En esta tarde de elecciones llega la noticia de la muerte de Antonio Gala, que fallece a los 93 años en el convento cordobés donde creó la fundación que lleva su nombre y a la que se retiró hace varios lustros, acaso cansado de años donde Gala fue el perejil de todas las salsas tanto literarias como del gratín social.
Le conocí personalmente allá a principios del 2000, que gracias a la recomendación de Ana Gavín y Ricardo Martín me consiguieron una entrevista en su chalet de Madrid en donde me recibió con exquisita amabilidad y debo decir que la entrevista que tenía como duración unos escasos 20 minutos se convirtió en hora y media de conversación en la que era maestro. Luego con motivo de la plaza que se le dedico en Almuñécar volvimos a encontrarnos y volvimos a charlar extensamente salpicando el diálogo de esa sutil ironía que le caracterizaba y vestía de inteligencia, elegancia y elocuencia. Para él los títere no tenían cabeza.
Y a espalda de esa plaza que lleva su nombre, concretamente en la plaza de la Victoria, en cuyo centro existía el mercado municipal, una hilera de puestos que sobre tenderetes se distribuían pescados, carnes, frutas y verduras, Gala lo narró en poesía y prosa dentro de su producción literaria. Sobre el poema sé que lo comentó él y desconozco a que poemario pertenece, pero en la prosa sí encontramos en su miscelánea de memorias «Ahora hablaré de mí» donde en el capítulo «Los mercado y yo» el autor nos cuenta su vivencia y hace un recorrido por el entorno del pueblo.
En concreto Gala pasea el recuerdo de un amor por un febrero sexitano convertido en lírico escenario de amaneceres grises con tintes cavafianos en la atmósfera narrativa. «Pero un día, años antes de la muerte, nos fuimos a Almuñécar. Era el mes de febrero. Hablábamos y bebíamos, de noche, en nuestra habitación de un hotel de la playa (obvio que debía ser el hotel Sexi o el Mediterráneo). Dormíamos a rachas, porque nos parecía que éramos demasiado felices para dormir toda la noche de un tirón».
Despidamos a don Antonio con un poema de Manuel Machado que citaba él en relación a la muerte: «Hijo, para descansar / es necesario dormir, / no pensar, / no sentir, / no soñar. / Madre, para descansar, morir.» Y luego nos tomaremos un whisky con cocacola, su bebida favorita.