Los políticos y los otros / Tomás Hernández

Sabemos quienes son los políticos. Esa infame y, casi siempre, encorbatada turba de ganapanes, intrigantes, astutos, calculadores, mentirosos, oportunistas, serviles y etcétera, etcétera y etcétera. Y los otros, nosotros, ¿quiénes somos? Nosotros, en el asunto que nos ocupa, somos los votantes; una mujer, un hombre, mayor de dieciochos años, armados con una papeleta frente al poder de esa infame turba.

Pero, como nosotros, los votantes, formaríamos una multitud heterogénea y variopinta, vamos a reducirnos a una fila de diez personas. De esa decena, tres de ellos o tres y medio no votan nunca. A muchos los entiendo. ¿Cómo votar a un partido, constitucional, eso sí, que ha practicado el terrorismo de estado o el latrocinio a manos llenas, ante los ojos atónitos del votante?

De los seis y tres cuartos de votante que quedan en la fila, algunos han dejado el voto en la urna tapándose la nariz algunas veces o cerrando los ojos o ambas cosas a la vez. Comprenden la vertiginosa rueda caprichosa en que se ha convertido la democracia. Sin votantes no habría políticos, sin políticos habría otra cosa mucho peor. Algo que impediría hablar de ellos con la libertad con que podemos hacerlo todavía.

La estructura piramidal de los partidos tampoco favorece el vínculo entre el votante y quienes lo representan. El “Hacedor de listas” del partido dispensa el pan, las dietas, la vanagloria, la sala “vip” en AVE y aeropuertos, la seducción del poder, la pleitesía. El partido no tiene un sol en la cúspide de su pirámide, tiene un rostro que es un emblema. ¿Qué democracia puede haber en un lugar donde la sumisión ha sustituido a la libertad y el halago a la crítica?

Los votantes, y los no votantes también, nos avergonzamos de las maneras en que nuestros políticos se insultan en el Parlamento, con una zafiedad, con un odio resentido, con una violencia verbal que todavía no ha llegado al trato cotidiano, redes de Internet al margen. En los programas de debate de mayor audiencia vemos y oímos, mañana, tarde y noche, descalificaciones, mentiras, imágenes falseadas, gritos, interrupciones continuas, exabruptos. ¿Por qué nos sorprendemos de lo que ocurre en el Parlamento? ¿Quién imita a quién, el tertuliano al político o este al tertuliano? La vacuidad del discurso es casi la misma, la propaganda ideológica ha sustituido al diálogo de la razón; las maneras, semejantes en el plató y en el hemiciclo. Los aplausos en el plató suelen ser enlatados, los del hemiciclo en vivo y bochornosos.

Por eso, el voto sigue siendo “un arma cargada de futuro,” como los medios que elegimos para informarnos.

Acabado este artículo, encuentro por casualidad esta sentencia en las “Fábulas” de Fedro, que parece escrita para la ocasión: Humiles laborant, ubi potentes dissident, “los pobres trabajan, mientras los poderosos discuten”.

Tomás Hernández.

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