No hay desayuno, comida, merienda y hasta copa del Día de Reyes donde el popular roscón no esté presente. Unos siguen la tradicional artesanía de incrustar sobre la masa las frutas escarchadas espolvoreada de azúcar, pero los hay con rellenos de crema o nata, según el gusto. Eso sí, no debe faltar la sorpresa en su interior, que para quien la encuentre en su trozo significa en el primer caso que va a vivir como un pachá el resto del año y en el segundo que deberá mantener al pachá el mismo tiempo cronológico.
Pero es en las llamadas Saturnales de Roma, como en otras muchas tradiciones católicas que importaron de festejos paganos, donde encontramos el origen de este rosco de harina que en principio fue una torta a base de miel y en la que se le introducía algunos frutos secos, dátiles e higos, y que celebraban la finalización de los trabajos en el campo. A lo largo de una semana, se realizaban unas celebraciones paganas en las que se festejaba la finalización del periodo más oscuro del año y el inicio de la luz. Convirtiéndose este postre en uno de los más populares durante la celebración de la ‘fiesta de los esclavos’, como también era conocido dicho festejo.
Este dulce con sorpresas en su interior, es el habitual desayuno y la merienda de la mañana en las casas españolas desde que fuera traído por la dinastía Borbón a España y concretamente por el rey Felipe V de España, tío del rey francés Luís XV, que importo a nuestro país este dulce de tradición francesa que venía celebrándose en la corte el día 6 de enero para la fiesta infantil navideña «Le Roi de Fave», en la que el niño que descubría el haba se convertía en el rey del festejo.