Galeras en el castillo / Tomás Hernández

 

Hace ya casi una década, en el otoño de 2012, recordábamos los cuatrocientos cincuenta años del hundimiento de veintiocho galeras de la Armada de Felipe II en esta bahía tan apacible. Ocurrió la mañana del 19 de octubre de 1562. La memoria del desastre se mantuvo en el pueblo por iniciativas como las de la Asociación de Amigos de La Herradura, que acude cada año al rincón de la plaza de la iglesia donde colocaron una cerámica con la cita de “El Quijote” que menciona el naufragio y el nombre de nuestro pueblo. También el interés constante del Teniente de Alcalde Juan José Ruiz Joya ha sido decisivo en la recuperación histórica del suceso. Desde el sábado día 20, en un acto más político que histórico, la fortaleza del Castillo es museo y centro de interpretación sobre el naufragio.

El lunes por la mañana fuimos Almudena y yo a visitarlo. Las reproducciones de escenas del libro de Juanfran Cabrera llenando las paredes de algunas de las salas, son magníficas. El recorrido se hace corto y creo que despierta la curiosidad del visitante, desde las explicaciones históricas de los postes informativos y el gran remo de galera que preside una sala, hasta los detalles cotidianos de las galletas de bizcocho o el tazón de gazpacho, el tajo de tocino, alimentos básicos en la galera.

Y hechas las alabanzas, merecidas, vayamos a las propuestas. Para que el museo no languidezca y sea un verdadero centro de interpretación, como se dice ahora, o sea, un lugar de encuentro de estudiosos interesados en el naufragio hay que mantenerlo activo. Encuentros cada uno o dos años que informen de los últimos trabajos si los hay, o propongan nuevas perspectivas de estudio. La información de los postes podría enriquecerse con fragmentos de textos de historiadores de la época, los primeros cronistas del naufragio. Algunos versos del romance de Fernando Moyano, que dejó la descripción más detallada del desastre. La carta de Martín de Eraso, sobreviviente, que regresa a Málaga en una de las tres galeras que se salvaron. Algún fragmento del divertido libro de Guevara. Estos escritos son breves, exentos de derechos de autoría, y podría publicarlos el Centro. Imagino el romance de Fernando Moyano en la modesta edición de unos pliegos de cordel, que quizá fuera como se imprimieron la primera vez. Un Centro de Interpretación, un lugar de encuentro donde quien venga a visitar las playas del naufragio o el museo, encuentre las referencias primeras del desastre y lo publicado sobre él.

Dije al principio que sin el interés ciudadano y la colaboración municipal, nada de esto habría sido posible. Pero hay una persona que es principio y origen de todo, la profesora Carmen Calero Palacios. Hace medio siglo, ella recogió y puso a disposición de todos la documentación aportada en su tesis de licenciatura. Y ahí, sin pretenderlo ella ni proponérselo, empezó todo. Desde aquí, mi gratitud, una vez más, y el reconocimiento de la deuda que siempre tendremos con ella.

Tomás Hernández

 

 

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