Hay que reconocer que el Sr. Puigdemont aunque sea casi siempre para mal, nunca defrauda en su escalada de desvaríos. Los ya más de seis años que han seguido a su huida, sin duda que se le estarán haciendo muy largos, ha tenido tiempo para reflexionar mucho. Es muy posible que en estos años se haya arrepentido más de una vez (y más de cien) de las decisiones que tomó en aquel octubre de 2.017 y le llevaron a tener que poner tierra de por medio. Ocurre sin embargo que hay actos que no permiten la vuelta atrás, como cuando se destruye el puente que lleva al otro lado del río. En el contexto de la política extrema a la que el fugado ex Presidente de la Generalidad ha llevado su singladura, todo tiende al exceso, a no medir las consecuencias de lo que hace o dice porque ya todo da igual una vez que para él existir es pura supervivencia. Puede que la fricción constante con el abismo que supone acabar entre rejas explique la justificación del prófugo al Presidente del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, sobre la denuncia del supuesto lawfare que ha padecido por parte de los tribunales españoles. Según la crónica del medio de comunicación Politico, el dirigente catalán le habría trasladado que “El término lawfare es como la cabeza de caballo en El Padrino: es una advertencia de que hablamos en serio»*. Cabe señalar que nadie ha tomado en serio al Sr. Puigdemont hasta que el azar electoral convirtió siete escaños del Congreso a sus órdenes en la llave maestra que abría la puerta del Palacio de la Moncloa. Ahora bien, que elija como analogía para su política los métodos de la mafia, por más que aluda a un hampa literaria, nos habla de un personaje peligroso con evidentes y graves confusiones morales, a cuya voluntad se ha sometido el destino de todos los españoles. Ni lo privado de la conversación admite desconocer ciertos límites y que quien los sobrepasa debería quedar apartado de toda decisión trascendente para tantos millones de ciudadanos.
Por supuesto este desahogo, al parecer sincero por la ocasión, de Puigdemont no va a provocar reacciones airadas en nuestro nacionalismo nacional, es obligada la redundancia, ni en esa parte tan “desilustrada” de la izquierda que usa el lawfare cuando el curso de los procedimientos judiciales resulta contrario o inconveniente a sus objetivos políticos. Es cierto que también la derecha se ha quejado algunas veces de las decisiones judiciales, pero en muchas menos ocasiones y nunca cuestionando el sistema como algo diseñado para la persecución de adversarios políticos, sino como crítica circunscrita a las resoluciones de determinados tribunales. Pese a los repetidos intentos que se hacen desde instancias gubernamentales para que confundamos la noche con el día, una vez que se admite como real que los jueces han actuado por motivaciones ajenas a su función constitucional, se está haciendo tambalear el poder organizado que evita que los conflictos se resuelvan por métodos directos, es decir, bajo formas de violencia físicas o morales. Y es que, yendo más allá, en último término, lo que se promueve es la discriminación basada en que las leyes se apliquen en función del autor y no del hecho en sí, conforme una variada escala de conveniencias distintas siempre de la idea de justicia, de tal manera que bajo una misma conducta las repercusiones atiendan al principio de oportunidad y no de igualdad. La clase de desigualdad considerada intolerable queda de esa forma reservada a esos relatos que señalan culpables a los que se condena sin necesidad de pruebas.
Y una vez entrados en materia político-cinematográfica, no deja de ser llamativa la querencia por las hipérboles inspiradas en el “El Padrino I” tiene sus antecedentes en el nacionalismo catalán. El Sr. Rufián en la comisión de investigación que el Congreso creó a raíz del caso Gurtel, hacía reiterados paralelismos entre los comparecientes y los personajes de la película. Su sicario favorito era uno de los más estúpidos de todos, Luca Brasi, como demuestra el que acude solo a una reunión con la banda de gánsteres enemiga que lo asesinan en el acto, demostrando (Rufián) que no ha entendido la película y que tampoco ha leído a Plutarco. Puestos a equiparar realidad y ficción, mucho más adecuado se nos ofrece otro matón, Peter Clemenza, que aúna la brutalidad con cierto sentido de la estrategia en los fines de la actividad delictiva de la “famiglia”. Algo más en línea con el concepto de crimen organizado que otro mafioso, Don Lucchesi, en “El Padrino III”, transmite a Vincent Corleone para explicarle por qué le será útil: “Entiendes de armas, las finanzas son un arma, la política consiste en saber cuándo apretar el gatillo”. Apretar el gatillo político con el asunto del lawfare a modo de advertencia a la judicatura de un Estado democrático, respaldado por el texto de un acuerdo de investidura, es un gravísimo error que demuestra la profunda depresión a la que se están llevando las instituciones de nuestra nación. Ni París ni el Gobierno valdrán nunca esa misa.
José María Sánchez Romera
*En la primera entrega de las tres que componen la saga “El Padrino”, Vito Corleone pide a un productor de cine llamado Woltz que dé al cantante italoamericano Johnny Fontane el papel de protagonista en una película que va a empezar a rodar. Ante la firme negativa del cineasta, el gánster le hace llegar su contrariedad introduciendo la cabeza de su caballo favorito, “600.000 dólares sobre cuatro patas”, en la cama mientras duerme.