Otro silencio/Tomás Hernández

 

Hablábamos hace unos días de la silla de Aulo Gelio, de la grosera mezquindad del carcelero de Europa, Erdogán, y del silencio cobarde de Charles Michel.

Esta mañana, después del paseo y el café con los amigos, esas rutinas dichosas, veo que en el debate de la SER, Pablo Iglesias ha abandonado la mesa. Oigo las circunstancias mientras escribo. Y veo ahora mismo la actitud, los gestos insultantes en la voz de desprecio de ese rabioso “¡Lárguese, lárguese ya!” con el que la candidata Monasterio insulta a Pablo Iglesias y llama “activista política” a la coordinadora del programa y a la candidata de MásMadrid le descerraja; “Que tienes cara de amargada,” al más puro estilo tabernario. Pero decir esto no es nada. Vomitivos los gestos, los gritos, las palabras indignas.

El abandono de Pablo Iglesias fue un acto de obligada decencia. Y la SER no debió permitirlo. Desde el grito y el gesto soez de la candidata Monasterio señalando con el dedo, como sólo saben hacerlo los miserables, los desposeídos de toda piedad, la SER debió advertir a la vociferante insultadora de que sería invitada a salir si permanecía en esa actitud. No lo hizo. Un silencio que la emisora tiene que aclarar, sobre todo por respeto a sus otros invitados, Ángel Gabilondo (PSOE) y Mónica García (MásMadrid), obligados también por decencia y respeto propio a abandonar la sede de la emisora. Creo que por ley no se puede prohibir la participación de ningún candidato, pero por ética no se puede guardar silencio.

El detonante que hizo estallar el aire, fue la pregunta a Monasterio acerca de los sobres con balas y los ultimatums de muerte. “Condeno toda clase de violencia”, dijo la candidata. Es la misma respuesta que daban los portavoces etarras cuando les hacían esa pregunta. Curioso ¿verdad? Hoy el mundo es la biblioteca interminable que soñara Borges, se pueden comparar las respuestas del odio.

Tomás Hernández.

 

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