Texto Elena Navas
Ilustraciones Toni Quirós
El Castillo de San Miguel era una magnífica fortaleza que dominaba la costa entre las desembocaduras del río Verde y del río Seco, manteniendo el contacto visual con diferentes promontorios como Cerro Velilla y Punta de la Mona, desde el más meridional de los tres cerros que componían la antigua ciudad nazarí de al-Munakkab.
Pero sus orígenes eran aún más antiguos, se remontaban a la época de la republica romana, e incluso más, quizá desde la prehistoria, como así indican los restos de cerámicas de esta época.
En época medieval musulmana tuvo diferentes cambios hasta adaptarla al uso de la artillería utilizada por los Reyes Católicos, y más tarde, se amplió y remodeló en época cristiana, s.XVI, hasta convertirla en una fortificación moderna, innovadora y avanzada, propia de la Edad Moderna.
Tuvo una época de gran esplendor durante el período nazarí y nos sorprende el suntuoso edificio situado en la cumbre amesetada de este cerro, el lugar más alto, más céntrico y más seguro de todos, donde se construyó una casa palaciega utilizando la técnica constructiva del tapial y con una configuración del espacio marcada por la moda que impera en la Alhambra, ciudad palatina y capital del reino de Granada.
Por aquella época, los sultanes nazaríes utilizan la fortaleza de al-Munakkab como prisión de estado, constituyendo este palacete una auténtica jaula de oro para los personajes caídos en desgracia, al ser considerada como un lugar de retiro y descanso, pero también la forma más eficaz de apartarles de los asuntos del gobierno.
El palacete integraría en su interior la naturaleza y el paisaje del entorno marino, con las comodidades propias de cualquier palacio nazarí de la época, de ahí que cuente con hamman (baños), letrina y las mejores vistas hacia el amanecer, a donde estaría dirigido un pequeño oratorio.
El edificio sigue el modelo de construcción en el que la casa se organiza en torno a un patio, para preservar la intimidad, dar luz natural y ventilación a todas las estancias y aprovechar la suave temperatura, acompañada del sonido del mar. Alrededor del patio se dispondrían las habitaciones, con dos galerías principales, abiertas en los extremos del patio, con columnas y arcos que presumiblemente, estarían meticulosamente decorados.
En el centro del patio está la alberca, donde se contiene el líquido elemento tan preciado por los andalusíes, como es el agua, que sirve para refrescar y dar luminosidad, con la luz reflejada en el agua, sirviendo como lámina de espejo para el azul del cielo, pues no debemos olvidar que la cultura musulmana invita a descansar a ras de suelo, sobre alfombras y cojines, desde donde se aprecia mejor la preciosa decoración de los pórticos, de los artesonados de madera y quizá de las paredes cubiertas por yeserías y azulejos de colores.
En torno a la alberca se disponen dos grandes arriates para jardines, que contendrían plantas aromáticas, con andenes que permitirían pasear disfrutando el perfume, que despertaría los sentidos. Es una arquitectura creada para estimular los sentidos del olfato, tacto, el oído y la vista, con provocaciones constantes de la propia naturaleza que está integrada en la casa.
El palacio tenía un acceso al hamman, o espacio dedicado a los baños, que estaban adosados a un lateral. Son estancias dispuestas a lo largo de un pasillo, separadas en función de la temperatura del agua, que se calentaba en un horno bajo el suelo. También contaba con accesos independientes a las dos letrinas documentadas, con canalización de desagüe bajo el suelo.
Observamos que el agua es un elemento fundamental en la casa nazarí, como medida de higiene corporal para baños y letrina, también para ritual de purificación previa a la oración, incluso como decoración y embellecimiento de los espacios a través de fuentes y albercas, pero sobre todo, necesaria para el consumo humano, de animales y de plantas.
La ubicación del agua, su almacenaje y el sofisticado sistema de conducción de agua limpia para el abastecimiento de los diferentes espacios, salvando los desniveles, conlleva la aplicación de “ingenios” como la noria, que posibilita la subida del agua hasta el palacete y sus baños, que a su vez requirió la construcción de un complejo sistema de canalización para la evacuación de aguas residuales y aquellas que se reutilizan para el riego de huertos y jardines, así como la limpieza de las letrinas, constituyendo una buena lección de reciclaje.
Para muchas personas resulta inevitable caer en la tentación de comparar y descubrir la imitación en miniatura con el patio de los Arrayanes de la Alhambra; o el parecido con la Casa Nazarí de la Calle Real de la Alhambra, e incluso, al evocar la vida cotidiana en este lugar, pensar en los últimos días de Mulay Hasan (Mulhacén), el rey que dio nombre al pico más alto de Sierra Nevada y de toda la Península Ibérica.
Podemos reconstruir mentalmente el palacio recurriendo a la imaginación y ayudarnos con las ilustraciones de Toni Quirós.