Las mañanas del patio / Los amantes de Módena / Tomás Hernández

Supe de esta historia leyendo e libro de la profesora de la Universidad de Granada, Marga Sánchez Romero, “Prehistorias de mujeres”. Lo leí en el pasado mes de junio y pensaba abrir con él  estas mañanas en el patio. Pero, ya se sabe, “el hombre propone…” y el azar dispone. Son cosas que nos pasan a los “lectores dispersos”. Quizá algunos de ustedes sean, como yo, de esa clase de lector. Ese puede ser un asunto divertido para otra mañana.
Andaba yo en el libro de la profesora Sánchez Romero, cuando se me apareció en la tele el expresidente Rodríguez Zapatero hablando con entusiasmo de este ensayo y recomendando su lectura. Pero, llamó aún más mi atención que comentaba él una de las imágenes reproducidas en el libro sobre la que yo también pensaba hablar. El cuadro, de un pintor del XIX, representa una supuesta familia prehistórica. El hombre, alto, fuerte, y armado con una rudimentaria lanza, levanta la cabeza y mira al infinito. La mujer, más pequeña, ¿frágil?, lleva un niño de la mano y, la cabeza inclinada, sólo mira al hijo. Y despertó mi interés ese cuadro elegido por la autora, porque expresa, con claridad, una de las tesis, a mi entender, de este interesante ensayo de divulgación, como aclara la profesora de arqueología.
La tesis viene a decir que el inicio y auge de la arqueología en el XIX, está interpretado por hombres y que esa mirada pesa sobre las cosas que iban desenterrando y la manera de explicarlas. También la mirada del contexto social de época pesa sobre la interpretación. La segunda tesis del libro, a mi entender, insisto, es la creación de un bucle ideológico pernicioso. Las mujeres de la prehistoria, como la mayoría de las mujeres del XIX, se dedicaban a la procreación, crianza y sostenimiento de la cueva o abrigo que hiciera de casa. Tareas no esenciales, como lo son la caza, la guerra y la fabricación de armas y utensilios necesarios para la supervivencia. Tareas secundarias hechas por seres secundarios. Y aquí comienza el bucle. ¿Son tareas no principales porque las realizan mujeres? ¿O a la inversa? Las tareas fútiles son apropiadas para seres fútiles?
Muchos son los ejemplos y la documentación aportada por la profesora Sánchez Romero. Aunque, como ella misma dice, los materiales para el estudio de la arqueología se reducen a los cuerpos encontrados y a los objetos que los rodean. Por eso pensé en titular esta croniquilla “Cuerpos y objetos”. Pero “Los amantes de Módena” se ajustaba más a mi intención.
Habla la autora de las falsas atribuciones a roles masculinos cuando la presencia de la mujer es inoportuna e incomprendida. “El señor del marfil” es un caso relevante, que leo en Internet, sobre estas paradojas y mistificaciones. Una tumba encontrada en las excavaciones de Valencina (Sevilla), contiene, además del cuerpo, una rica exhibición de ajuar mortuorio, en el que destacan grandes dientes de marfil y piezas talladas en el mismo material. Un prohombre, sin duda, rey o comerciante en marfil, rico y poderoso. De ahí el nombre de la tumba. El análisis posterior del ADN de algunas piezas dentales demostró que era, sin duda, el esqueleto de una mujer. Una mujer poderosa y homenajeada en su muerte. Algo más harían algunas mujeres, al menos, a parte de la crianza, para tanto honor, lujo y vasallaje. Sobre ese “algo más”, sobre el olvido y falseamiento de las vidas de las mujeres prehistóricas habla este libro, y de ahí su largo título: “Prehistorias de mujeres: descubre lo que no te han contado sobre nosotras”.
Una de esas historias de mistificación y paradoja es la de “Los amantes de Módena”. Pero como eso ya lo escribí en un poemilla, que los buenos libros dan para mucho, aquí lo dejo y me ahorro el relato.
Los amantes de Módena
En semiabrazo, los amantes, su esqueleto,
dispuestos en la tumba como cuarto nupcial,
noche eterna de amor más poderosa que la muerte.
Abrazados,
sin atavíos, sin ropas y sin ojos.
Desnudo hueso. Boca sin labios.
Peregrinan curiosos a la tumba,
como creyentes que visitan a sus dioses,
la devoción por la reliquia, el hueso enamorado.
Los amantes de Módena,
dos hombres que volvían del campo de batalla
o la secreta cena del amor.
Tomás Hernández
 

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