Por qué quiebran los bancos / José María Sánchez Romera

Las corridas bancarias tienen siglos de historia. Son llamadas así por provocar la carrera de la gente a las sucursales a retirar su dinero cuando se tiene noticia de que un banco puede carecer de liquidez para devolver los depósitos de sus clientes. La corrida bancaria recientemente sufrida por el Silicon Valley Bank (SVB) va a ir seguida de un sesgo informativo general que tratará de hacer ver la insuficiente regulación del sector bancario y la necesidad de activar nuevos mecanismos de intervención de su actividad comercial y de negocio. La falacia del escaso control gubernamental siempre está detrás de la solución a todo fiasco económico que lo que oculta es el reiterado fracaso de las políticas inspiradas por el intervencionismo. De estas últimas está asegurada la precariedad y el empobrecimiento, en la libertad económica el fracaso empresarial está ciertamente implícito, pero no la certeza del descalabro resultante de las economías intervenidas. Hay un argumento más: en las economías abiertas cada cual se hace cargo de los resultados de sus decisiones, en las cerradas se colectivizan las pérdidas, muy señaladamente las que causan los gobiernos al rescatarse a sí mismos con el dinero de los contribuyentes. Eso se traduce en un fomento del riesgo moral en la operativa económica porque siempre podrán cargarse a los demás el coste de los platos rotos y además culpar a las fallas del mercado después de manipular su normal funcionamiento.

Pero una primera aproximación al conocimiento de este tipo de sucesos nos obliga a referirnos a esa frívola idea que trata de hacernos creer que los bancos pueden ser obligados a aceptar todo tipo de decisiones arbitrarias o demagógicas adoptadas desde el poder. La banca, como cualquier otro negocio, funciona adecuadamente en un ecosistema propio donde el capital, en forma de crédito, depósitos, tipos de interés o inmovilizado, tienen que funcionar coordinados. Toda intromisión del sector público que imponga medidas ajenas al funcionamiento normal de mercado, forzando intercambios artificiales a precios o valores políticamente fijados son la antesala del desastre. Si el interés se fija por debajo de su índice natural, el que la gente está dispuesta a pagar o a recibir, excitará la inversión en negocios cuya una rentabilidad sólo es posible en ese sistema de subvención encubierta y una vez que, por ejemplo, el fenómeno inflacionario aparece y tienen que restringirse los estímulos monetarios, esas empresas se hacen inviables y quiebran. Creado así un falso auge económico que termina en cuanto la tasa de interés sube, todo lo invertido se pierde o ya no puede mantenerse y se generan deudas que obligan a un período de restricciones que traen la temida austeridad que justamente propician con sus recetas quienes dicen abominarla.

El SVB no ha quebrado por falta de regulación, aunque Biden haya propalado la especie de que en los años pasados se habían relajado los controles, que por cierto él no habría revertido después de más de dos años en la Casa Blanca, ni ejercido de manera diligente al menos los existentes. Antes al contrario, el SVB se ha visto arrastrado por su exposición a la deuda pública con pérdidas latentes derivadas de los incrementos de tipos de la nueva deuda y la restricción de la barra libre de dinero proporcionado por la FED haciendo que sus necesidades de liquidez obligara a ventas anticipadas de sus bonos de deuda pública presentes en su balance con notorios descuentos respecto de su valor nominal para poder desprenderse de ellos. La insuficiencia de lo obtenido por tales ventas y una fallida ampliación de capital obraron el resto. Pero a ello tampoco se llega por causalidad, la fisonomía corporativa del banco como empresa ESG (compañía sostenible a través de su compromiso social, ambiental y de buen gobierno), también denominada “woke” (go woke, go broke, se dice), donde la mezcla entre los aspectos de inspiración filantrópica y el debido cuidado de resultados positivos no siempre es posible, ha llevado a operaciones de financiación de proyectos arriesgados que han contribuido a su caída. Y sobre ello tampoco puede excluirse la utilización de esa imagen “socialmente comprometida” como salvoconducto para llevar a cabo esas prácticas antiéticas que se dicen querer desterrar con esa operativa de negocio. No en vano los directivos del SVB se desprendieron de importantes paquetes de acciones en fechas próximas a la quiebra, algo incompatible con los valores corporativos que se proclamaban. Biden expresó con total acierto que en el capitalismo hay que asumir los riesgos de perder lo invertido al anunciar que se cubrirían los depósitos de los clientes, pero no las pérdidas de inversores y accionistas, cuyo reverso nos da el argumento para sostener que los beneficios no pueden ser objeto de un trato predatorio por los gobiernos ya que como se demuestra nunca están asegurados.

En el origen del mal de este caso particular tenemos, actuando como causas desencadenantes más eficientes, básicamente dos. La primera es la interferencia de los bancos centrales en la política monetaria, causa y no solución a los ciclos económicos capitalistas, provocando la crisis cuando la expansión del crédito se vuelve insostenible. La creación de reservas bancarias a partir de la impresión de dinero salido de la nada por parte de los bancos centrales cuando no son el origen de las crisis, lo son de su alargamiento al dilatar el imprescindible saneamiento de la economía. No es cuestión de hacer billetes como se proclama desde una inexcusable ignorancia o con la deliberada intención de hacer colapsar el sistema liberal (más bien lo queda de él). La segunda es la autorización de la reserva fraccionaria a los bancos, de lo que nunca se habla y es la única intervención eficaz que cabría reclamar por su utilidad. Se trata de otra palanca inflacionaria que permite la expansión múltiple de los depósitos bancarios al no tener las entidades la obligación de mantener más que una mínima proporción de reservas en relación con los depósitos totales en un proceso de transferencias continuas que implican que los depósitos bancarios se crean y se multiplican mucho más allá del montante de los depósitos en efectivo iniciales. Si a eso se une la posibilidad de los reguladores de operar a discreción en la política monetaria nos conduce, abusando del tópico, a la tormenta perfecta. Luego los medios de comunicación hablan de las subidas de precios como algo espontáneo, mientras que algunos políticos culpan al insaciable monstruo capitalista de los efectos que ellos mismos provocan con sus decisiones. Si la economía fuera una mera cuestión de voluntad los sistemas intervencionistas/socialistas habrían triunfado en todas partes y sin embargo no hay un solo caso de éxito que nos sirva de ejemplo, incluso admitiendo que en conseguirlo se hayan puesto las mejores intenciones.

Hayek contó que un día tras cenar en el King´s College coincidió con Keynes al que advirtió que sus seguidores estaban llevando sus teorías al extremo de promover una incesante expansión monetaria cuando el problema era la inflación. Según el Nobel austríaco, Keynes se mostró de acuerdo con él y haciendo alarde de seguridad en la influencia de sus opiniones, chasqueó los dedos para indicar la facilidad con la que, llegado el momento, él revertiría esa deriva de la política económica. Lástima que no tuviera tiempo de hacerlo al morir prematuramente seis semanas después.
José María Sánchez Romera

 

 

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