese modo su victimización y por tanto el cierre de filas de los republicanos en torno a su figura política? Pues no es descabellado pensar que les conviene que gane las primarias frente a candidatos más convencionales, como Ron de Santis, con los que van a necesitar confrontar programas y gestión de gobierno, realidades, en suma. Trump como adversario garantiza una campaña polarizada y llevada a un terreno escasamente racional. A partir de ahí la estrategia del miedo al “hombre del saco” puede proporcionar a los demócratas una movilización extra del electorado, dejando de lado los asuntos más polémicos del mandato de Biden. Ante preguntas como cuánto ha facturado el lobby armamentístico a los USA con Biden, cuánto ha subido la presión fiscal en el país y con qué resultados o el dominio woke del Partido Demócrata, se contestará que eso, y lo que sea, es “trumpismo”. El relato.
José maría Sánchez Romera