Las lumbres del 7 septiembre

 

Mañana es 7 de septiembre, cuando los montes que rodean Almuñécar y La Herradura  brillaban de hogueras y todo anunciaba, cuando entonces, que el verano con sus tradiciones se iba y había que imponer los usos del invierno y preparar los hogares, tras el ciclo, para el que se comenzaba limpiando de rastrojos hacienda y vida. Hoy es difícil poder descubrir ese calendario con broza y despojos en vísperas de la Natividad de la virgen María, origen de la celebración y que no cabe duda tiene consecuencias visibles en otras mitologías anteriores. Pero aparte connotaciones religiosas, la celebración contaba con el factor eminentemente agrícola de la catarsis.

También, el abandono de esta tradición deba gran parte del olvido al cambio en las tradicionales maneras de convivencia social del campo y a la mayor movilidad de los jóvenes de ahora, que son quienes pueden dar cuerpo y continuidad a esos encuentros festivos que anuncian el otoño. Otros, apuntan que la perdida de la tradición se debe a una mayor vigilancia de las ordenanzas sobre el encendido de estos fuegos que pueden provocar incendios forestales en época donde el campo lleva una sequedad extrema. Todo regulado y con plica.

Pero en la memoria de los más mayores queda el recuerdo de aquellos días de las lumbres cuyos preparativos comenzaban tres días antes con la elaboración de comidas, dulces. Luego, en aquella noche, se recorrían diferentes cortijos y cortijadas todas con sus lumbres. Y en torno a ellas,  donde ardían materiales heterogéneos abundantes en rastrojos y hojas de penca secas que son de gran combustión, se comía migas o carne adobada acompañada de sangría o vino del terreno, mientras bailaban hasta la madrugada el fandango cortijero. En aquellas noches los jóvenes se echaban la primera mirada, se decían el primer compromiso o se perdían bajo el aroma de las higueras en su segunda floración de breva a higo.

 

 

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