Las mañanas del patio / La Roma de Juvenal / Tomás Hernández

Cuando hace unos días me decidí a escribir sobre las “Sátiras” de Juvenal, había sobre la mesa del patio sólo ese libro. Ahora, tres o cuatro días después, se ha ido llenando. El “Satiricón” de Petronio, los “Epigramas” de Marcial, “Viajes con Heródoto” de Ryszard Kapuscinski” y en la silla que hace de mesa supletoria, dos tochos de consulta, “La sociedad romana” de Ludwig Friedländer y “El infinito en un junco” de Irene Vallejo. Cada uno de esos libros es un momento de vida y me gusta ver y recordar cómo han ido llegando a esta mesa. De algunos hablaremos.
El propósito inicial era, y es, hablar del libro de Juvenal, desde el sosiego de este patio, a través de las anotaciones y subrayados que fui dejando. Esa es la finalidad de estas mañanas, compartir lecturas, como compartimos el vino en un rato de charla entre amigos. Esa es su pretensión y no otra, una conversación que no nos aburra hasta la médula y transmitir la emoción, necesariamente íntima y personal, con que fueron leídos.
Si escribiera, una tras otra, todas las citas subrayadas de las ·Sátiras” de Juvenal, darían para varias mañanas. Desde la primera, “encontrarás poetas hasta en la mesa”, a la última, una escena de canibalismo en una ciudad sitiada. Y si leyéramos las excelentes notas de la edición del profesor Manuel Balasch, en Gredos, prescindiendo del texto de Juvenal, veríamos una ciudad, sus días y sus noches ruidosas, las casas de vecinos abigarradas y malolientes, los vicios más comunes, las mujeres más deseadas, las tabernas. Sabríamos qué era “la hebilla del cómico” y la pobreza extrema   del poeta trágico Rubreno Lapa en las postrimerías del siglo I.
El primer texto que leí con profusión de notas lo encontré, sin buscarlo, en una librería de lance. En la tienda, atestada de libros en desorden y amontonados, como debe ser toda librería de ocasión, el dueño ordenaba las últimas adquisiciones. Me recomendó, por el precio y porque él lo había hojeado, la Poesía castellana medieval” de Menéndez y Pelayo. Yo estudiaba filología, así que lo compré. Lo que sabía de Menéndez y Pelayo era lo que se decía de él, “polígrafo conservador”, “pensador reaccionario” y con peculiares puntos de vista. Por ejemplo, que las “Coplas” de Jorge Manrique no eran más que coplillas de Cancionero llenas de tópicos.
A don Marcelino, que me parece más iconoclasta que reaccionario, debo mi afición por los libros enriquecidos con largas notas a pie de página. Y a esa categoría pertenece la edición del profesor Balasch de la “Sátiras”. Aunque publicada en Gredos en 1991, la editorial Planeta de Agostini hizo una edición de kiosko (“Los clásicos de Grecia y Roma”) que es la que manejo. Sin esas notas no podríamos comprender ni disfrutar a este ciudadano de Roma, nacido en Aquino, llamado Décimo Junio Juvenal, que era malencarado, misógino, xenóbo y nostálgico.
Para Juvenal cualquier tiempo pasado fue mejor. Y, más aún, su tiempo, la época que le tocó vivir, le resultaba deleznable, de miseria moral y pérdida de valores. Se añade a esto la invasión y los privilegios de “inmigrantes grieguillos de pies blanquedos” y el libertinaje y la perversión de las mujeres a las que dedica la, por otra parte extraordinaria, Sátira VI.
Las “Sátiras” son pura hipérbole. Así, cuando la mujer entra en la alcoba, se limpia los emplastes y el maquillaje de la cara, el marido no la reconoce. Recuerda esta escena el poema de Quevedo. La esposa se quita la peluca, la dentadura, los collares, gargantillas, pendientes, y el marido se pregunta si su mujer se acuesta en la cama o en la mesita del tocador.
Este tono de exageración extrema recorre todo el libro. Por eso, los estudiosos de la obra de Juvenal nos previenen para no tomar la Roma que describe como una sociedad real, sino como una caricatura; pero en toda caricatura, bien lo sabía Valle-Inclán, late el pulso escondido, el vivir anónimo de sus gentes.
Aunque cada una de las dieciséis sátiras trata un tema, hay motivos recurrentes a lo largo de todas ellas. La añoranza del pasado, “los hombres  vivían entonces de otro modo, cuando el mundo era nuevo y el cielo reciente”, el lujo, “más cruel que las armas se nos echó encima el lujo y se venga del mundo conquistado”. Y la pobreza, “muchas son las cosas que los hombres no se atreven a decir si llevan rotos en el manto”. La xenofobia, “de todo entiende un grieguillo famélico”, “cuando los griegos no se prestaban todavía a jurar por la cabeza de otro”, como testigos falsos en los juicios. “Pies blanqueados” los llama Juvenal recordando el origen de algunos griegos que  llegaban como esclavos y eran expuestos con los pies pintados de blanco y cogidos en cepos.
Con ironía y humor critica el poeta las falsas apariencias: “Para ir a los Juegos, Olgania alquila un vestido, alquila acompañantes, una litera, un cojín, amigos, una nodriza y una muchacha rubia”, como toque de exotismo. Todo es alquilado. Pero quizá sea en la Sátira VI donde la misoginia, en la presentación de la mujer como un ser perverso, libidinoso y fatuo más se desarrolla. Previene a su amigo Póstumo contra los males del matrimonio y le aconseja que antes de casarse, se ahorque con una maroma o se tire por la ventana, que se arroje desde un puente o por qué ”no piensas que más te valdría dormir con un garzón”.
Cierro con este párrafo sobre la mujer porque la exposición concatenada de sus debilidades aparecerá en los moralistas españoles, Arcipreste de Hita, Arcipreste de Talavera. “Esta misma mujer sabe lo que sucede en todo el mundo (…), los secretos de la madrastra y el niño, quién se ha enamorado de quién y quién es disputado como adúltero. Te dirá de quién es la preñez de la viuda y en qué mes está, y las palabras y los modos de cada una en el amor (…) Acoge en sus casas las últimas hablillas y rumores, y se inventa otros”.
Queda en el tintero “la hebilla del cómico” codiciado como amante y caro de comprar, las bailarinas sirias y gaditanas, las noches ruidosas de Roma, “dormir (en una villa alejada) cuesta un ojo de la cara”. Los trinchadores de carne, “que gesticulan y dan saltitos con el cuchillo en el aire”. Los gladiadores perseguidos por las mujeres ricas como Epia, mujer de un senador que “ persiguió a una escuela de gladiadores” en la época de Domiciano, los burdeles de Lycisca, las matronas romanas que hacen el amor con palabras griegas, ”qué ingle no excitaría una voz acariciante y libertina”, los anillos de invierno o de verano, el diamante de Berenice, los caprichos de la Fortuna.
Tomás Hernández
 

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