No creas a tus ojos / José María Sánchez Romera

 

El Presidente del F.C. Barcelona después de semanas de anuncios, amenazas de demandas y explicaciones inexplicables, decidió por fin en los días pasados cumplir su promesa de dar cuenta detallada de los motivos por los cuales el que fuera durante muchos años Vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros estuvo recibiendo importantes sumas de dinero. Terminada la comparecencia anunciada, acabó despejando las dudas porque al no dar ninguna razón creíble con la que justificar los pagos, confirmó lo que todo el mundo piensa. Sin embargo, la polémica vino de uno de esos “detente bala” que regularmente hermanan al nacionalismo con la izquierda: Madrid. Para la necesidad ocasional de Laporta, el Real Madrid, del que dijo ser el equipo del régimen (franquista) y por ello, beneficiado por los árbitros. De ser esto último cierto no haría sino dar pleno sentido a que los pagos millonarios del F.C. Barcelona a Negreira no podían obedecer a otra razón que revertir el sentido del favoritismo arbitral, demostrando que Laporta, acorralado por la evidencia, asumía quedar expuesto a las derivadas negativas de su propio discurso. El Real Madrid, injustamente señalado en función de la verdad histórica, publicó un vídeo cuyas imágenes dejaban pocas dudas respecto de la obsequiosidad, digámoslo así, del equipo catalán con Franco, que fue varias veces condecorado por éste y solventó sus agobios económicos por medio de recalificaciones urbanísticas que salvaron las maltrechas finanzas azulgranas por haber querido siempre ser “més que un club”.

Hasta ahí el cruce de acusaciones, donde cada cual puede pensar (o creerse) lo que quiera, no salía del ámbito que le era propio. Después vino la estrambótica reacción de la portavoz de la Generalidad de Cataluña, Sra. Plaja, que calificó el vídeo editado por el Real Madrid de “fake news”, lo que, siguiendo el mismo método que Laporta, rodeó de otra serie de referencias perfectamente irrelevantes para la cuestión. Lo que pretendía la Sra. Plaja nada menos es que nos negáramos a creer lo que veíamos y que las explícitas imágenes que ilustraban a la institución deportiva F. C. Barcelona en perfecta sintonía con “el Régimen” no habían ocurrido (una ucronía visual), un “no es lo que parece” según impone como primera disculpa el breviario para infieles sorprendidos “in fraganti”. Podría haber dicho que había que entender el contexto, el superior interés del club, la relevancia social del equipo para Cataluña o sencillamente que aquello era lo que había y que con tales bueyes había que arar. Pero no, porque las estructuras conceptuales que conforman nacionalismo y razón se componen de átomos cuya incompatibilidad impide que encuentren un punto de fusión.

El nacionalismo invoca lo telúrico, lo irracional, una conexión indescifrable de lo real con lo mítico, la ilusión prometeica y frente a ello el engaño está en lo real. Lo que cuenta no es el ahora, el presente que, cada uno según su propia percepción, experimenta, hay que ver lo que no se ve, el paraíso que debe verse dibujado en cada mente y al que se ha de llegar ignorando las circunstancias. En el caso de España se da la coincidencia de que independentismo y nacionalismo son una misma cosa, lo que emponzoña el debate hasta dejarlo sin solución. Desde una concepción liberal en su más amplio sentido al independentismo se le debe reconocer su legitimidad teórica, más allá de su fundamento en una situación concreta, de su operatividad o del sentido que pueda tener en la era global, donde las fronteras se han ido trasformando más en la expresión política de soberanía de cada estado que en límites que constriñan toda clase de intercambios humanos. Por eso llevar el debate a la cuestión del derecho a la independencia es un error que elude la cuestión fundamental.

La ontología totalitaria nacionalista nada tiene que ver con la de una causa independentista en sí misma y confundir ambas, mezcla lo que puede ser una legítima aspiración democrática con la concepción dogmática que caracteriza al nacionalismo. Gandhi quería la independencia de la India, pero no era un nacionalista hindú, propugnaba la convivencia en igualdad del abigarrado mosaico de tendencias culturales y religiosas del país, aunque en última instancia no pudiera conseguirlo y tuviera que admitir frustrado la independencia de Pakistán. El independentismo por principio no excluye la convivencia de realidades o visiones nacionales diferentes. Por tanto, un debate honesto y democrático sobre la articulación de un territorio no tiene por qué negarse siempre que se base en procesos abiertos a todas las partes involucradas. Creo que es un error insistir en la semántica que señala a la condición de separatista cuando el hecho moral relevante es el componente nacionalista de ese independentismo, basado en arrinconar al divergente. Porque el nacionalismo no reconoce ni permite nada que confronte con el modelo ideal de sociedad al que aspira, que en ese orden de cosas no puede ser otro que el de una armonía social basada en la extirpación de todo lo que cuestione la identidad nacional y cultural única.

La cuestión se ha agravado cuando parte de la izquierda más radical ha concedido ese peculiar estatus de víctima al nacionalismo, transformando su intolerancia en el efecto de una opresión que debe ser reparada y le permite presentarse como grupo al que se niega un derecho democrático. El nacionalismo queda incorporado a esa lista de acreedores sociales que, debido a las injusticias sufridas históricamente, deben ser compensados por una parte de la humanidad actual, la cual debe responsabilizarse por lo que unos que ya no existen hicieron a otros que tampoco viven ya. Aquellas situaciones infamantes están fuera ya de cualquier sistema político civilizado y esa inclusión como víctima del nacionalismo no responde a otro interés que el de confluir políticamente con grupos contrarios al orden liberal con el fin de sustituirlo a través de procesos “ad hoc” donde por supuesto los medios democráticos no son imprescindibles. Si ese juego transversal, donde la condición de víctima y opresor es simultánea en millones de individuos, pudiera llevarse a la práctica, sería muy interesante comprobar cómo podrían liquidarse los saldos en ese galimatías que con tanta arrogancia dice que nos salvará de nosotros mismos para darnos la felicidad.

José María Sánchez Romera

 

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