La silla de Aulo Gelio / Tomás Hernández

 

Erdogán, el carcelero de Europa, a quien pagamos para que sostenga las fronteras de las invasiones de los que huyen del hambre, de la guerra, de las cárceles o las persecuciones, no está de actualidad por eso, sino por el desplante de macho cabrío a una mujer.

En la escena que hemos visto ya tantas veces, hay cuatro personajes: una mujer, dos hombres y una silla, sillón en este caso. Y me vino a la memoria un chascarrillo que había leído hace años en las “Noches áticas” de Aulo Gelio. No sé por qué retuve esa anécdota, aunque no es de las más brillantes, y olvidé muchas otras con más trascendencia o gracia. Caprichos de la memoria, “ese basurero,” como la llama Funes el memorioso, “mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras”.

Las “Noches áticas” de Aulo Gelio, que vivió en Roma hace unos mil novecientos años, durante el reinado de Adriano, es uno de esos cuadernos de notas donde se mezclan, en desorden continuo, resúmenes de lecturas, chismes, etimologías, historias, silogismos, sucesos relevantes, anodinos, la vida en el ajetreo de las calles de Roma. Una de las razones de la pervivencia de esos cuadernos de notas dispersas es la recopilación de fragmentos y citas de obras de autores clásicos que sólo conocemos por lo que Aulo Gelio comentó sobre ellos.

En las primeras páginas del libro II, cuenta Gelio la historieta de la silla. Resumo, aunque al hacerlo se pierde siempre lo esencial del argumento, el ambiente del relato. Un gobernador de la provincia de Creta viajó desde allí a Atenas para conocer al filósofo Tauro. Al gobernador le acompañaba su padre. El filósofo Tauro, que despedía a sus alumnos después de la clase bajo la sombra agujereada del emparrado, los recibió y al ir a sentarse vio que sólo había dos sillas e invitó al padre del gobernador a sentarse; éste dijo que primero el gobernador mientras traían otra silla. Tauro justificó su decisión. Esta es mi casa, en el ámbito privado el padre tiene la prevalencia; en la tribuna, sería al contrario. Y añadió que la falta de una silla había sido sólo una circunstancia risible o incluso incómoda, pero lo importante, dijo, es que había dado lugar a este rato de charla.

La silla de Erdogán ha dado mucho de que hablar y no voy a resumir, ahora no, lo que puede consultarse con más exactitud a un golpe de “clic”. Mi opinión es la del filósofo Tauro, en lo público prevalece el gobernador, en este caso la “gobernadora”. Erdogán firmó su autoretrato al exhibir un comportamiento de menosprecio a una mujer; en el episodio de Aulo Gelio ni siquiera hay mujeres, sólo acercaban la silla. Quede ese consuelo para advertencia de tiranos.

Tomás Hernández

 

 

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