¿Gobierno de España? / José María Sánchez Romera


Si hay algo que está claro una vez leído el texto del acuerdo suscrito en el día de ayer entre el PSOE y JUNTS, es que, salvo investir al candidato socialista, condonar parte de la deuda catalana (que será toda por diversas vías) y amnistiar todos los delitos cometidos por el secesionismo catalán, el resto del pacto queda en la mayor oscuridad. Existe además una impropiedad radical en llamar “acuerdo de gobierno” a la enumeración de las profundas divergencias entre las partes. Una sucesión de disconformidades no puede ser un método factible para llegar a un pacto de gobernación, a no ser que la palabra gobernar designe ahora otra cosa. Cabe, empero, leer el texto entre líneas y adivinar que bajo las declaradas discrepancias entre las partes en temas tan relevantes todo se reduzca a mera apariencia. Porque si para resolver los desencuentros se acepta el marco mental que el secesionismo impone partiendo de su comprensión de la historia del “conflicto catalán” con sus episodios más recientes, la solución vendrá forzada por lo que ese análisis ya prefigura. Otra cosa no puede resultar de una declaración como “Los contenidos de los acuerdos a negociar a partir de las aspiraciones de la sociedad catalana y de las demandas de sus instituciones, que en términos generales se agrupan en dos grandes ámbitos permanentes: las de la superación de los déficits y limitaciones del autogobierno y las relativas al reconocimiento nacional de Catalunya”. Donde ya se anticipan como premisas, falsas ambas, la primera, que el separatismo es toda la sociedad catalana; la segunda, que siendo Cataluña una nación su nivel de autogobierno es escaso. Cuando las causas del problema ya están enunciadas no hay ninguna solución política a explorar, como no se puede identificar una patología sin anticipar desde ese instante el tratamiento. El Gobierno tendrá que asumir entonces su condición vicaria de lo que decidan los siete votos de JUNTS.

Ayer publicó Félix Ovejero un desconcertante artículo en el que responsabilizaba a Feijoó de la recaída del catalanismo en las prácticas ventajistas del doble juego entre la pertenencia a España y el apoyo a las reivindicaciones más insolidarias del separatismo para obtener mayores ventajas, básicamente económicas se entiende. Dando por perdido para la causa a Sánchez, al que de paso le hace un favor poniendo a Fouché como un aprendiz frente al cinismo del Presidente, para la causa de la ciudadanía común, hace responsable último al líder popular de un hipotético fin de España si llega a una cierta contemporización, que extrae de algunas declaraciones del Presidente del PP, con eso que se llama la sociedad civil catalana. Ahí a Ovejero le transpira la base esencial de su pensamiento. Defensor de una interpretación humanista del marxismo original, cuando habla de la sociedad civil catalana se refiere a la burguesía (catalana), la clase explotadora en el imaginario del marxismo y arquetipo del egoísmo social. Ovejero, un intelectual honesto, ahí descarrila atrapado en su visión holista de las sociedades desarrolladas, el egoísmo es una condición personal, no de clase ni colectivo, y confunde el ecosistema creado por la política con una cartelización deliberada de los intereses económicos de las empresas. Por mucho que se diga y por mucha gente que se crea que los problemas tienen su origen en el funcionamiento desregulado de la sociedad, incluido el económico, resulta ser lo contrario, es el Gobierno quien provoca los desajustes con sus crecientes excesos de intervencionismo. Los agentes sociales juegan dentro de los límites que el poder les marca.

No obstante, la reflexión de Félix Ovejero tiene un trasfondo de interés donde la cuestión territorial es uno más de sus distintos reflejos que proyecta la superficie. La cuestión no reside sólo en que el centro-derecha haya transigido más o menos, algo menos, que la izquierda, que terminó llegando ayer a su estación término, con la deriva incesante del nacionalismo. Podría decirse que hay una parte cierta en ello, pero que el problema se agrava cuando no es uno, sino que son dos los que condicionan tu mensaje. Porque no ha sido sólo el nacionalismo separatista quien ha influido en la acción política de la derecha, también la izquierda ha impuesto una gran parte de sus valores y éstos han sido aceptados para esquivar las denuncias de ser contrarios a los intereses comunes o, como mantra más extendido, de los menos afortunados. Un miedo que no tiene su origen en la ausencia de coraje moral, como de falta de conocimiento y por tanto del valor de sus principios. Hay que emplear el tiempo en elaborar ideas propias y no en imitar los eslóganes de un adversario que, imbuido de una superioridad que ve indiscutida, no duda en llevar al límite cualquier apuesta política por muy arriesgada que sea para mantener el poder. Puede que de no contar con esa posición de ventaja moral no se habría llegado a un pacto semejante para que España pueda tener ¿Gobierno?

José María Sánchez Romera

 

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