Lo que nos está pasando / José María Sánchez Romera

Lo que está padeciendo una importante proporción de los países occidentales y en particular España, tiene causas muy precisas que tratan de ocultarse con un himalaya de mentiras (Besteiro). La crisis económica que ya nos golpea con dureza no es ni una casualidad ni culpa de Putin, el autócrata ruso, utilizando la metáfora de Marx, solo ha sido el partero de la historia. Porque todos los males estaban ya presentes en el llamado primer mundo que no ha dejado de encadenar crisis desde 2.008 agravadas por políticas voluntaristas cuyas derivaciones han sido ocultadas mediante la manipulación financiera llevada a cabo por los bancos centrales, básicamente la FED y el BCE. Todas las mentiras requieren su cobertura y en ello parecen estar bastantes medios audiovisuales al presentar la inflación como una especie de fenómeno meteorológico, como una granizada, carente de responsables. Algo inesperado e inevitable.

Decía Milton Friedman que ningún almuerzo es gratis y tenía razón, lo que alguien deja de pagar se cargará a otro. La teoría de la izquierda consiste en hacer creer que pueden crear zonas inmunes a las crisis económicas actuando selectivamente y sin consecuencias generalizadas para que los costes sean soportados por “los ricos”, fijando su objetivo preferente en las grandes empresas. Trasladar ese problema a “otro” tiene como consecuencia que ese “otro” a su vez compensará su pérdida con “otros” elevando sus precios o bajando su consumo o inversión. Y eso no significa que lo uno por lo otro, todo queda como estaba, al contrario, esas actividades económicas que todavía funcionaban bien ven mermados sus recursos para ser desplazados a sectores menos eficientes o para seguir cebando el gasto improductivo.

En las sociedades occidentales cobró carta de naturaleza el que en las crisis, que no son otra cosa el agotamiento de un período de fuerte demanda, se combaten alargando el ciclo de lo que ha ya ha colapsado. Lejos de actuar en consecuencia, se inicia una carrera de “estímulos económicos” (populismo puro), básicamente monetarios, que van disfrazando la situación real hasta que se agota su capacidad analgésica sobre una enfermedad que no solo persiste sino cuyo agravamiento se hace temporalmente indetectable gracias a las pócimas monetarias postergando las medidas realmente necesarias. El final es que la crisis no puede ser ya ocultada porque su peor síntoma, la inflación, se hace presente en el día a día de las economías particulares. Llega entonces el momento de la política que consiste en hacer que la gente confunda los efectos con las causas para no asumir las responsabilidades de decisiones totalmente equivocadas y que no se adoptan por error sino para eludir tomar a tiempo remedios que son impopulares.

Se está criticando con mucha dureza a la Ministra de Trabajo por sugerir que se intervengan los precios de los productos alimenticios. La verdad es que salvo quienes, desde perspectivas realistas, no desde del oportunismo o la ideología, han venido denunciando lo que iba a ocurrir, para el resto, la izquierda y una parte de la derecha con dudas en sus principios, debería imponerse la más absoluta discreción, el error de la Sra. Díaz no convierte en aciertos todo lo anterior, sino en una prolongación de los errores precedentes. La Ministra se ha expresado conforme a sus creencias y siguiendo el camino marcado desde hace muchos años de manera incesante: intervenir los precios por diversos medios. Y la Unión Europea es el camino que parece haber elegido, lo cual no hace buena una idea letal en sus consecuencias. Aún no se publican como en los países socialistas el listado de precios de los bienes, pero todos esos precios han estado manipulados por subvenciones a sectores para limitar su oferta, ser mantenidos pese a su baja demanda o escaso valor a costa de imponer altísimos impuestos sobre los económicamente viables, distorsionando el mercado hasta hacer prohibitiva la adquisición de muchos productos básicos para familias y pequeñas empresas. Hidrocarburos, energía, alimentación, medicamentos, bebidas, etc., todos los bienes de consumo más demandados han sufrido elevadas cargas tributarias a las que se han sumado la inflación y el alza de precios de muchas materias primas hasta componer niveles de precios inasequibles para una gran parte de las economías. Ahora los gobiernos quieren imponer precios al mercado que ellos mismos han emponzoñado para no reconocer su responsabilidad y evitar la aplicación de la única solución racional que sería una bajada general de impuestos para que recuperar el valor real de los bienes y no el precio políticamente fijado. Baja de impuestos que tiene que ir acompañada de la del gasto público, única forma de contener el alza imparable de la inflación que en USA tras un mes de una cierta bajada ha vuelto a subir en septiembre, mientras que en España estamos superando de forma sostenida el diez por ciento.

Desde el Código de Hammurabi (de alrededor del año 2000 a. de C.), pasando por los edictos del emperador romano Diocleciano (245-313 d. de C.), y por la terrible ley del máximo de la Revolución francesa el control gubernamental de los precios ha cobrado las formas más diversas, como se ve algunos han descubierto el Mediterráneo en el 2.022. El mal que los precede a la limitación de los precios, el alto coste de adquisición de los productos, al fijarse precios obligatorios tiene como secuela el desabastecimiento y el mercado negro, hundiendo el mercado legal y la recaudación. El intervencionismo tiene su propia ley de hierro: a cada intervención sucede tras otra para paliar los efectos de las anteriores hasta que se completa el desastre. La palabra “topar” deja de ser simple lenguaje oficializado, sino que determina la materialización de decisiones cada vez más perniciosas.

 

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