Los seres humanos, como el planeta, en tanto que elementos que se relacionan formando el cuerpo social, dicho de un modo un tanto figurado, viven en permanente adaptación a las circunstancias cambiantes que se provocan como consecuencia de miles millones de interacciones de muy diverso tipo. La adaptación individual y social se va produciendo de forma más o menos brusca y de muy diversos medios, desde las revoluciones sociales a las democráticas, pasando por los golpes de estado o la más plácida evolución, todo está en permanente cambio de forma más o menos perceptible. La historia no obedece a leyes predictivas y tampoco se detiene, su devenir solo queda descifrado con cada acontecimiento.
Las ideas que hoy se van formulando anticipan los ensayos sociales que se producirán dentro de unas décadas porque la civilización es un proceso acumulativo de conocimiento que va desde la gestación hasta la puesta en práctica. Ninguna de esas ideas en la historia ha tenido tanto éxito como el liberalismo en tanto que sistema. Las tesis intervencionistas insisten en las deficiencias que presenta la organización liberal de la sociedad como si se necesitara la perfección en la vida para alcanzar lo satisfactorio. Esa crítica de lo parcial esconde la admisión de una impotencia sistémica, la completa consciencia de no poder ofertar resultados remotamente parecidos al liberalismo. El proyecto socialista en la búsqueda de la igualdad solo ha encontrado el equilibrio en una pobreza generalizada que se sostiene en la negación de la libertad individual. El sistema liberal no erradica completamente las carencias materiales, pero las reduce a proporciones siempre menguantes sin restringir las libertades políticas. Para el intervencionismo el vértice sobre el que se asienta su teoría política no son las libertades clásicas, sino en una idea de liberación en la que sus élites políticas se apoyan para asumir la representación de determinados grupos sociales, con o sin mandato democrático, a los que declaran sojuzgados por otros, cambiando sujeto y objeto en función de su utilidad práctica (la teoría de la praxis). Esta cosmovisión social de inspiración platónica tiene un mensaje encriptado: la libertad ya no es necesaria cuando se ha sido liberado, correspondiendo a sus libertadores decidir en lo sucesivo por ellos como expresión de reciprocidad. Si después los hechos no se corresponden con lo previsto, peor para ellos, porque el sistema no es cuestionable.
Por esas y otras razones, toda aportación que desde los defensores del intervencionismo, la palabra izquierda queda únicamente para que nos entendamos en la conversación política, no presenta sólo un interés teórico, sino que es bienvenida en cuanto pueda aportar elementos aprovechables para el debate social. En ese sentido, la entrevista que publica El País este domingo al filósofo Michael J. Sandel tiene el incentivo de conocer en qué dirección pueden ir las teorías más elaboradas del intervencionismo. El lugar elegido para el diálogo con el periodista parece querer anticipar lo esencial del discurso: la planta 29 de un rascacielos de Madrid con “vistas apabullantes”, una altura que se hace metáfora de esa superioridad moral desde la que se ve al resto del mundo del tamaño de unas hormigas que esperan lo que se decide hacer con ellas. Concluida la lectura, el conjunto de lo expuesto por el pensador norteamericano arroja la impresión que bajo esa apariencia de originalidad intelectual está la tradicional arrogancia que sitúa al poder político por encima de toda una sociedad en disposición de ser utilizada para cada nuevo ensayo de ingeniería social. Resulta esclarecedora en este sentido la afirmación con la que trata el pensador de justificar el intervencionismo económico, oculto bajo la envolvente expresión “debate político democrático”. Dice el Sr. Sandel que la economía “no es un hecho de la naturaleza”, lo que ya de inicio requiere definir lo que se entienda por economía o si es que quiere volver al estado de naturaleza roussoniano. Los hombres de las cavernas al cazar o recolectar vegetales para su sustento, en la mera acción de repartir el producto de esa actividad entre el grupo estaba materializando un hecho de carácter económico en función de lo que correspondiera a cada miembro del clan. El tiempo, la evolución y la civilización fueron haciendo de la economía un asunto cada vez más complejo, pero a la vez también un motor de prosperidad y bienestar crecientes para la humanidad. Si trasladáramos la lógica de ese pensamiento al caso de la aviación, por ejemplo, ésta tampoco es producto de la naturaleza y las leyes físicas por las cuales los aviones se sostienen en el aire no responden al resultado de un debate democrático, sino de aplicar los principios que los hacen volar en coordinación con los que impiden que acaben estrellándose. Ese reciente eslogan del consenso científico en cuanto significa validar el conocimiento científico en función del número de adherentes representa evidentes peligros.
Por lo demás la entrevista trata de presentar como novedad el patriotismo entendido a través de los servicios públicos como alternativa a la supuesta pujanza del nacionalismo, como si éste no basara su idea de la nación en la colectivización totalitaria de lo moral y lo material. El resto abunda en lugares comunes como responsabilizar al neoliberalismo, off course, de la guerra de Ucrania, el rechazo de la meritocracia (¿incluye la suya en tanto que se le privilegia y reconoce sobre el resto por su destacada actividad científica?); la justicia fiscal (?) y su correlato de prohibir la libertad de movimiento internacional de capitales abominando sus fundamentos pero sometiéndolos a intereses políticos (a la vez que se ignoran los efectos beneficiosos que ha tenido en el progreso de muchos países subdesarrollados y el acceso a una enorme cantidad de bienes para amplias capas de población por la bajada de los costes de producción). Por último, la necesidad de la transición energética la considera necesaria con independencia del cambio climático porque, sostiene, no es una cuestión de ciencia ni de educación para que la gente comprenda, “se trata de confianza…es una cuestión política…”, o sea, la misma fe del carbonero que reclama todo totalitarismo, no se trata de entender sino de creer. En conclusión: Sin novedad en el frente.
José María Sánchez Romera