Sobre el sentido actual de lo público / José María Sánchez Romera

Llegada la proximidad de las elecciones el ambiente se torna más espeso que el de OK Corral después del tiroteo (30 segundos, 30 balas) y esto no ha hecho más que empezar. En el seno mismo del Gobierno hay un motín que enfrenta a sus dos facciones que ya lo tendrá paralizado, y sin embargo unido, hasta el mes de diciembre que será cuando veremos los restos del naufragio. Se trata de una gresca friccional provocada por el factor elecciones que desaparecerá una vez culmine el proceso para retornar en forma de renovada estrategia común, sea en el gobierno o en la oposición. Nada pues que tenga que preocupar seriamente a los irreductibles. Mientras tanto una palabrería compuesta de anacolutos y contradicciones permanentes tratarán de mantener la apariencia de que alguien sabe hacia dónde va el país. En ese orden de cosas el Ministro de la Presidencia, que con más propiedad debería llamarse de la Propaganda y la Intriga, hará declaraciones como las de esta semana en las que bajo la advocación del dogma de lo público como valor absoluto tratará de sepultar la hirsuta realidad que de ese tacticismo resulta. Una paradoja similar a la de las presidenciales de USA, prácticamente en todo el mundo se apoya, sea quien sea, al candidato demócrata, pese a que desde la Primera Guerra Mundial todos las grandes crisis prebélicas y conflictos armados a mayor o menor escala, han tenido a un demócrata como ocupante de la Casa Blanca. Mitos y prejuicios unidos capaces por sí mismos de mover a esa parte no menor de la humanidad que necesita fundar sus razones existenciales últimas en la venida de un estadio superior que traerán los alquimistas sociales, de ahí el éxito que cosechan sus entelequias.

Pero ahora que se nos viene de forma tan marcada esa dualidad entre partidarios y detractores de lo público, como elemento radical de división entre proyectos políticos, se hace necesario como nunca profundizar algo más en esto. No sin antes aclarar que tal dualidad es en gran medida mera simulación, porque las diferencias se construyen sobre universos semánticos contrapuestos que la mayoría de las veces son de matiz en la realidad y que constituyen la verdadera raíz del mal. Porque lo cierto es que la alternativa se diferencia de manera difusa y poco discernible, más allá de la radicalidad con que la izquierda expresa esta idea, cuya credibilidad se ve muy cuestionada por las incoherencias de sus comportamientos individuales e institucionales.

Lo público no son solo los hospitales, escuelas, carreteras, etc., lo público, y causa de los efectos mencionados, es el Estado y su brazo ejecutor denominado Gobierno. Y es a partir de ahí donde debe iniciarse en análisis del concepto que integra esa expresión de “lo público” pues de otro modo empezamos la casa por el tejado. Los efectos de la acción pública no son expresión privativa de quienes piensan que la primacía de lo público es un bien en sí mismo y por tanto lo bueno por definición. Gobiernos de un signo y otro realizan actividades que buscan la satisfacción de intereses generales y si hubiera que encontrar un elemento diferenciador entre unos y otros no sería muy descaminado señalar que mientras que lo que vulgarmente serían llamados de derechas dirigen los ingresos públicos hacia la materialización de proyectos, los de izquierda lo hacen con una finalidad redistributiva y asistencial (pan para hoy y voto para mañana), con criterios de preferencia discutibles y resultados dudosamente eficaces, tratando en teoría de crear una organización social igualitaria. Pero lo que resulta más perturbador es que desde un Gobierno se diga que trata de implantar un modelo social alejado del supuesto egoísmo neoliberal mientras se abandona todo criterio de prioridad por los intereses colectivos, se dé al sintagma el significado que se quiera, para consolidar posiciones de poder de cara a los procesos electorales que vienen. ¿El pequeño grupo de personas que configura un órgano ejecutivo no cede en sus ambiciones políticas particulares, pura humanidad al descubierto, y se dice que pueden crearse estructuras sociales perfectas ajenas a todo interés privado usando como herramientas para lograrlo el adoctrinamiento y el uso de las leyes? Bastaría con que tales principios se los aplicaran los miembros del Gobierno, para cuyo éxito no necesitarían más que el concurso de su voluntad, pero como tal absoluto no existe y es sencillamente un imposible ajeno a la realidad humana, lo que tratan de ocultar esos artefactos utópicos son los intereses de poder que tanto en grupo como individualmente se persiguen.

A la izquierda democrática no se le pueden negar su contribución al progreso social y la huella humanista de muchas de sus aportaciones, difuminada actualmente por cuestiones como la religión antiespecista (variante de la teoría marxista de la explotación aplicada a relación entre humanos y animales) y el extremismo ecologista. En la actualidad toda ha devenido en un integrismo ideológico tan abstracto que necesita rehuir el debate escondiéndose detrás de palabras fetichizadas con las que eludir la necesidad del proceso racional en la conformación de sus proposiciones. Y lo más llamativo es que nada sería tan fácil como partir de la comparación entre lo que ha supuesto la aplicación del socialismo político y económico en cualquier país y periodo de tiempo que se quiera con cualquier otro tiempo y país donde se haya aplicado el liberalismo político y económico, porque solo partiendo de certezas pueden obtenerse conclusiones válidas. Claro que quizás por eso algunos pensaron que el hecho debía morir como referente y que, de nuevo Marx, los filósofos no tienen que interpretar el mundo sino cambiarlo, aunque eso no signifique más que sustituir el despotismo de una aristocracia de cuna por otra intelectual, ambas igualmente liberticidas.
José María Sánchez Romera

 

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