LENGUA: COACCIÓN, LIBERTAD Y UTILIDAD
Cuando se redactó la Constitución de 1.978 se supuso y en esa medida se creó la ilusión (que alude en este caso a los ilusos) que el problema de las lenguas vernáculas de España quedaba superado reconociendo la cooficialidad con el castellano en sus respectivos territorios. La propia denominación de la lengua española como “castellana” obedecía a la consideración de españolas de todas las que se hablaban en España. Legalmente se ponían en pie de igualdad los idiomas del Estado al ser reconocidos todos como españoles, yendo incluso contra una denominación universalmente reconocida como es la “lengua española”. Según la citada ensoñación constituyente en los territorios bilingües donde el español-castellano convivía con un idioma propio del territorio, cada cual podría expresarse y estudiar mediante ambos en pie de igualdad y de manera singular formarse académicamente en la llamada lengua materna por considerarse el mejor vehículo de comprensión de cara al aprendizaje.
Como nuestra singularidad moral contemporánea enseña que las leyes proponen y los políticos disponen, rápidamente las competencias transferidas por el Estado a las comunidades autónomas fueron usadas con fines partidistas y muy especialmente por los grupos secesionistas para ir paulatinamente orientando las conciencias hacia el aislamiento del resto de la Nación usando el lenguaje como frontera. Dificultando la comunicación entre personas la incomprensión entre ellas va creciendo en la medida que el lenguaje es una forma condicionante para comprender-percibir la realidad. Si las palabras según cada idioma expresan conceptos distintos sobre las mismas cosas, aparte de la propia barrera fonética, se rompen las bases de cualquier intercambio. De ahí el interés en el caso de Cataluña de imponer la llamada inmersión lingüística desde la educación más básica, no limitada por supuesto al idioma en sí mismo, sino a los contenidos que se transmiten a su través. Ya dijo Lenin en el año 1923 ante los comisarios para la educación pública «Dadnos a los niños por ocho años y serán bolcheviques para siempre”.
Una de las excusas empleadas por el secesionismo nacionalista catalán para avalar la imposición de la lengua propia ha sido que corría peligro de desaparecer, lo que no mejora su fuerza justificativa porque significa que debe imponerse el catalán en detrimento de la libertad de elección del castellano, dirimiendo así el artificioso dilema optando por la solución coactiva. También implica que para la salvación del catalán cientos de miles de personas tienen que pagar el precio de la castración lingüística de su lengua materna, reducida al uso coloquial y expulsada tanto del mundo académico como del oficial. Esta descripción no responde a prejuicios infundados ni a bulos alarmistas diseminados por los medios con intereses políticos opuestos. Una comisión de la UE visitó España y constató los hechos y tan seguros estaban los dirigentes nacionalistas y grupos afines de los resultados que obtendría que fue recibida y tratada dicha comisión con abierta hostilidad y descalificaciones que no hicieron sino confirmar la veracidad de las denuncias que motivaron la investigación.
Pues bien, este lunes el expresidente de la Generalidad Sr. Montilla ha defendido las políticas aplicadas en Cataluña en relación con el uso de las lenguas (teóricamente) cooficiales. Dice el Sr. Montilla textualmente: “Si al catalán no lo protegen las instituciones catalanas, quién lo hará” y añade: “Es de éxito desde el punto de vista (sic) que el catalán, que era una lengua minoritaria en su espacio, hoy ya no lo es”. Las palabras “proteger” y “éxito” ocultan los cómo, cómo se protege y cómo se ha llegado a ese éxito, que no es de otro modo que coartando la libertad de muchos cientos de miles de catalanes imponiéndoles el uso de la lengua catalana contra su voluntad. Esa ingeniería social donde se interviene en el acto de la comunicación entre personas convirtiendo lo voluntario o espontáneo en político y por tanto impuesto.
Hay más problemas que deben considerarse aparte de los expuestos. En el intento de preservar una lengua a toda costa se interfiere su proceso de evolución natural, que la llevaría a convertirse con el tiempo en un reducto fonético a modo de parque jurásico, y se favorece el uso de un idioma minoritario o menos eficiente que lo único que consigue además es incentivar el enfrentamiento entre los usuarios de las distintas lenguas por culpa de esas políticas intrusivas. Concediendo esa herramienta al nacionalismo, irredimible e intransigente por definición, tampoco hacía falta ser Casandra para adivinar lo que depararía el futuro. Las lenguas son instituciones que nacen del orden (social) espontáneo, no algo que viene de arriba abajo, por lo que tratar de invertir la generación del lenguaje y el habla sólo trae las distorsiones a las que nos hemos referido y alguna más.
En todo objetivo político hay un coste de oportunidad, muy alto en algunos casos, y por eso los objetivos deben elegirse con vocación de utilidad social mayoritaria, no para sustentar proyectos sectarios o beneficiosos únicamente para el grupo que los promueve. Usar la lengua como arma política mediata para llegar a la secesión, finalidad real y última, es convertir en rehenes a los ciudadanos de intereses que no son los suyos. Las lenguas no son especies en extinción, ¡esa manía de aplicar el cientismo a todo!, sino estructuras en perpetua evolución para servir mejor en cada época a la comunicación de los seres humanos, si dejan de usarse es porque han sido sustituidas por otras más útiles. Dejó escrito Kant que el hombre no existe como simple medio sino como un fin en sí mismo y tenía razón. Por eso no pueden supeditarse las personas a una lengua sino siempre ésta a aquellas, lo contrario se llama totalitarismo.