Las mañanas del patio / Roma en epigramas / Tomás Hernández

George Steiner escribió un libro sobre los libros que no había escrito, los proyectos que sólo se soñaron o fueron notas dispersas y apresuradas “entre librotes, revistas y papelotes”, como decía Machado mientras buscaba sus gafas por la mesa. En compañía de Jenaro Talens inicié un proyecto sobre Marcial como poeta elegíaco. Por cierto, Jenaro Talens sustituyó a Steiner en la cátedra de la Universidad de Ginebra de la que es catedrático emérito. Esas coincidencias. La idea quedó en proyecto, como los libros nunca escritos de Steiner.

De Marco Valerio Marcial sabemos muy pocas cosas. Y casi todas por alusiones o referencias en su propia obra. Eso lleva a situaciones curiosas. Poco conocemos de los sesenta años de vida de Marcial, pero en sus “Epigramas” nos deja su dirección, calle del Peral, tercer piso. Allí alquiló unos cuartos pobres en su llegada a Roma con apenas veinte años. Deja en sus poemas el nombre de las librerías donde se vende su obra e incluso la dirección: “Busca a Segundo, detrás de las puertas de la Paz y del foro de Palas”. Otros libreros de Marcial durante los más de treinta años que vivió en Roma fueron Quinto Polo Valeriano, Atrecto y Trifón. En el epigrama XIII, 3, informa del precio del libro: “El surtido completo de “Xenias” te costará, si lo compras, cuatro sestercios”.

También son pocas las referencias de sus contemporáneos a la obra o la persona de Marcial. Una de las que emociona todavía es la de Plinio el Joven. “Me entero de que ha muerto Valerio Marcial y me duele. Era una persona inteligente, aguda, penetrante, y en sus escritos mostraba tanta gracia y mordacidad como franqueza. Cuando se marchó, lo acompañé dándole dinero para su viaje” (Cartas, III, 21). Marcial envió el libro X de sus “Epigramas” a la casa de Plinio y recomienda al esclavo que se lo entregue de noche “cuando reina la rosa, cuando los cabellos están rociados de perfume”.

Lo suponemos amigo de Juvenal, a quien en las fiestas de las Saturnales le envía un cesto de nueces, como era costumbre, y un epigrama. “De mi huerto, elocuente Juvenal, te envío / estas nueces para las Saturnales. / La polla lujuriosa del dios guardián (Príapo) / dio las restantes frutas a muchachas lascivas”. Suponemos esa amistad aunque sabemos que Juvenal escribe en sus “Sátiras” contra Domiciano y que Marcial pertenecía a la corte de aduladores del emperador. Su muerte, asesinado en una conjura palaciega, se supone el motivo por el que Marcial abandonó Roma y regresó a su Bílbilis natal (Calatayud). Tampoco los “Epigramas” de Marcial tienen mucho que ver con las “Sátiras”. Juvenal es un satírico filosófico y moralista, de poemas largos y caudalosos. Los epigramas de Marcial son como picotazos de avispa. “Apigramas” los llamó algún crítico.

No es posible, creo, establecer un orden de composición, una estructura subyacente, en ninguno de los catorce libros de epigramas. Marcial fue un pintor de caricaturas callejero, que con unos pocos trazos definía un vicio, ridiculizaba un carácter, una forma de ser. Por eso, sus motivos, sus críticas, se van repitiendo bajo distintas formas y personajes a lo largo de todos sus librillos, como él los llama. No sabemos muy bien hasta sus últimos libros qué cosas de Roma le gustaban a Marcial, pero sí todo lo que detestaba de la ciudad y de sus habitantes. No le gustan los que disimulan la edad con tintes y afeites, “cuervo amanece quien cisne se acostara”, dice de alguien que se teñía las canas por la noche. Ridiculiza a los fatuos y pretenciosos. Así, a Calístrato, que alardeaba de su riqueza le dice: “Soy, lo confieso, pobre”, y después de describir las fincas y villas de lujo del presuntuoso nuevo rico, le confiesa: “Esto somos tú y yo, mas lo que soy / tú nunca podrás serlo y lo que eres / puede serlo, Calístrato, cualquiera”, menospreciando sus riquezas frente al prestigio literario de Marcial. Pregona la belleza y la lascivia: “No entren en tus huertos ladrones avezados / sino el muchacho y la muchacha hermosa / de larga cabellera”. Y dedica sus poemas a “mujeres, niños y muchachas, / a vosotras dedico mis poemas. / Lee tú a quien deleitan / los dichos más procaces / y las formas desnudas, / estos cuatro librillos de lascivia”. Denuncia la violencia y el abuso en el terrible epigrama de la dama patricia, que golpea con el espejo a la esclava hasta tirarla al suelo, por un bucle mal colocado. Juvenal creo que desarrolla el mismo motivo.

Pero Marcial, sobre todo, sorprende por el contraste de un lenguaje refinado y soez, la pincelada más sutil junto al taco o la alusión más obscena. Así describe la belleza de un fósil: “Mientras vaga a la sombra del álamo una hormiga, / una gota de ámbar cubrió la débil fiera. / Quien fuera despreciada estando viva, / la muerte la transforma en algo hermoso”. Y esta alabanza le dedica a Lesbia: “ “Porque la chupas, Lesbia, y bebes agua, / en nada pecas, Lesbia, lavas lo que es preciso”. Menosprecia a los poetas que lo critican: “Dicen que Cinna me ataca en sus versillos, / no escribe versos el que nadie lee”. Es misógino, y en sus versos están todas las perversidades clásicas atribuidas a la mujer. Es obsceno y poético. Así ve la copa de plata en que le sirven vino: “Ves los peces cincelados por Fidias, / échales agua, nadarán”.

La sátira contra la ciudad donde tantos años vivió, se convierte en añoranza en su Bílbilis natal, donde le acoge su amiga Marcela a quien confiesa: “Tú me haces soportable mi deseo de Roma. / Tú sola eres Roma”.

Del poeta elegíaco Marcial del que hablamos al principio, queda, sobre todo, este poema que tantas veces he citado. Y no me pesa.

En la puerta cercana al soportal Vipsiana

cae el agua, el pavimento mojado por la lluvia

incesante resbala y en el cuello de un niño

cayó cuando pasaba bajo el húmedo techo,

una afilada punta del hielo del invierno,

y cumpliendo el destino fatal del desdichado

fundióse el arma frágil en la herida caliente.

¿Qué no está permitido a la Fortuna airada?

¿Dónde no está la muerte si hasta el agua degüella?

Tomás Hernández

 

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