No repetir Munich / José María Sánchez Romera

En una escena de la película “Los intocables” dirigida por Brian de Palma (1.987), el veterano policía encarnado por Sean Connery advierte a Elliot Ness (Kevin Kostner) que una vez llevada a cabo la primera redada contra los intereses de Al Capone, será como iniciar un baile en el que ya no se podrá parar (“tendrá usted que bailar todas las piezas”) porque el gánster se vengaría hasta acabar con todos ellos. Y en eso consiste la trama, policías y delincuentes se ven arrastrados a una mutua destrucción donde los principios de ambos se confunden al asumir los primeros que para vencer en ese antagonismo mortal tendrán que poner en práctica medios idénticos a los de sus enemigos.

En estos últimos días Podemos ha incrementado su ofensiva contra el apoyo del (parte) Gobierno de España a la guerra de Ucrania y específicamente contra el apoyo, mucho más retórico que material, que presta a la resistencia ucraniana. Es ocioso resaltar la incongruencia de mantenerse en un Gobierno con el que se discrepa en materia tan sensible, ya que esto no es, en ese contexto de gestión compartida, un factor decisivo, habida cuenta de que lo noticiable es que las dos facciones del Ejecutivo estén de acuerdo en algo más que en mantener la coalición por encima de cualquier discrepancia. En todo caso está claro que Podemos se ofrece como el Partido de oposición a la guerra, que siempre tiene una reserva de seguidores a los que convocar en vísperas de elecciones, proponiendo cesar en la ayuda a Ucrania con el fin de no propiciar una escalada en el conflicto. En Podemos no pueden ignorar que eso significaría dejar a Rusia engullir una parte de Ucrania y someter al resto bajo la fórmula del protectorado con un gobierno ucraniano sometido al dictado de Moscú. Por eso su postura, al margen de otras interpretaciones debidas a supuestas afinidades políticas con el Kremlin, parece tener como finalidad esencial el marcar línea política propia.

Las reacciones ante esa toma de posición de Podemos han sido inmediatas y son bastantes los artículos que recriminan al Partido esa toma de postura, recordando de forma casi unánime el episodio del Pacto de Múnich (1.938) en el que la debilidad de las democracias con Hitler le permitió anexionar una parte de Checoslovaquia (los Sudetes). En un episodio de la historia ciertamente vergonzoso, dicho territorio fue entregado a Alemania, sin contar con el país que se desmembraba, justificándose el hecho por tratarse ser una región germanoparlante, aunque deba recordarse también que, como resultado del armisticio de la Primera Guerra Mundial, Alemania había sido previamente despojada de ese territorio. Según ese paralelismo histórico las concesiones a toda potencia agresora multiplican posteriormente sus efectos lesivos en forma de un conflicto mucho mayor al que se quiso evitar. La historia es sin duda una guía y una inagotable fuente de experiencia, pero lo más que permite son ciertas analogías, no fórmulas matemáticas, por lo que hay que examinar las circunstancias reales de cada situación concreta y no tomar como referencia situaciones pasadas cuya identidad solo puede ser aparente.

Empezando por lo más obvio ni la Europa de entonces es la de ahora ni los USA, decididamente aislacionistas del primer tercio del siglo pasado, son los actuales. Pero de forma muy señalada hay asuntos que marcan divergencias insalvables para establecer identidades sin más. En el caso de Gran Bretaña, Chamberlain no es que fuera un pacifista, es que sabía que los británicos no querían otra guerra veinte años después de la anterior. En eso siguió la misma estela de su antecesor, Baldwin, que por la misma razón ignoró deliberadamente los informes secretos que alertaban del rearme alemán y que filtrados a Churchill permitieron a éste, denunciando el hecho públicamente, redimir su decadente carrera política para llevarla hasta un insospechado cénit. Tampoco puede dejarse a un lado el pacto de Alemania con la URSS (Ribbentrop-Molotov), por el que ambos países se repartieron Polonia, dejando a Hitler libre su flanco Este para atacar al resto de Europa. Sin esa alianza no es tan seguro que el dictador alemán hubiera emprendido su guerra de agresión contra potencias militares como eran Francia y Gran Bretaña. Por tanto, y como mucho, el paralelismo podría establecerse en la transigencia, que no reconocimiento ni cesión, con el fait accompli de Crimea, tomada por Rusia militarmente en 2.014 y en la excusa de los rusos de “proteger” regiones ruso parlantes de las agresiones del Gobierno ucraniano (como denunció en su día Hitler referidas al Gobierno checo), pero a partir de ahí desaparecen las equivalencias.

China no está por la labor de imitar el rol de la URSS, que además arriesgaba poco y neutralizaba un potencial agresor, en su alianza con Hitler en 1.939, que en su caso se juega su condición de proveedor global de manufacturas y otras mercancías, así como una solución no traumática del contencioso taiwanés. Europa por su parte trata de salir como puede de su estúpida, por deliberada, dependencia energética de los rusos, lo que limita su capacidad de económica, perdiendo competitividad por el alza de sus costes de producción, y por extensión la militar. Y, lo que es esencial, está claro que ningún país occidental parece ahora mismo dispuesto a mandar soldados nacionales a esa guerra. Y esa es la parte del “baile” que habría que asumir, en última instancia, si se quieren llevar las experiencias históricas hasta sus últimas consecuencias. Porque el pacifista Chamberlain declaró la guerra a Alemania cuando invadió Polonia y llamó al belicista Churchill a su gobierno para dejar claro que vientos de signo contrario marcaban las decisiones políticas en el número 10 de Downing Street, es decir, asumió todas las consecuencias que implicaba poner límites al expansionismo alemán. Aquí, Podemos, queriendo o no, ha puesto el dedo en la llaga y a su socio de Gobierno frente al espejo con la cuestión del envío de tropas, hasta en punto de obligarlo a aclarar que tal posibilidad ni se considera. En estos tiempos causa pavor en cualquier gobierno occidental la idea de que sus soldados vuelvan metidos en ataúdes. Pero sin ese factor formando parte de la idea de firmeza frente a Rusia, el apoyo a Ucrania no es incondicional como exigen los llamamientos que desde fuera se hacen a la resistencia de los ucranianos, de la misma forma que en su día escribí aquí que frente a la concentración de tropas rusas en la frontera con Ucrania no cabía otra respuesta coherente que poner el mismo número de soldados y medios militares enfrente, lo que sin duda habría evitado la invasión. No es concebible alentar una guerra total, ma non troppo, para que sean otros los que tengan que bailar hasta el último movimiento de la orquesta, porque eso nos aboca a una contradicción insalvable y a que la suerte de la victoria quede indefectiblemente en las manos de quienes estén dispuestos a llegar hasta el final.

José María Sánchez Romera

 

 

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