España, capital Mérida / José María Sánchez Romera

“Tó pa ná”, que dijo el torero moribundo tras ser corneado el día que lograba torear en La Maestranza, tras años de sacrificio en “plazas duras de polvareda y borrachos” (A. Burgos). La bronca del centro-derecha extremeño tan sólo ha servido para regalar muchas horas al valor más sólido de la política: el cinismo. Muchos no recordarán ya cuando en 2.016 el Sr. Fernández Vara, Presidente de la Junta Extremeña, dijo que probablemente abandonaría el PSOE si éste pactaba con los independentistas. Como Pedro Sánchez pactó con el independentismo, el líder entonces del Partido Popular, Monago, le recordó en 2.021 sus palabras y desde la tribuna de la Asamblea Extremeña le espetó: “Usted dijo que se iría del PSOE si Pedro Sánchez pactaba con independentistas… Ahí tiene la puerta”. El socialista se quedó mirando a la nada, como experimentando un vacío existencial que reclamara de Sartre una segunda parte de La náusea para convertirse en el alter ego de Roquentin. Fernández Vara trató de salir de su aturdimiento haciendo como que escribía algo. Por supuesto nadie le pidió coherencia, ni siquiera la oposición insistió más allá de aquel golpe de efecto consciente de que sería perder el tiempo. Aquello no abrió telediarios y ningún presentador de ecléctica condición, una de cal y otra de arena, pero siempre un poco más de arena que de cal, prestó su gesto contrariado a dar gravedad al renuncio.
Cuando se supieron los resultados de Extremadura el lenguaje corporal y los gestos de María Guardiola, pese a que había perdido las elecciones, eran de triunfo porque se había producido el sorpasso a la izquierda por primera vez en la historia de la región. Los motivos que alegó para la ruptura de las negociaciones contradecía las sensaciones transmitidas en la noche electoral. Es decir, que la Sra. Guardiola daba por descontado el pacto con VOX que les daba el gobierno por la lógica implacable de las cosas, en este caso de los espacios políticos de entendimiento disponibles, asumido que el PSOE ni PODEMOS van a hacer nada por evitar ese pacto que ven tan peligroso. De hecho, los acuerdos PP-VOX son la piel de su tambor, lo que anima el discurso en los procesos electorales (“dadme una palanca y moveré el mundo”), por más que no les funcione hasta ahora, para evitar mayorías absolutas del PP o relativas completadas por VOX. La Sra. Guardiola ha tenido que rectificar con explicaciones inverosímiles que su imprudente vehemencia le llevó a pronunciar, teniendo que sucumbir a la misma realpolitik que la izquierda siempre ha ejercido con desparpajo.
De esto deben sacarse algunas conclusiones que pueden orientar decisiones futuras. La primera es no despreciar la insignificancia de nada porque puede ser la porción necesaria para construir algo. La segunda es que no se negocia con alguien cuyos principios son incompatibles y si has negociado sin éxito no te puedes excusar más tarde en esa incompatibilidad. Con VOX se puede estar muy de acuerdo, parcialmente de acuerdo o absolutamente en desacuerdo, las tres posturas son legítimas en democracia, aunque ciertos paralelismos para justificar otros pactos ofenden la inteligencia. Lo que no puede negarse es el derecho de representación a millones de conciudadanos mediante su abstracción reducida al nombre de un partido carente de humanidad y que en base a ello no puedan se construirse mayorías alternativas en muchas instituciones que respeten la legalidad constitucional. No son aceptables como más legítimas mayorías conformadas ideológicamente y autoerigidas como moralmente superiores por defender derechos “ad hoc” que o son inconstitucionales o no vienen recogidos en la Constitución. Asentadas esas premisas, toca decidir lo que se acuerda sin melodramas innecesarios que ya escenificarán otros. La tercera es que la suerte de nuestro destino nacional se juega alternativamente en función de la institución autonómica donde no se alcanza una mayoría de izquierdas, en cuya capital se iniciará el Armageddon fascista. Estos últimos días ha sido Mérida, pero también lo han sido Madrid, Castilla-León, Valencia y el resto de regiones donde sean necesarios acuerdos de gobernabilidad.
Pero hay una cuestión mucho más importante derivada de todo lo anterior que muestra la superficie del problema que afectaría únicamente a cuestiones de táctica política. La consecuencia de fondo de lo anterior es que el centro-derecha parece aceptar que carece de sustrato moral para buscar el bien común cuando agrupa sus votos y que sus pactos para formar gobiernos tienen algo de vergonzante. Eso hay que decir que no ocurre en ninguna democracia occidental y en la práctica permite a la izquierda ser quien señale siempre los límites de lo correcto, disponiendo de una versión pagana del anatema para quien no los respete. Esa es la gran cuestión que estrecha los márgenes de nuestra democracia, reduciéndola a un mainstream en el que no existe el juego de equilibrios que proporciona esos conceptos devenidos tan vulgares como libertad de pensamiento y expresión. Más aún, lo cierto es que muchos asuntos son transversales y votantes de partidos distintos pueden compartir valores o tener ideas que no coincidan todas con lo que votan. En contra de la opinión pública y publicada, Pedro Sánchez no siempre miente y el otro día dijo una cosa bastante aproximada a la verdad: el voto de los bloques políticos en España está en el entorno de un 50% para cada uno. Lo único que faltó fue un entrevistador menos aturdido ante la presencia del césar que le hubiera preguntado por qué no había tomado sus decisiones de gobierno teniendo en cuenta las proporciones que él mismo admite y sin olvidar que los valores mayoritariamente compartidos no tienen que responder a la misma proporción.
La política en democracia se justifica por dos motivos: la eficacia de sus decisiones y los límites éticos de las soluciones que adopta. Ambas cosas tienen que buscarse a través del debate racional y no en una moralización del debate político basado en terminologías tramposas para la segregación social entre buenos y malos cuyo trasfondo no es otro que permitir un ejercicio arbitrario del poder.
José María Sánchez Romera
 

También podría gustarte