La política no es oficio para improvisar / José María Sánchez Romera

 

A veces no conseguimos entender la tendencia actual de los políticos a llevar todo tan precocinado y negar todo espacio a la improvisación. Los debates en Las Cortes, por caso, ya no son una sucesión de argumentos que van desmintiéndose de forma sucesiva por cada orador respecto del anterior, sino un serial de pedradas dialécticas que se lanzan para ver si consiguen dar en la cabeza del adversario. Nada que se parezca a lo que narra Chateaubriand en el Genio del Cristianismo: “…el Octavio de Minucio Félix presenta el hermoso cuadro de un cristiano y de dos idólatras que hablan de la religión y de la naturaleza de Dios, paseándose a orillas del mar”. Por eso no podemos ni imaginar al Sr. Bolaños deambulando de forma despreocupada por el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso hablando con la Sra. Gamarra de memoria y democracia. Pero, retomando la idea inicial, puede que por eso y por la edad media de la mayoría de líderes políticos, la improvisación constituya uno de los agentes causantes de las mayores catástrofes y de ahí que trate de evitarse controlando hasta el menor detalle lo que se hace y se dice.

No obstante, y pese a tanto control de los expertos en marketing político y otros gurús de la comunicación, de unos años a esta parte han cambiado muchas cosas y ahora transitamos lo asombroso con tal normalidad que hemos convertido en hábito vivir en la sorpresa, un oxímoron, y esa monotonía, cuando se rompe, es por la ausencia transitoria de anomalías. Sin duda uno de los acontecimientos más extravagantes de esta última etapa fue aquella mañana del 18 de febrero de 2.022 cuando Pablo Casado eligió para su muerte política, que ya se mascullaba en su gestualidad de la época, el suicidio en el curso de un programa de radio emitido en directo, acusando a Isabel Díaz Ayuso de corrupción. Para regocijo de sus adversarios, sin tener pruebas de lo que decía y siendo como era la Presidenta madrileña el mayor referente de poder institucional del Partido Popular, el Presidente del PP no supo controlar su hybris. Casado al improvisar su presencia, en principio iba García Egea, tomó una decisión fatal para él y con sus acusaciones sin pruebas se acabó defenestrando igual que si hubiera saltado por una ventana de la séptima planta de Génova 13. Después se le mantuvo un mes en funciones sin función alguna en la sede nacional, como de cuerpo presente, hasta su definitivo sepelio político en un Congreso que no le ofició siquiera una modesta despedida con alguna pompa funeraria que demostrara cierto respeto por el caído. La justicia, nacional y europea, ratificó después la ausencia de toda conducta reprobable en la temeraria acusación que hizo Casado, aunque ya se sabe que en estos tiempos nada se cuestiona más que un hecho (“es que yo tengo otra opinión” dicen con agudeza los postmodernos) y por eso todavía alguna camiseta con recuerdo en efigie cae en la anacronía de volver sobre aquel episodio estéril que únicamente sirvió como pienso orgánico con el que nutrir la demagogia unos meses.

Desde entonces, y han pasado muchas cosas casi prodigiosas, nada había sacudido tanto nuestra ya limitada capacidad para la sorpresa como ayer, cuando la Ministra de Igualdad se convirtió en insospechada musa del neoliberalismo. Irene Montero se hizo un torrente de sinceridad, víctima de la improvisación ante lo inesperado, respondiendo a una ciudadana que la increpó sobre sus asuntos económicos, le contestó con sinceridad, conmovedora dada su posición política, lo que tanta gente piensa: que lo que tenía era por haberlo heredado de un padre trabajador y producto de su actividad laboral y la de su pareja. Expresión canónica ambas cosas de la libertad para disponer del dinero personal como uno prefiera y de la legitimidad de recibir aquello que proviene del sacrificio y el trabajo honrados que los padres acumulan para mejorar la vida de los hijos. Las palabras de la Ministra no tienen réplica posible y toda la razón está de su parte porque expresan la inclinación humana más natural. Y ninguna cuestión más habría de añadirse de no ser porque si bien dijo la verdad fue a costa de su coherencia. Dinero y herencias son objetivos preferentes del intervencionismo económico que ella defiende y ahora se ha creado la legítima duda de si cuando ella habla de eso piensa sólo a los demás. A lo dicho por la Sra. Ministra debe añadirse un matiz conceptual que considero importante: el dinero no es una cosa y el resto de propiedades otra. Dinero es todo, cualquier activo o bien aceptado como medio de pago o medición del valor por los agentes económicos para sus intercambios, por lo que una casa o los billetes que emite el BCE deben estar disponibles en la misma medida para su legítimo dueño y por consiguiente toda limitación al uso y disfrute que de la propiedad de una casa se hace por medio de las leyes es lo mismo que imponer trabas al destino del dinero efectivo con el que, como muy bien dijo la Sra. Montero, cada uno puede hacer lo que quiera y pueda.

En definitiva, la Ministra, ajena a la habitual dipsomanía ideológica que impone la militancia política, olvidando por un momento que era Ministra y alejada de las performances ensayadas para el mitin y el Parlamento (que actualmente es la continuación del mitin solemnizado por la grandiosidad del atrezzo), el sentido de la vida que todo ser humano alberga encontró un hueco para mostrarse, porque nadie es alguien que no sea como otro.

José maría Sánchez Romera

 

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