Las mañanas del patio / El relato y la memoria / Tomás Hernández

El uso y el abuso de la palabra relato en el lenguaje político y mediático hacía tiempo que venía llamando mi atención. Quería escribir sobre esa palabra, el relato, por la curiosa y abundante familia léxica que ha dejado en español la palabra latina de donde procede, el verbo “fero”. Tales como la diferencia, el ablativo, la confesión y la colación que tomaban los frailes entre capítulo y capítulo.
Pero se cruzó una metáfora, y la metáfora es la reina de la retórica. Vivimos rodeados de metáforas, desde las partes de nuestro cuerpo, “fosa nasal”, “cielo del paladar”, “pupila”, al significado de algunos de nuestros propios nombres. La metáfora que se cruzó no es un hallazgo poético, pero el contexto en que se desarrolla, merece le pena.
Elías Bendodo (PP) le explica a la periodista Inés García, una metáfora que se le ha ocurrido  a él solo: “Mire usted, un país es una empresa y nadie coloca en ella a un consejero cuyo objetivo sea hundir el negocio. ¿A qué no? Pues eso es lo que hace Sánchez gobernando con los independentistas”. Y como, al parecer, el diputado Bendodo tenía su día metafórico, acabó con lo del  gobierno Frankenstein. Aclaró la periodista que ningún partido independentista formaba parte del gobierno en funciones. Y aquí el señor Bendodo se encendió. ¿Cómo que no? Se han aprobado leyes en el Parlamento propuestas por Bildu, argumentó rotundo. Y llevaba razón el representante popular. De lo que no se acordó esa mañana es de que algunas de esas propuestas se aprobaron con el voto favorable del PP y otros partidos.
Pero volvamos a la metáfora. Un país no es una empresa, ni siquiera “como una empresa”. Un país, un Estado, es una institución político social y, a diferencia de la empresa, su finalidad no es el beneficio, sino atender a las necesidades y garantizar los derechos de los ciudadanos.  La metáfora no es, no lo pretende, una imagen exacta, su objetivo es la sugerencia, no la definición. Pero suele tener, con frecuencia, un vínculo con lo real. Concebir un país como una empresa da cierto repelús.
Analizó luego el señor Bendodo la situación política. El presidente Feijóo le acaba de ofrecer a Sánchez, omite anteponer el presidente, que lo es aunque sea en funciones, una propuesta de gobierno, que es una necesidad institucional y una muestra de generosidad. Ya la saben. Feijóo gobierna dos años con el apoyo del Sanchismo, ese monstruo a derogar. Y ya te iré contando como me van las cosas.  Una vez más, dice un asombrado Bendodo, el presidente Feijóo se encontró con el Sánchez, ni presidente ni ná, del “no es no”. ¡Qué mala suerte la del moderado estadista el presidente Feijóo! Sánchez, el felón, el okupa, el ilegítimo, el rompespañas no quiere echarle una manita para que él pueda justificar su largo viaje de Santiago a Madrid. ¡Qué ingrato mundo!
Repasaba el borrador de la metáfora para pasarlo a limpio, cuando leo la protesta del alcalde Almeida por lo intrusivo de la alarma en el móvil advirtiendo de la última Dana. ¡Ah, la libertad! ¡Ah, las tonterías! Pero aún me reponía del asombro, cuando el presidente Juanma, advierte y explica: “La alarma ha creado una situación de inseguridad innecesaria, desprestigia a las instituciones (sic) y perjudica la economía”. Y así volvemos al relato y a la metáfora, un país es una empresa. La protección y la seguridad de las personas no es competencia  de la empresa. Por eso yo no quiero un país, un Estado, que sea como una empresa.
Tomás Hernández
 

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