Estas crónicas de agosto vienen amadrinadas por la Luna llamada del Esturión. En esto, por otra parte como en todo, la americanización manda y el nombre le viene de las tribus amerindias originarias de América del Norte por que coincide en la época del año en la que este pez gigante abundaba en los Grandes Lagos situados en la frontera entre los Estados Unidos y Canadá. Ya ven que de las tribus originarias queda el folclor colonizado e imperializado como singularidad. Aquí nos queda la caña de azúcar, como emblema de cuando la comarca fue emporio industrial, y que glosa Nicolás Fernández en su libro «La caña de azúcar en Almuñécar» que presenta bajo los reflejos de caviar de esta luna en la remozada plaza de Marruecos y nos recuerda que hubo fortunas nativas de prosapia basada en la usura, que era la industria nacional de la época y de la que nos ilustró Galdós. Nicolás va camino de convertirse en un Proust local que nos lleva a nuestro mundo de Guermantes sexitano, pero por el camino de río seco ahora ilustrado con los grafitos recién descubiertos y acaso hechos por alguno de aquellos que se deslomaban por míseros jornales en las llamadas mondas de la caña.
El día 1 de la luna esturiona nos ha traído a la cercana Motril a la Reina Emérita Sofía para hacer un homenaje en villa Astrida, la que fuera residencia de verano de Balduino y Fabiola que ha sido convertida en museo. El PP la ha recibido con esa languidez que tienen los populares motrileños o a lo mejor han querido emular en protocolo a los royals belgas que siempre han sido algo señoritas de la estación o de Ángelus, acaso para hacerse perdonar en las Alturas de las fechorías de Leopoldo I y sus abusos imperialistas en el Congo y origen de su fortuna. La Emérita lucía un outfit camisero de print patchwork muy afín con aquellos looks Fabiola y es que nuestra ex reina siempre ha sido impecablemente mimética, aunque gracias al Altísimo, nunca con los gustos de alguna de las amigas del consorte. Que no la veo ni de vedete ni de Dinastía.
Y aprovechando la luna, me doy un baño nocturno con afán prensil de reflejos sobre el mar. Es el mar nocturno de todos los veranos con ese estremecimiento de su oscuridad donde intuimos lo abisal en su inmensidad, el escalofrío que provoca su azul casi negro, el terror de esa mano que surge desde el fondo y nos hunde para conducirnos a su reino. Es la luna Afrodita que nos recuerda que en nuestro ciclo somos Hécate como los antiguos llamaban a la Luna menguante o vieja.
Por las costanillas del pueblo discurre el primero de agosto. Ningún viajero, todos turistas. A los pocos viajeros que quedan no se les ocurre ejercitar su oficio en verano. Alguien en el centro del pueblo me pregunta que dónde esta el centro histórico al que van los turistas cuando vienen a Almuñécar. Debo poner cara de póker y el hombre se explica pormenorizando su búsqueda al señalar que todas las ciudades tienen un lugar donde acuden los turistas. Le indico que puede subir al castillo y más explicito interroga sobre si está ahí la zona de bares. Le contesto que no precisamente. Y con las mismas, sin dar las gracias me da la espalda y sigue su camino. Me extrañaba mucho que a é ste le interesara mucho la monumentalidad ni cualquier atisbo histórico que no tuviese de banda sonora un regetón. Cada vez me va pareciendo todo a aquellas películas de Ozores y compañía. Que sin ponernos pedantes, tenían su gracia.
J Celorrio