El cielo es de un cerúleo subido, casi índigo. La luz fría de invierno, si el día es calmo, pinta un paisaje con aristas limpias sin las excrecencias tostadas que deja el sol de verano en la atmósfera o cuando rasgan los vientos turbios el aire. La fotografía es un mediodía invernal de recacha de enero, que no admite en el mediterráneo tonos medios en su paleta de colores con el blanco y el azul definidos, rotundos, pero amables en sus texturas, aunque en el gran formato del lienzo puede ser un Rothko, entre Nietzche y los mitos griegos. Mientras, Medea o Fedra lo encalan en añil y blanco canturreando su tragedia.