Decía Ortega que «lo normal es que el hombre amador de un ser o de un objeto tenga de ellos una visión más exacta que el indiferente. No; el amor ni miente, ni ciega, ni alucina: lo que hace es situar lo amado bajo una luz tan favorable que sus gracias más recónditas se hacen patentes». Y eso nos ocurre con el mítico, ciclópeico, robusto peñón de El Santo. Emblema sexitano, puede mirarse desde distintas perspectivas y siempre hay un ángulo, un color, un momento que lo hace apasionante.