Directamente ligados a la agricultura y al uso del agua, las vegas de Almuñécar, especialmente la de río Verde, han estado jalonadas, a partir de la dominación musulmana, de numerosos molinos, trapiches e ingenios. La aproximación a todos estos “artefactos” puede hacerse a través de las fuentes escritas. Buceando en una de las más antiguas que han llegado hasta nosotros, el Libro de Apeos de Almuñécar, nos ofrece referencias precisas sobre el ritmo de llegada de los nuevos repobladores cristianos tras la incorporación de la ciudad a la Corona de los Reyes Católicos a finales de 1489, y sobre el reparto de los bienes confiscados a los moriscos.
Para fijar las lindes de esas posesiones que se reparten son varias las referencias a molinos, acequias y otros elementos. En las diferentes descripciones que se hacen se menciona al “molino», al “molino viejo”, al “molino d’en medio” y al “molino de arriba”, pero las referencias más importantes, por su valor historiográfico, son las que se hacen a un molino en el arrabal de Almeuz propiedad de Rodrigo de Ulloa, Contador de los Reyes Católicos y el primer alcalde de la fortaleza, y a un molino que fue de la mujer de Abrahan Motarrif, que pasa a manos de Alfonso Puertocarrero, alcaide de la fortaleza hasta 1498, y de su mujer.
Otra fuente importante para acercarnos a esos “artefactos” son las Actas del Cabildo del Archivo Municipal de Almuñécar, que nos muestran algunas disposiciones sobre los molinos. En enero de 1554 el concejo de la ciudad acuerda que ningún molinero muela trigo o panizo sin antes pasarlo por la alhóndiga, bajo pena de seiscientos maravedís y se nombra a Francisco de Plaza para que pese el grano con el salario de mil maravedís al año. En febrero de ese mismo año, se acuerda que los dueños de los molinos lleven el trigo a sus molinos por cuenta propia bajo pena de seiscientos maravedís, y un año más tarde, se ordena notificar a los señores de las aduanas -nombre dado a los trapiches e ingenios dónde se molían las cañas dulces-, que arreglen el puente del molino viejo, bajo pena de dos mil maravedís, y a los acequieros y molineros, en marzo de ese mismo año, que no echen agua por la acequia y solo se eche un hilo de agua por los caños, bajo pena de seiscientos maravedís.
Con respecto a los trapiches o ingenios, en el Repartimiento de Almuñécar, se cita en 1491 la existencia de una aduana propiedad de los genoveses, y en 1522 se indica una segunda aduana de azúcar en el arrabal de Lojuela. Con respecto a las Actas del Cabildo, nos informan de manera detallada de los problemas existentes en torno a la economía azucarera, y con ello, de lo importante que era para la supervivencia de la población local, un extremo que confirma también la Averiguación de alcabalas de 1561, que fija en cinco los ingenios en el partido de Almuñécar.
El 27 de marzo de 1516 el Consejo de Gobierno de la ciudad condenan los fraudes y desordenes protagonizados por extranjeros que van a la ciudad a arrendar las aduanas y a comprar las cañas, lo que podría arruinar los molinos y el cultivo de la caña, y deciden imponer la obligación de propietarios y arrendadores de tener las aduanas preparados para cuando se inicie la temporada, en el mes de marzo, con la amenaza de dejar de utilizarlos durante tres años, avisando de que se podrá autorizar la implantación de otros ingenios o trapiches en cualquier otro edificio por quien lo solicitase.
Sabemos por las Actas que la situación de muchos vecinos es de extrema pobreza, lo que es aprovechado por los especuladores, que adquieren la caña antes de tiempo, pagándoselas a mayor precio de la que valen, lo que provoca que no se arrienden los molinos. En este caso se prohíbe vender caña excepto para su exportación por vía marítima o como comercio menudo en el mercado local. Se sabe, por ejemplo, que entre 1519 y 1521, el vecino de Almuñécar Antonio de Cisneros contrató diversos navíos en Málaga para que cargaran cañas en Almuñécar con destino a Sevilla, Cádiz y Lisboa.
Pero también nos sirven para comprobar como los dueños de los ingenios desean controlar la producción cañera. Esa competencia hará que se aprueban socorros a los cultivadores, que con el tiempo se dejará de abonar, llevando de nuevo a los cultivadores a una situación precaria. Por esta razón, los arrendadores de las aduanas seguirán prestando dinero a los campesinos y obligándoles así a que utilicen sus instalaciones, ofreciéndoles créditos para que abran nuevas plantaciones. Nada eso evitará que los cultivadores sigan vendiendo su cosecha a mercaderes forasteros con la consiguiente irritación de los arrendadores.
Para solucionarlo, los señores de la industria azucarera empezarán a tener cañaverales propios, un proceso que se ve confirmado en la asamblea municipal celebrada el 24 de febrero de 1552 en dónde muchos vecinos denuncian que se muelen juntas sus cañas y las pertenecientes a los señores de los molinos, por lo que se ordena a los propietarios de los ingenios que no corten sus cañas ni procedan a transformarlas hasta que no hayan concluido con los haces aportados por los vecinos, o viceversa.
De las ordenanzas de ese siglo XVI sabemos que también se generó un conflicto por los excesos a la hora de corta leña, una materia prima primordial para la industria. Parece que los dueños de los ingenios lo hacían sin licencia, lo que llevó al concejo a regular esta práctica y a imponer multas por valor de 3.000 maravedís, el embargo de las cargas y penas de cárcel, ordenando que la leña se vendiera en la plaza a dos reales cada carga.
La industria azucarera era esencialmente morisca antes de su sublevación de 1569-1570, y su expulsión supuso un duro golpe para Almuñécar. Los ingenios pasaron a ser propiedad de la Corona que buscaba monopolizar la comercialización del azúcar, pero la operación fracasó y a partir de 1577 se privatizaron. El estado en que se encontraban y el número reducido de ellos hizo que el Consejo municipal solicitara la construcción de otro más, por no ser suficientes para moler todas las cañas de la vega.
Esa privatización hizo que la riqueza generada por la industria del azúcar se concentraba en muy pocas manos, por ejemplo, la familia genovesa de los Spinola adquirió propiedades de Lorenzo El Chapiz, uno de los grandes terratenientes morisco de la zona. En concreto “Bernabe Espinola ginobes bezino deesta ciudad un molino en el termino de Almunecar que fue de Lorenço El Chapiz que estaba desbaratado” y “un yngenio de moler canas de açucar que fue de Diego Hermez y otros moriscos en el lugar de Almeuz arrabal dela çiudad (…) que alinda con el açequia dela ciudad”, pasando ambos por herencia a posesión de sus hijos Vicente y Octavio.
Con respecto al llamado Ingenio del Agua, “yngenio de moler canas de açucar en la ciudad de Almunecar en el arrabal de Loxuela que fue de Alonso el Gamines”, en 1579 lo compra el almuñequero Cristobal de la Torre, y ese mismo año, el granadino Gaspar Rodríguez adquiere también un ingenio que fue también de Lorenzo de Chapiz, y se menciona la venta de un tercero, que esta desvaratado “que dize ser del Guaharai en la ciudad de Almunecar que alinda con el camino queba a Granada”, al labrador y vecino de la ciudad Diego López, que también compra una casa “que solía ser yngenio de moler canas dulçes que fue de Alomso el Haridin en el arrabal en la ciudad de Almunecar y alinda con las partes del Yngenio del Agua ”.
La industria azucarera en la costa de Granada fue con casi total seguridad la primera y más antigua funcionando en Europa durante estos primeros siglos de modernidad. Su importancia no sólo lo fue por el abastecimiento del mercado, sino como fuente de recaudación, al aparecer en 1588 como renta autónoma y llegar a recaudar, antes de finalizar el siglo XVI, la importante cifra de tres millones de maravedís. Sin embargo, los trapiches e ingenios en este final del siglo XVI van a sufrir una paulatina decadencia y por entonces, el cultivo de la caña, aunque fuera momentáneamente, había comenzado a perder importancia en Almuñécar en favor de otros productos, desplazándose la zona azucarera hacia tierras de Salobreña y Motril.
Bibliografía
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